¡Viva la Comuna de Shanghái!

¡Viva la Comuna de Shanghái! 1
¡Derrotar la contracorriente «Unida»! ¡Defender al Comité Revolucionario de Shanghai hasta la muerte!, 1967

Uno de los grandes problemas del movimiento obrero y del movimien­to comunista internacional que ocasionaron la gran crisis, que aún no hemos superado, tiene que ver con la evaluación crítica de la construc­ción del socialismo y, sobre todo, con la forma del Estado necesario que haga posible el tránsito del socialis­mo al comunismo. Para algunos esto no tiene ninguna importancia; sin embargo, sin comprender este asun­to crucial y central de la revolución, la clase obrera no podrá conquis­tar ni consolidar la dirección de la sociedad.

A ese respecto, durante la Gran Revolución Cultural Proletaria en China los obreros revolucionarios tomaron la iniciativa de aprender de la Comuna de París y se propusie­ron llevar a la práctica sus lecciones instaurando la Comuna Popular de Shanghái, experiencia que queremos rescatar, con motivo del aniversario del Octubre Rojo.

La Gran Revolución Cultural Pro­letaria fue convocada en mayo de 1966, con ella se proponía impedir la restauración capitalista poniendo en la picota pública y destituyendo a los funcionarios del gobierno y del partido considerados como seguidores del camino capitalista.

El otoño del 66 marcó la exten­sión de la Revolución Cultural Pro­letaria de los centros académicos y estudiantiles a los centros obreros, convirtiendo a Shanghái en el foco de la tormenta revolucionaria. Desde las fábricas de la principal ciudad industrial y portuaria de la China, los obreros se insurreccionaron contra los gobernantes en la llamada «Tor­menta de Enero» sucedida entre diciembre de 1966 y enero de 1967. Allí los guardias rojos obreros y estu­diantiles, animados por los dirigentes comunistas proletarios, tomaron el poder inspirados, por los comuneros de París en 1871.

La iniciativa en esta nueva lucha entre el proletariado y la burgue­sía, entre los seguidores del camino socialista y los seguidores del camino capitalista, fue acogida por el Comi­té de la Revolución Cultural, depen­diente del Comité Central en Pekín, respaldando la iniciativa obrera de construir los órganos del poder pro­letario al estilo de la Comuna de París en las ciudades y provincias: con ins­tituciones legislativas y ejecutivas al mismo tiempo, cuyos funcionarios fueran elegibles y removibles en cual­quier momento, con salarios iguales a los de cualquier obrero; un poder real sustentado en el pueblo armado. Se trataba de avanzar en el camino de hacer cada vez más innecesaria la máquina estatal, dándole todo el poder a los obreros y campesinos.

El 5 de enero de 1967 fue publi­cado en el periódico Wenhui Bao de Shanghái el Mensaje a todos los habi­tantes de Shanghái donde se decía:

«Nosotros, los del grupo rebelde revolucionario, comprendemos claramente que, si no se lleva a cabo la gran revolución proletaria, perde­remos nuestra orientación en la pro­ducción y retrocederemos en la direc­ción del capitalismo… nosotros, los trabajadores del grupo rebelde revo­lucionario, debemos convertirnos enmodelos a la hora de ‘aferrarnos fir­memente a la revolución y promover la producción’».

Cuatro días después, el 9 de enero, fue publicado un Aviso Urgente a todos los ciudadanos de Shanghái, emitido por el Cuartel General de los Obreros Rebeldes Revoluciona­rios y respaldado por 31 organizacio­nes revolucionarias, en el que orde­naba a sus partidarios y seguidores que impidieran el pago repentino de primas por parte de los jefes de las fábricas, que con esta medida lison­jera pretendían conquistar apoyo para perpetuarse en sus puestos; igualmente llamó a que se congela­ran todos los activos de las fábricas y a quienes se disponían a viajar de vacaciones a volver al trabajo para impedir la maniobra de los seguido­res del camino capitalista de apagar el movimiento cerrando las fábricas y de achacarle a la revolución el paro de la producción; a su vez, el llamado ordenó confiscar los bienes de todos los capitalistas dándoles en el cora­zón a los nuevos burgueses empotra­dos en el Estado y a sus amigos de las empresas privadas; finalmente, anun­ció la toma del poder en las manos de ese nuevo organismo de poder.

La ola se extendió a Pekín, Tai­yuan y otras ciudades generalizan­do el poder directo de las asambleas de masas, las Comunas Populares, constituyéndolas en los órganos de la administración política, en las fábri­cas y empresas.

La proclamación de la Comuna Popular de Shanghái y su extensión a otras ciudades, exacerbó la lucha de clases, situación que fue aprovecha­da por la nueva burguesía, para des­legitimar la rebelión popular, crear caos y, en ocasiones, llamar a tomar el poder para preservar sus puestos y privilegios.

