«Espartaco significa todas las miserias y aspiraciones a la felicidad, toda la determinación para la lucha del proletariado con conciencia de clase. Porque Espartaco significa socialismo y revolución mundial».
Escrito por Carlos Liebknecht el 14 de enero de 1919, un día antes de ser asesinado.
¡Asalto general contra Espartaco!
«¡Mueran los espartaquistas!», se grita por todas partes.
«¡Agarradlos, fustigadlos, ensartadlos, disparadles, remachadlos, pateadlos, hacedlos añicos!
Se perpetran abominaciones que eclipsan las abominaciones de las tropas alemanas en Bélgica.
«¡Espartaco vencido!» Se felicita toda la prensa, desde el Post a Vorwärts.
«¡Espartaco vencido!» Y los sables, los revólveres y las carabinas de la policía germánica reestablecida, junto al desarme de los obreros revolucionarios, aseguran su derrota.
¡Espartaco vencido! Bajo las bayonetas del Coronel Reinhardt, las metralletas y los cañones del general Lüttwitz, deben celebrarse las elecciones al Parlamento nacional —un plebiscito para Napoleón-Ebert.
«¡Espartaco vencido!» ¡Sí! ¡Los obreros revolucionarios de Berlín han sido derrotados! ¡Sí! ¡Muertos una centena de los mejores de entre ellos! ¡Sí! ¡Encarcelados varios cientos de los más entregados!
¡Sí, los han derrotado! Porque han sido abandonados por los marineros, los soldados, los guardias de seguridad, el ejército popular, con cuya ayuda contaban. Y sus fuerzas se han visto paralizadas por la indecisión y la pusilanimidad de sus dirigentes. Y los ha sumergido la inmensa ola de cieno contrarrevolucionario de los elementos atrasados del pueblo y de las clases poseedoras.
¡Sí, los han derrotado! Y era una necesidad histórica que fueran derrotados. Porque el tiempo no había llegado todavía. Y, sin embargo, la lucha era inevitable. Porque librar sin combate a los Eugen y Hirsch la jefatura de policía, ese baluarte de la revolución, hubiera sido una derrota deshonrosa. La lucha le fue impuesta al proletariado por los bandidos de Ebert; y arrastró a las masas berlinesas por encima de toda duda y sin vacilar.
Sí, los obreros revolucionarios de Berlín ha sido derrotados! Y los Ebert-Scheidemann-Noske han vencido. Han vencido porque el generalato, la burocracia, los aristócratas de chimeneas y campos, los curas y los sacos de dinero, y todo lo que es estrecho, mezquino y atrasado, les han ayudado. Han vencido con obuses, bombas de gas y lanzagranadas.
Pero hay derrotas que son victorias; y victorias más funestas que las derrotas.
Los derrotados de la semana sangrienta de enero han resistido gloriosamente, han combatido por algo grande, por el objetivo más noble de la humanidad sufriente, por la liberación material e intelectual de las masas pobres; han derramado por este fin sagrado su sangre, que de ese modo se ha santificado. Y de cada gota de esa sangre, esta simiente de dragón para los vencedores de hoy, surgirán vengadores de los caídos; de cada fibra desgarrada, nuevos luchadores de la gran causa, que es eterna e imperecedera como el firmamento.
Los vencidos de hoy serán los vencedores de mañana. Porque aprenden de la derrota. El proletariado alemán carece todavía de tradiciones y experiencia revolucionaria. Y sólo con ensayos a tientas y errores juveniles, dolorosos contratiempos y fracasos se puede adquirir la experiencia que garantice el éxito futuro.
Para las fuerzas vivas de la revolución social, cuyo crecimiento ininterrumpido es una exigencia de la ley de desarrollo social, una derrota es un estimulante. Y, de derrota en derrota, su camino conduce hacia la victoria.
¿Pero, y los vencedores de hoy? Han ejecutado su infame trabajo sangriento para una causa infame. Para los poderes del pasado, para los enemigos mortales del proletariado.
¡Y ya son inferiores! Porque ya hoy son prisioneros de aquéllos a quienes pensaban que podrían instrumentalizar, y de quienes ya eran de hecho los instrumentos.
Todavía dan su nombre a la empresa. Pero les queda un corto período de gracia.
Ya están en la picota de la historia. Jamás hubo en el mundo Judas como ellos, que no sólo han traicionado lo más sagrado que tenían, también lo han clavado con sus propias manos en la cruz. Del mismo modo que en agosto de 1914 la socialdemocracia oficial alemana cayó más bajo que cualquier otra, ahora presenta, al alba de la revolución social, la imagen más abominable.
La burguesía francesa se vio obligada a tomar de entre sus propias filas a los carniceros de junio de 1848 y de mayo de 1871. La burguesía alemana no ha necesitado molestarse a sí misma: son los «socialdemócratas» quienes realizan el trabajo sórdido, despreciable, cobarde, sangriento; su Cavaignac, su Gallifet, su Noske, el Deutsche Arbeiter.
Repique de campanas llamó a la masacre; música y pañuelos al viento, gritos de victoria de los capitalistas salvados del «horror bolchevique», festejan a la salvadora soldadesca. La pólvora todavía humea, todavía está en brasas el incendio de la matanza de obreros, están tendidos todavía los muertos, todavía gimen los proletarios heridos y ya los Ebert, Scheidemann y Noske pasan revista a las tropas asesinas, hinchadas de orgullo victorioso.
¡Simiente de dragón! Ya el proletariado mundial les da la espalda, estremecido, ¡a ellos, que se atreven a tender hacia la Internacional sus manos todavía humeantes de sangre de obreros alemanes! A ellos, que son rechazados con repulsión y desprecio incluso por quienes, en el vendaval de la guerra mundial, traicionaron ellos mismos los deberes del socialismo. Infectos, excluidos de las filas de la humanidad respetable, expulsados de la Internacional, odiados y abominados por todos los obreros revolucionarios, así se presentan ante el mundo.
Y toda Alemania se sumerge por su culpa en el deshonor. Traidores de hermanos, fratricidas, gobiernan al pueblo alemán. «¡Mi cuaderno, que debo escribirlo!»
¡Oh!, su magnificencia no durará mucho: un plazo de gracia y serán juzgados.
Un incendio arroja sus argumentos sobre millones de corazones, un incendio de indignación.
La revolución del proletariado, a la que han creído ahogar en sangre, se alzará sobre sí misma, gigantesca. Su primera consigna será: ¡Abajo los asesinos de obreros Ebert-Scheidemann-Noske!
Los apaleados de hoy han aprendido. Están curados de la ilusión de que podrían encontrar su salvación en la ayuda de las masas confusas de soldados; curados de la ilusión de que podrían fiarse de sus jefes, que se han rebelado débiles e incapaces; curados de la confianza en la Socialdemocracia Independiente, que los ha abandonado vilmente. Contando sólo con ellos mismos darán sus futuras batallas, alcanzarán sus futuras victorias. Y la frase «la emancipación de la clase obrera sólo podrá ser obra de la clase obrera misma» ha adquirido para ellos, a causa de la amarga lección de esta semana, un nuevo, profundo significado.
Y también los soldados engañados comprenderán pronto a qué juego se les ha empujado, cuando sientan de nuevo sobre ellos el látigo del militarismo reestablecido; también ellos despertarán de la embriaguez en que están sumidos.
«¡Espartaco vencido!» ¡Despacio! ¡Nosotros no hemos huido, no estamos derrotados! Incluso si nos encadenáis, ¡estamos aquí, y nos quedamos aquí! Y la victoria será nuestra.
Porque Espartaco significa: fuego e inteligencia, es decir, alma y corazón, es decir voluntad y acción de la Revolución del proletariado. Y Espartaco significa todas las miserias y aspiraciones a la felicidad, toda la determinación para la lucha del proletariado con conciencia de clase. Porque Espartaco significa socialismo y revolución mundial.
La marcha al Gólgota de la clase obrera alemana no ha finalizado todavía, pero el día de la liberación se acerca. El día del juicio para los Ebert-Scheidemann-Noske y para los potentados capitalistas que hoy se ocultan detrás de ellos. Hasta la altura del cielo golpean las olas de los acontecimientos: estamos acostumbrados a ser arrojados desde la cumbre a las profundidades.
Pero nuestro barco prosigue firme y orgulloso, derecho por su rumbo, hasta el objetivo final.
Y, espero que todavía vivamos cuando ocurra, nuestro Programa vivirá, regirá el mundo de la humanidad liberada. ¡A pesar de todo!
Bajo el estruendo del hundimiento económico que se aproxima, las masas todavía soñolientas del proletariado despertarán como si oyeran las trompetas del juicio final, y los cadáveres de los luchadores asesinados resucitarán y exigirán cuentas de los malditos. Hoy todavía, el bramido subterráneo del volcán; mañana hará erupción y enterrará todo bajo cenizas y ríos de lava incandescentes.