«Las mujeres constituyen la mitad del cielo, y si esta parte del cielo permanece serena, las tempestades del cambio que deben barrer el viejo mundo, se reducirán a nubarrones pasajeros».
Claudie Broyelle
No es casual que el 8 de Marzo Día Internacional de la Mujer, las clases dominantes quieran desviar esta conmemoración inspirada en las 129 valerosas mujeres, incineradas por su patrón porque osaron levantarse en huelga contra la opresión y explotación en la fábrica Cotton (New York) hace ya 110 años. Y aunque haya pasado más de un siglo, sigue vivo el odio de clase contra los asesinos, más ahora, cuando el capitalismo en su fase imperialista, se ensaña contra las mujeres, degradando cada vez más su papel y condición en la sociedad.
No olvidar la historia, y conmemorar un año más de este fatídico hecho es un deber en memoria de esas valientes mujeres, que dieron ejemplo y permitieron ampliar las miras, no solo de las obreras, sino de todas las mujeres en la sociedad a quienes es dedicado el 8 de Marzo como su Día Internacional de lucha.
Hoy corresponde a hombres y mujeres no dejar silenciar el verdadero motivo de la conmemoración del 8 de Marzo, recordando cómo las mujeres han sacrificado hasta su propia vida al recorrer el camino de su emancipación, y han demostrado su papel determinante en la noble causa del proletariado mundial, visto en las experiencias históricas de La Comuna de París y en las revoluciones de Rusia y China.
La opresión de la mujer tuvo su origen, en el surgimiento de la propiedad privada, causa del derrocamiento del derecho materno; desde entonces la condición de la mujer se sustenta en las relaciones de propiedad, en la forma de propiedad que se ejerce sobre los medios de producción y las correspondientes relaciones sociales de producción. En todas las formaciones económicas sociales basadas en la propiedad privada (esclavismo, feudalismo, capitalismo) la situación de la mujer ha sido de opresión. En el capitalismo, la sociedad burguesa basada en la propiedad privada, no da a la mujer la emancipación, sino únicamente la igualdad formal, jurídica. Lo que sí logra es crear las condiciones para que, con el triunfo socialista del movimiento obrero, las mujeres conquisten su emancipación. De un lado, la incorporación de las mujeres a la producción, hace que en su inmensa mayoría se conviertan en obreras iguales a los obreros en la fábrica y en el movimiento obrero, en parte inseparable del movimiento más revolucionario y emancipador que ha conocido la humanidad. De otro lado, la conquista de la igualdad formal, jurídica, hace más palpable la desigualdad real, pues el capitalismo no exonera a las mujeres de su condición de esclavas domésticas, implantando una doble opresión y doble explotación: la marital y la del burgués.
Las mujeres doblemente explotadas y oprimidas, no guardan ninguna ilusión en esperar que las mujeres de las clases opresoras tomen la bandera de su emancipación; y mucho menos que desde la ideología burguesa se exalte el valioso papel de la mujer en todos los asuntos de la sociedad. Esa es labor principal de los revolucionarios, entre quienes descuellan las mujeres, que una vez conscientes de la necesidad de destruir este asqueroso sistema, actuarán con doble odio —al opresor marital y al opresor de clase— y por tanto, con doble firmeza e ímpetu revolucionario.