Ante los disturbios creados por los enemigos de la clase obrera, el Par­tido, a través de su Comité Central, adoptó una actitud conservadora enviando destacamentos del ejérci­to para «mediar» en algunos conflic­tos, e incluso el propio Mao Tse-tung desestimuló la iniciativa revolucio­naria de las masas orientado renun­ciar al camino abierto por la Comu­na de Shanghái. Y si la Comuna de París duró tres meses, la Comuna de Shanghái sólo tuvo un mes de vida, siendo reemplazada por los «Comi­tés de Triple Integración», compues­tos por un representante elegido por las asambleas de masas, un dirigente delegado por el Partido y un emisario delegado por el ejército.

Sin embargo, a pesar de su corta vida, la Comuna de Shanghái, como la Comuna de París, reafirmó la nece­sidad de no dejar piedra sobre piedra de la vieja máquina burocrático-militar: la enorme creatividad de las masas revolucionarias, su poderosa energía revolucionaria para destruir lo viejo y construir lo nuevo, su diver­sidad de expresiones organizativas y decisión para abordar y resolver los problemas de todo orden, empezan­do por la corrupción oficial, las des­igualdades económicas y sociales, la arbitrariedad de los funcionarios estatales y jefes de fábricas, el ejerci­cio de la plena libertad de expresión y de organización… no tienen paran­gón en la rica historia del movimien­to obrero, solo comparables a los primeros meses de los Soviets en la Rusia proletaria.

La actitud conservadora de los revolucionarios, empezando por Mao, le abrió el camino al fracaso de la Gran Revolución Cultural Pro­letaria y a la posterior restauración del capitalismo en China. Cortar la iniciativa revolucionaria de las masas condujo a que la lucha se centrara en las fracciones dentro del partido y a la disputa entre ellas por el control del aparato burocrático del Estado; esto dio como resultado que las masas, de protagonistas de la revolución desde abajo, quedaran convertidas en ins­trumento de las intrigas por arriba. Y lo peor de todo, que el ejército, pilar central de Estado, quedara intacto y jugando el supuesto papel de árbitro en la lucha, pero en realidad ejer­ciendo el poder de hecho en distintas zonas.

Lo ocurrido entre 1968 y 1976 si bien conservó la idea de criticar a los seguidores del camino capitalista y perseveró en la destitución de los funcionarios y dirigentes del parti­do, realmente no tocó la base de las instituciones del aparato burocrático del Estado; sobre todo del Ejército Popular de Liberación en las manos directas del revisionista y pro socia­limperialista ruso Lin Piao hasta su muerte en 1971.

Un asunto perverso fue la utiliza­ción de la figura de Mao para fomen­tar el culto a la personalidad por parte de la nueva burguesía, encabe­zada por Lin Piao y demás dirigentes revisionistas para usarlo contra los auténticos dirigentes comunistas y las masas revolucionarias.

El resultado del culto a la perso­nalidad condujo a que los dirigen­tes proletarios revolucionarios de la Gran Revolución Cultural Proletaria fueran tratados como una pandilla por la nueva burguesía después de la muerte de Mao, llamada por los nuevos mandarines chinos la «Banda de los cuatro» (Chiang Ching, Chang Chun-Chiao, Yao Wenyuan y Wang Hongwen), que fueron acusados y condenados por supuestos crímenes y abusos cometidos durante la Revo­lución Cultural.

Aun así, las ideas de estos héroes de la causa obrera, que pagaron con su vida la osadía de desafiar todo lo viejo, siguen incólumes en la memo­ria de los proletarios:

«La clave del problema de si puede vencer o no a la burguesía, de si avanza o permite la restaura­ción capitalista, reside en si puede o no persistir en el ejercicio de la dic­tadura omnímoda sobre la burgue­sía en todos los terrenos y durante todas las etapas del desarrollo de la revolución». (Acerca de la Dictadura omnímoda sobre la burguesía, Chang Chun-Chiao)

La causa más profunda de la derro­ta temporal del proletariado en poder debe buscarse en la forma política del nuevo tipo de Estado para ejercer la dictadura sobre la nueva burguesía en el socialismo. Ya Marx había puntua­lizado su importancia:

«La Comuna era, esencialmen­te, un gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase produc­tora contra la clase apropiadora, la forma política al fin descubierta para llevar a cabo dentro de ella la eman­cipación económica del trabajo». (La Guerra Civil en Francia, Marx – 1871)

Y esa forma política esencial del nuevo Estado no es otra que: el pue­blo armado y funcionarios elegibles y removibles por las masas en cual­quier momento, un nuevo poder que tiene su fuente en la iniciativa directa de las masas desde abajo, suprime el parasitismo del viejo Estado —poli­cía y ejército permanentes con el monopolio de las armas, y el ejér­cito de funcionarios burócratas— y es incompatible con cualquier otro poder superior al suyo.

Y si la Gran Revolución Cultu­ral Proletaria en China descubrió el método para continuar la revolución durante el socialismo, la Comuna de Shanghái reafirmó la forma del nuevo Estado para avanzar en hacia la desa­parición de todo Estado.

Comparte

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *