
Para los obreros y campesinos revolucionarios, comprometidos en la construcción del Partido del proletariado y del rumbo de la sociedad colombiana y mundial, es importante resolver la vieja discusión respecto al carácter de sociedad en Colombia de donde se derivan las tareas revolucionarias, así como la estrategia y la táctica en la lucha por el poder del Estado.
Dos han sido las posiciones en contienda desde los años sesenta a ese respecto:
La primera, expresada y defendida por algunos compañeros y camaradas equivocados que se amparan en las existentes y reales manifestaciones de semifeudalidad en la sociedad para deducir, de allí, el carácter de sociedad como semifeudal, de donde se desprende en consecuencia el carácter de la revolución como burguesa de nuevo tipo o de Nueva Democracia, la fuerza principal de la misma como el campesinado, la alianza necesaria entre el proletariado, el campesinado y la burguesía nacional, y la vía estratégica para conquistar el poder a través de una guerra popular prolongada que mediante la revolución agraria y desde las bases de apoyo en el campo, cerquen las ciudades.
La segunda, expresada y defendida por los comunistas marxistas leninistas maoístas en los años sesenta en el Partido Comunista de Colombia (Marxista-Leninista), que sustentaron y demostraron el predominio de la relaciones capitalistas aunque con importantes rezagos de semifeudalidad; y en los años noventa desde la revista Contradicción demostraron que las relaciones capitalistas se habían impuesto en la sociedad, donde las manifestaciones de semifeudalismo no tienen relevancia en la economía social, llegando a la conclusión de que Colombia es un país capitalista inserto en el sistema imperialista mundial como país oprimido, por consiguiente, la fuerza principal de la revolución es la alianza obrero campesina, la vía estratégica para conquistar el poder será la guerra cuyo desarrollo más probable es la insurrección que tendrá como centro las ciudades y se extenderá al campo.
Hoy esta lucha entre dos concepciones, métodos y puntos de vista, que expresan en el fondo la lucha entre los intereses de clase del proletariado y de la pequeña burguesía, vuelve a tomar importancia, pues la preparación del Congreso del Partido exige la derrota de los programas burgueses y pequeño burgueses.
Respecto a la primera concepción, método y punto de vista se expresa con frecuencia en el blogNueva Democracia y particularmente en el artículo Expresiones de semifeudalidad en el caribe colombiano que tomaremos como ejemplo porque ilustra los equívocos de los compañeros.
El socialismo científico exige partir de la materialidad de los fenómenos, siendo la ciencia la luz que guía el análisis concreto de la situación concreta, el alma viva del marxismo al decir de Lenin. A ese respecto, por allá en 1964 en lucha contra el revisionismo, los marxistas leninistas de la época, en vísperas del X Congreso que dio vida al Partido Comunista de Colombia (Marxista-Leninista), decían en Tribuna del Congreso No. 3:
«El método de los comunistas consiste en estudiar la realidad mundial y nacional a la luz de la teoría científica del proletariado y actuar sobre ella creando su propia estrategia y su propia táctica, produciendo, por lo tanto, un desarrollo constante de dicha teoría. Para ello hay que distinguir claramente entre los principios fundamentales del Marxismo-Leninismo cuya adulteración y deformación intenta el revisionismo, y las experiencias de los partidos y los pueblos que deben aprovecharse, pero que no pueden ser trasladados mecánicamente. Dogmatismo es creer que todo está ya dado en los principios y en la experiencia y olvidarse de que ‘aplicar en marxismo, es crear y desarrollar, no copiar y trasladar’».
Es decir, partir de la realidad y no de los deseos, contrariando este método en el artículo mencionado, el escritor parte de las conclusiones preestablecidas en su pensamiento y recurre a una cita de la Internacional Comunista de 1922, y del comunista peruano José Carlos Mariátegui de 1929, para autorizar su argumento:
«En Colombia se mantienen las relaciones semifeudales de explotación, sobre la base de un capitalismo impulsado por y al servicio del imperialismo, principalmente yanqui, que no resolvió las tareas democráticas propias de las revoluciones burguesas, de la cual la principal es la democratización de la tierra».
