BRASIL: Editorial – Derrotar los “tres todos” del gobierno militar

BRASIL: Editorial - Derrotar los “tres todos” del gobierno militar 1

A Nova Democracia, 4 de noviembre 2020, traducción de Revolución Obrera.

Los servidores arriesgan sus vidas para salvar a los pacientes del incendio del HFB en Río de Janeiro. Foto: Fausto Maia/Thenews2/Estado Contenido

El 27 de octubre, un incendio azotó las instalaciones del Hospital Federal de Bonsucesso (HFB), zona norte de Río de Janeiro, la mayor unidad de salud gestionada por la Unión en la ciudad. Pacientes y trabajadores tuvieron que salir apresuradamente, refugiándose en talleres, panaderías, en las aceras. Ocho internos no soportaron el traslado y murieron. Casi en tiempo real, comenzaron a aparecer los datos confirmando que no se trataba de un accidente, sino de un crimen anunciado: al menos desde 2019 la Defensoría Pública de la Unión (DPU) alertaba sobre el sobrecalentamiento de generadores y las pésimas condiciones estructurales del hospital. El gobierno de Jair Bolsonaro/generales redujo en un 11% el presupuesto del HFB en relación con el último año de mandato de Temer.

Se trata de un retrato agudo de un problema bien conocido de nuestra población. El SUS, uno de los pocos derechos democráticos conquistados e inscritos en la Constitución de 1988, ha sido blanco preferente de la saña depredadora de diferentes gobiernos de turno, desguazándolo con permanente subfinanciación, corrupción, tráfico electoral, en una especie de obsolescencia programada que sólo responde a los intereses de los planes de privatizar la salud. No deja de ser sintomático que en los mismos días en que el pueblo chileno enterró la Carta de Pinochet con más de un año de combativos protestas (obligando a la reacción a plantear una farsa de constituyente), el gobierno de Bolsonaro y generales hagan de todo para resucitarla en Brasil. Al fin y al cabo, la respuesta del gobierno militar a la tragedia de Bonsucesso fue anunciar, como vimos, la privatización de las unidades básicas de salud, medida tan indecente que tuvo que ser retirada el mismo día. Se trata, sin circunloquios, de una política genocida: basta decir que, en plena pandemia, menos de un tercio de la dotación de emergencia destinada al Ministerio de Salud había sido ejecutada hasta agosto por el general Eduardo Pazuello, en un país que camina a los 200 mil muertos para el final del año y es uno de los que menos hace pruebas en el mundo.

Esta es una de las facetas de nuestra situación de guerra interna, de la cual las otras son el desempleo galopante, la superpoblación carcelaria, la violencia policial, el racismo, la concentración de las tierras en las manos del latifundio y tantas miserias más. Las Fuerzas Armadas reaccionarias sirven hoy, como siempre han servido, de cerrojo que mantiene al pueblo y a la nación, atados a las peores iniquidades, saqueos y privaciones. No obedecen a Bolsonaro, como sugiere el sentido común, sino al núcleo de la reacción interna de grandes burgueses y latifundistas, subordinados a los dictados del imperialismo norteamericano. Grandes burgueses y terratenientes, cuyas fracciones divididas y en pugnas por el control de la máquina del Estado, se expresan en el pugilato de alcantarilla entre los miembros de los Tres Poderes, un espectáculo vergonzoso que degrada la Nación ante el mundo. El capitán de la selva, cuanto más bravata, más abierta su impotencia, como en el caso de la Coronavac, donde fue desautorizado en público por el vice Mourão, en uno de esos episodios singulares en que es el rabo quien parece sacudir al perro. Sin embargo, esta disputa por el comando de la contrarrevolución se hace para viabilizar en esencia el mismo programa. ¿Qué programa? En síntesis, el programa bestial que el imperialismo japonés implantó en China durante la Segunda Guerra Mundial y que fue resumido como “política de los tres todos”: quemar todo, saquear todo y matar a todos. Eso es lo que hace la chusma reaccionaria que nos gobierna desde hace cinco siglos, cuyo centro orgánico se encuentra en el Alto Mando de las Fuerzas Armadas (en particular del Ejército). Queman, depredan y matan a poblaciones y territorios, en una sucesión impresionante de crímenes para los que no hay ni tribunales ni jueces que los juzguen. Patria, para ellos, es una extensión de tierra y brazos, alimentando los privilegios sin fin de la casa grande. Estas ratas galardonadas piensan y actúan como colonialistas internos, cuya misión precaria es vigilar y combatir al propio pueblo.

A propósito, las cuestiones relativas a la vacuna no tienen nada que ver con el humanismo, sino con una dura disputa por la hegemonía mundial. No por casualidad, su desarrollo está hoy limitado al selecto grupo de los grandes laboratorios transnacionales, que posee el monopolio de la tecnología y facturarán miles de millones de dólares con la venta no sólo del producto final sino de los insumos necesarios para su producción a gran escala. La disputa entre China, Inglaterra, Rusia y Estados Unidos (USA), por hablar de algunos, no es más que la competencia salvaje por mercados para una operación que promete generar superbeneficios fabulosos. Las condiciones en las que “ceden” dosis a países como Brasil son, en general, leoninas: recientemente se hizo público el Memorando de Entendimiento entre la Fiocruz y el laboratorio Astrazeneca (vacuna de Oxford), firmado el 31 de julio, y prevé la compra de 100 millones de dosis de la vacuna a un costo de 300 millones de dólares, no reembolsables si la investigación clínica da resultados negativos, así como no es reembolsable el importe adicional pagado por el gobierno brasileño para obtener transferencia de tecnología. Astrazeneca ha mantenido la patente sobre la fórmula de la vacuna y se ha otorgado el derecho de decidir hasta cuando va la pandemia – el entendimiento de que no se está en período pandémico implicará en elevación de precios. Se trata, como se ve, de aquellas clásicas “ayudas” que siempre han caracterizado las prácticas leoninas del imperialismo en las colonias y semicolonias.

No hay solución para este estado de guerra fuera de la elevación de la protesta popular y de la organización, paso a paso, del camino revolucionario. Pretender, como quiere el oportunismo, “infiltrarse” en el Estado para cambiarlo por dentro sólo implica desmoralización de los que lo hacen (por decirlo suavemente) y debilitamiento de las fuerzas populares. Dejar en boca de la extrema derecha el discurso antisistema es el mayor favor que se podría prestar a ella, y los pírricos resultados electorales obtenidos por los partidos reformistas lo atestiguan. De hecho, el propio Bolsonaro amarga el desgaste de gobernar con todo lo que está allí, y ni siquiera el escenario de 2020 se parece al de 2018 (en las principales capitales, hasta ahora, ha tenido resultados lamentables). Esto revela que las masas no ven perspectivas en el espectro político oficial. Para el orden, este es un grave peligro; para los demócratas revolucionarios, una oportunidad única. Como decía Virgilio Dante, a las puertas del infierno, “piensa que debemos subir mucho más alto y que fue poco el haber salido de este abismo”.

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