Tampoco guardan ilusiones en la contienda electoral de los opresores y sus bufones reformistas, cuyas clases y partidos refinan las mentiras de siempre y ponen a candidatos de todos los colores a parlotear sobre «las reivindicaciones más sentidas del pueblo colombiano», cuando en realidad la mayoría de los trabajadores ya no les cree. «Superar la segregación y la discriminación» dice Petro; «brindar espacios óptimos de aseguramiento para mujeres niños y adolescentes» predica Ordoñez; «luchar contra los delitos que más afectan a la ciudadanía» rebuzna Vargas Lleras; «primero los pobres» masculla De la Calle; «Colombia necesita un cambio» vocifera Iván Duque; y las candidatas mujeres Piedad Córdoba y Marta Lucía Ramírez, gritan respectivamente: «Poder ciudadano» y «Por una Colombia honesta y fuerte». Ninguno mienta palabra sobre abolir la propiedad privada de los medios de producción, que es la base económica material de la esclavitud asalariada y de la opresión de la mujer, pues todas las clases, partidos y candidatos que se disputan los puestos del Congreso y del Gobierno en las elecciones, lo hacen con el compromiso de preservar la explotación asalariada y el poder del Estado, es decir, preservar el poder económico y político de los capitalistas, y por tanto, mantener intacta la doble opresión de la mujer, disfrazada de normas y leyes escritas con letra muerta sobre el papel mojado de la hipocresía burguesa.
Ante la evidente situación degradante de la mujer el Estado colombiano no pudo callar más, y para lavarse las manos y posar de benefactor en el 2008 publica la ley 1257 que dicta normas de sensibilización, prevención y sanción de formas de violencia y discriminación contra las mujeres. Era tan «firme» la medida que solo 3 años después lo reglamenta en un decreto 4799 de 2011 para garantizar el efectivo acceso de las mujeres a los mecanismos y recursos que establece la Ley para su protección, como instrumento para erradicar todas las formas de violencia contra ellas.
Colombia como país capitalista inserto en el sistema mundial imperialista, se caracteriza por la amplia producción de normas, pero como en todo Estado de las clases explotadoras, existe una gran brecha entre la «igualdad» formal de la que habla la Ley y la desigualdad real que se vive en los hechos. Se hace la norma, pero en la práctica no se soluciona nada, dejando en la mente de los trabajadores la idea subliminal de un Estado protector y de un sistema igualitario y democrático.
La plena igualdad de la mujer sólo será posible con la abolición de la propiedad privada; es decir, que mientras ello no suceda la mujer seguirá estando en desventaja frente al hombre. De ahí que la igualdad que le otorga la burguesía a las mujeres es sólo formal y jurídica, no en los hechos, su situación sigue siendo no sólo de explotación y de opresión por parte de la burguesía y el Estado, en el caso de las mujeres proletarias, sino también de opresión de todas las mujeres por parte de los hombres, quienes en la familia representan el papel opresor del Estado en la sociedad.
Hoy corresponde prestar atención especial a la situación de la mujer, a sus reivindicaciones, a su falta de igualdad real, a su educación para sacarlas de la pasividad e inconsciencia sobre las verdaderas causas de su situación, sus verdaderos enemigos y la verdadera emancipación. Armarlas para la lucha, no solo a las obreras, sino también a las que están en el hogar, a las campesinas, incluso a las mujeres de la pequeña burguesía, a que participen en los movimientos liberadores, a que se organicen, a crear las condiciones para que desaten su fuerza revolucionaria, no contra los hombres, embrutecidos y degradados por el ambiente social, sino especial y primordialmente contra este maldito sistema moribundo que descarga sobre las mujeres los peores horrores. Ayudarles a que despierten a la vida política, como protagonistas conscientes en la lucha revolucionaria por su emancipación como parte de la emancipación de la clase obrera. Vincularlas a las organizaciones revolucionarias de los comunistas cuya tarea primordial hoy es construir el Partido político del proletariado, destacamento de vanguardia de la clase y de la revolución donde las mujeres no pueden estar ausentes, son indispensables, imprescindibles, pues como dijera Marx «Cualquiera que conozca algo de historia sabe que los grandes cambios sociales son imposibles sin el fermento femenino». Por consiguiente, el cambio de base que hoy necesita la sociedad colombiana y el mundo en su conjunto, el triunfo de la revolución proletaria, es inconcebible sin la intervención de la mujer.
Comité de Dirección – Unión Obrera Comunista (mlm)
8 de Marzo de 2018