De allí para adelante, apoyándose en Mariátegui, que caracterizó al Perú de la época como una sociedad semifeudal y señala que el latifundio, la servidumbre y el gamonalismo son tresexpresiones de esta, define en qué consisten estas tres expresiones de semifeudalidad y luego, apoyándose en las cifras del último el censo Agropecuario del Dane en 2014 se propone demostrar el carácter semifeudal de la sociedad, «confirmando» su análisis con algunos ejemplos y casos concretos del Caribe colombiano.
Seguramente las investigaciones sobre los hechos reales de manifestaciones de semifeudalidad tienen el valor de lo concreto y es necesario tenerlos en cuenta, así como otras manifestaciones precapitalistas existentes (incluidas las de trabajo esclavo o de comunismo primitivo), pero tales manifestaciones no tienen una gran importancia y peso en el conjunto de la sociedad colombiana, donde imperan las relaciones capitalistas que determinan la formación económico social.
Antes de meternos a examinar los prejuicios con los que el articulista trata los datos estadísticos del censo del Dane para “demostrar” su conclusión anticipada, es necesario decir unas palabras sobre el desarrollo “clásico” del capitalismo, puesto que este ha sido el principal caballo de batalla de los defensores de la semifeudalidad que, curiosamente, esconden todo cuanto dijeron Marx enEl Capital y Lenin en El Desarrollo del capitalismo en Rusia acerca de cómo se desarrolla el capitalismo en el campo. Textos que han demostrado su validez universal y sirven de luz para comprender la realidad concreta de los distintos países, y que utilizaremos ofreciendo disculpas al lector por la cantidad y extensión de estas.
Las leyes del desarrollo “clásico” del capitalismo
Los solos datos de población bastarían para comprobar la descampenización, como la llamaba Lenin, o el despoblamiento del campo que es igual a la proletarización de la población colombiana. Según el Censo de 2018, Colombia contaba con 48 258 494 habitantes, el 77.1 % ubicados en áreas urbanas o cabeceras municipales; el 7.1 %, en centros poblados, y el 15.8 %, en zonas rurales dispersas. Esa que ha sido la tendencia histórica puede confirmarse con los datos más frescos: la población urbana de Colombia es del 80.51 % del total, lo que representa aproximadamente 43.01 millones de personas, mientras que la población rural constituiría el 19.49% restante de la población total de 53.43 millones de habitantes estimada. Lo cual solo confirma que aquí también se cumple la ley general de población del capitalismo, formulada por Marx con toda exactitud:
«Por su naturaleza misma, el modo capitalista de producción hace disminuir constantemente la población agrícola con respecto a la no agrícola, ya que en la industria (en el sentido estricto) el crecimiento del capital constante a cuenta del variable va ligado al crecimiento absoluto del capital variable a pesar de su disminución relativa. En la agricultura, por el contrario, el capital variable, requerido para trabajar un campo dado, disminuye en sentido absoluto; por consiguiente, el crecimiento del capital variable es sólo posible cuando se cultiva una nueva tierra, y eso presupone a su vez un aumento aún mayor de la población no agrícola». (El Capital, T. III. sección sexta, capítulo XXXVII).
Además, hay que señalar que una particularidad en Colombia de esta ley general es que el principal mecanismo mediante el cual se ha efectuado este rápido despoblamiento del campo ha sido la violencia, que a su vez es una manifestación social de un proceso económico velado: la renta diferencial de la tierra; donde las distintas facciones de la burguesía para obtener la renta diferencial sin tocar para nada la renta absoluta (la que dimana del monopolio de la propiedad privada sobre la tierra) se ha convertido en la causa principal del acelerado despoblamiento relativo y, por períodos y en algunas regiones, del despoblamiento absoluto del campo.
