Sólo con lucha barreremos toda forma de opresión
Por Comité de Redacción Periódico El Pueblo de Chile, versión impresa de diciembre de 2019.
Una vez más se ha hecho patente una ley histórica: donde hay opresión, hay rebelión. Las masas gritan, encaran, luchan y desbordan en Chile durante ya seis semanas. Su protesta se puede sintetizar en: “¡ya no aceptamos vivir bajo las condiciones que los explotadores ofrecen! Si hoy hay tantos recursos, tanto desarrollo, ¿por qué se nos niegan cada uno de nuestros derechos, habiendo cómo resolver nuestras necesidades?”. Acto seguido, salen a la calle para arrancar estos derechos con lucha. En la calle se encuentran con otros miles y se unen en el deseo de luchar. Así educa la protesta, eleva sus formas de organización y con valentía se enfrenta la represión.
¿Cuánto podrá hacer el acuerdo de nueva constitución para frenar este enorme impulso de las masas a la protesta? En efecto, el objetivo político del llamado “acuerdo histórico por la paz y la nueva constitución” persigue el vano afán de frenar la protesta popular, presentándolo burdamente como una ‘conquista’ de la protesta. No obstante, como la rabia acumulada y la fuerza del pueblo es mucha, la protesta popular sigue.
Dos facciones, mismo fin: vender el país y sus trabajadores
En Chile, el capitalismo burocrático, capitalismo dependiente y atado al imperialismo, principalmente yanqui en nuestro caso, frena nuestro desarrollo y es dirigido en cuanto a clases se refiere por la gran burguesía ligada a los terratenientes. La gran burguesía tiene dos facciones, la compradora, que tiene su origen al ser la intermediaria de los grandes capitales extranjeros en el país y por ello su programa tiende a restringir la intervención del Estado en la economía –salvo en crisis–. Al contrario, la otra facción, la burocrática, usa al Estado como palanca económica, por ello su programa es más bien el de “nacionalizar” (que en realidad es estatizar, pero sin cambiar la estructura de clases ni expulsar al capital imperialista extranjero) las áreas reconocidas como más rentables de nuestra economía. Desde 1973 se impuso el programa de la gran burguesía compradora principalmente y el llamado “acuerdo histórico” expresa lo ínfimo que está dispuesta a ceder su lugar.
En la firma del llamado “acuerdo histórico” destacó la imagen del rostro amurrado de la presidenta de la UDI, Jacqueline van Rysselberghe. Es el gesto de la facción compradora de la gran burguesía que refunfuña, porque los más golpeados con la rebelión han sido los supuestos en que se basa su enorme acaparación de riqueza, supuestos casi sin contrapeso en el viejo Estado desde el golpe de 1973.
Su llamada ‘liberalización’ de los mercados define una economía basada en el saqueo de nuestros recursos naturales para engordar sus bolsillos y apuntalar al imperialismo, yanqui principalmente. Su lugar como facción dirigente busca garantizarse con el quorum de 2/3, que en la práctica impide cualquier modificación que atente contra las bases fundamentales de la constitución actual, pero saben que deben ceder algo para no perderlo todo.
Y ahí estuvo la ‘oposición’ para salvar la situación. Para conseguir este acuerdo trasnochado, el caudillo Gabriel Boric prefirió sacrificar a su propio partido y bloque para darle algo de oxígeno a Piñera, a ese zombie político que aún se mantiene en riesgo vital. Boric cumple con este acto lo que muchos anticipamos en relación al Frente Amplio: que surge para que sus camarillas más rancias cabalguen sobre el descontento popular, ganando puestos en el viejo Estado para impulsar el programa de la otra facción de la gran burguesía –la facción burocrática–, que usa el Estado como palanca económica y por tanto busca salvar al viejo Estado de su bancarrota total. Es el papel del oportunismo, de los lobos con piel de oveja, los que vienen a ofrecer chucherías para desviar, para ganar tiempo. Como los conquistadores españoles trayendo vidrios de colores y aguardiente, ahora llegan ofreciendo asamblea constituyente, nueva constitución.
Porque los profundos anhelos que el pueblo ha levantado en la protesta representan en realidad las contradicciones irreconciliables entre los intereses de la inmensa mayoría de la población y los intereses de la ínfima minoría que nos explota y oprime, esa misma minoría que ha estructurado el Estado de Chile con todas sus instituciones y leyes para la defensa irrestricta de sus intereses, y que no estarán dispuestos a dejar nunca, sino que deberán serles arrebatados mediante la lucha revolucionaria por la demolición del conjunto del aparato estatal opresor y la construcción de una nueva y genuina democracia para la mayoría.
En el momento histórico en que vivimos, luchar por nueva constitución solo puede servir a desviarnos del camino por el barrimiento de todo este viejo Estado y sus podridas instituciones, para echar polvo a los ojos del pueblo que protesta y de los muchos apoyadores, para cambiar por humo la sangre de los caídos, de los heridos y el arrojo que la llamada ‘primera línea’ ha sabido ganarse con hermosas hazañas de lucha y resistencia. ¡Claro!, porque el momento histórico en que vivimos es el de crisis del imperialismo, barrimiento de esta lacra política, económica y social de la faz de la tierra. Y decimos barrimiento porque este sistema bestial y saqueador no caerá solo, por muy podrido que esté, sino que se le debe golpear hasta tumbarlo.
Cuatro elementos para profundizar en la cuestión de la Asamblea Constituyente
El papel histórico y político que le cabe a este acuerdo constituyente debe ser bien entendido y puede abordarse desde cuatro ejes:
En primer lugar, si buscamos lecciones en la historia, encontraremos que los revolucionarios rusos dirigidos por Lenin abordaron el problema así: “Todo intento, directo o indirecto, de enfocar el problema de la Asamblea Constituyente desde un punto de vista jurídico formal, en el marco de la democracia burguesa corriente, sin tener en cuenta la lucha de clases y la guerra civil, significa traicionar la causa del proletariado y adoptar el punto de vista de la burguesía”. Por ello, en el momento donde evaluaron que podría servir a la creación de los soviets, la promovieron, pero luego de la revolución obrera de 1917, la desestimaron, ya que la Asamblea Constituyente no representaba los intereses de obreros y campesinos. Al contrario, tras la toma del poder solo serviría a los explotadores y conspiradores contra el naciente gobierno obrero ruso.
En el caso de China, el presidente Mao Tse-tung explica que las ilusiones frente a las ofertas que entregan los explotadores tiene como base social a una parte de los intelectuales que vacilan, un sector que aún está a la expectativa en la lucha de clases, los que aún no toman posición por el proletariado y se dejan embaucar por las palabras vacías y falsas de la reacción. Previo al triunfo de la Revolución China en 1949 que dirigió el Partido Comunista, cuando se enfrentó al partido del Kuomintang, que representaba los intereses del imperialismo norteamericano en China, el presidente Mao señala: “Se dejan embaucar fácilmente por las palabras melifluas de los imperialistas norteamericanos, como si fuera posible que éstos trataran a la China Popular sobre la base de la igualdad y del beneficio mutuo sin que medie antes una lucha severa y prolongada”.
La lección que ofrece es desechar las ilusiones y prepararse para la lucha, unirse con las personas vacilantes, criticarlos y ganarlos para las masas populares. Si la reacción y el oportunismo en el seno del movimiento popular levantan la Asamblea Constituyente, no es más que para ganar provecho mezquino y vender las luchas del pueblo, dándole tiempo al viejo Estado y al gobierno que lo dirige para que intente levantarse del golpe dado por la revuelta popular.
En segundo lugar, si observamos la experiencia de asambleas constituyentes en América Latina y particularmente en Bolivia, la nueva constitución no evitó el golpe de Estado acicateado por el imperialismo yanqui para reestablecer a la facción compradora por sobre la burocrática, haciendo retroceder abruptamente cualquier avance que las masas pudieron haber obtenido con el ‘proceso’. Más bien aquí, también en los procesos constituyentes de Ecuador, Venezuela y otros países, las nuevas constituciones no consiguieron más que profundizar la condición semicolonial y agudizar la pugna interimperialista sobre sus países, sin resolver las principales demandas de las masas populares.
Tercero, en cuanto a la historia de Chile, se constata que todas las constituciones, tanto la de 1833, como la de 1925 y 1980 han sido impuestas a sangre y fuego por una facción de los explotadores sobre la otra, es decir, sólo estampan en papel el poder que ya tenían en los hechos sobre la base de la fuerza.
Particularmente, la de 1925 fue una constitución precedida de un gran movimiento popular de obreros, artesanos, profesores y otros trabajadores que debatieron a lo largo y ancho del país los contenidos de esa “carta fundamental”. Sin embargo, esa propuesta popular recibió finalmente un portazo en la cara por parte del gobierno, quien designó a dedo y con la amenaza militar una Comisión Constituyente, dejando en evidencia que en último término la columna vertebral del Estado es el monopolio de la fuerza por medio del ejército.
Por último, el mismo debate actual de los abogados constitucionalistas ha expresado ya el límite en cuanto a lo que se podría llegar en lo esencial de la constitución: este no es otro que el impedimento de tocar el sacrosanto derecho de propiedad sobre los medios de producción, indispensables para el desarrollo de la economía nacional y al servicio del pueblo.
Para el conjunto de las masas y el pueblo es imprescindible abordar el problema de la nueva constitución partiendo del papel que hoy cumple en la lucha de clases.
Es importante para el desarrollo del movimiento popular no enredarse, no dejarse atar al camino reaccionario. Al contrario, lo que nos deja todo esto es que en muchos lugares de nuestro país y en diversos sectores de nuestro pueblo se están debatiendo las demandas más sentidas, los pliegos del pueblo y para conquistarlos deberemos luchar por varios años. Como pueblo deberemos elevar las formas de lucha y organización, para dar pasos certeros en el camino de una revolución democrática nacional, único camino de las masas populares para convertir cada una de las demandas populares en hechos contundentes.
Como lo han demostrado antes los procesos revolucionarios en el mundo, la constitución del pueblo o una carta de los derechos del pueblo únicamente tendrá sentido y podrá darse culminada la revolución democrática, cuando las masas tengan en sus manos el poder y los instrumentos revolucionarios que le permitan defender sus conquistas. La tarea actual, por tanto, es desarrollar al calor de la protesta popular todas esas formas de lucha y formas de organización, retomadas, imitadas o nuevas que nos han traído estas jornadas de rebelión popular. No hay atajo en el camino revolucionario, no nos dejemos encandilar por los podridos vendedores de espejos que trafican a costa de la perpetuación de la explotación de nuestro pueblo.
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