Sin embargo, esa no es la única causa: también operan en este despoblamiento del campo las causas clásicas comunes a todos los países donde el capitalismo se ha apoderado de la producción agrícola: el hambre, el desempleo en el campo, el justo deseo de los jóvenes de conocer mundo, el servicio militar obligatorio, etc.
Lo dicho hasta aquí es la descripción de «el proceso de disgregación de los pequeños agricultores en patronos y obreros agrícolas» al decir de Lenin. La esencia del proceso es la diferenciación del campesinado en las clases típicas del capitalismo y no la pervivencia del semifeudalismo.
Por consiguiente, en la agricultura se han desarrollado completamente unas relaciones sociales de producción basadas en el trabajo asalariado y ésta es la manifestación principal del capitalismo en la agricultura, también en palabras de Lenin.
Prejuicios sobre el latifundismo:
Dice el articulista al que nos hemos referido:
«Latifundio se refiere a la concentración de mucha tierra en pocas manos, grandes propiedades en manos de los terratenientes y al carácter feudal de esa gran propiedad.
Primero, en cuanto a la concentración de la tierra tenemos que Colombia es el país más desigual en la tenencia de la tierra en América Latina. El 81% de la tierra está en manos del 1% de los propietarios, mientras que el 19% de la tierra está en manos del 99% de los propietarios. Segundo, respecto a la gran propiedad de carácter feudal tenemos que, según cifras del último Censo Nacional Agropecuario (2014), de las 43 millones de hectáreas que tienen vocación agrícola, el 80% está ocupado por pastos y rastrojos, mientras solo el 19,7% es destinado a uso agrícola y el 0,3% se usa en infraestructura para la producción. En la práctica eso significa que, en nuestro país cada vaca de los terratenientes tiene una hectárea y media para ella sola. En un país con un desarrollo capitalista clásico, como por ejemplo Holanda, en cada hectárea de tierra se agrupan hasta 140 vacas. Así, la tierra utilizada para ganadería en nuestro país es 140 veces menos productiva que en Holanda. Por su parte, la fuerza de trabajo campesina se encuentra con una limitación material en su afán por desarrollar el campo para conquistar mejores condiciones de vida: no tiene tierra o tiene muy poca».
El primer asunto que salta a la vista es el “olvido” de la existencia de la guerra contra el pueblo que ha despojado a los campesinos de por lo menos 11 millones de hectáreas de tierra desde los años 80 hasta la actualidad y que para la época del censo, gran parte de ellas se encontraban abandonadas, el 80% de las mismas denunciaba la Comisión de Juristas en el 2010 ¿cuántas de esas hacían parte de las consideradas ocupadas por pastos y rastrojos?, ¿tan siquiera las tuvo en cuenta el articulista?
El 22 de enero del 2024, a 20 años de la Sentencia de la Corte Constitucional sobre el Estado de Cosas Inconstitucional con respecto al desplazamiento forzado, a 14 años de la aprobación de la ley de restitución de tierras y 9 años de la firma del “acuerdo de paz” del Estado con las FARC, la directora de la Unidad para las Víctimas, Patricia Tobón Yagarí, reconocía que «de las más de ocho millones de personas que están incluidas en el Registro Único de Víctimas (RUV) por desplazamiento forzado» la gran mayoría no han sido reparadas, resaltó que los rezagos que se identifican, este componente requiere de un mayor esfuerzo presupuestal para ser superado.
¿Por qué no han sido devueltas las tierras despojadas y qué significa desde el punto de vista del marxismo la concentración de la tierra?
Pues bien, si se tienen en cuenta los factores del despoblamiento del campo y la concentración de la tierra en Colombia, tenemos que esto no es sinónimo de latifundismo feudal como dice el articulista, sino que tiene de por medio la ganancia extraordinaria del capital que surge, no del capital, sino de la utilización por éste de una «fuerza natural monopolizable y monopolizada», la cual se convierte en una renta del suelo, es decir, corresponde al propietario de la tierra. Esta es una renta diferencial.
La propiedad territorial, según Marx:
«…no crea la parte de valor que se convierte en ganancia extraordinaria, sino que se limita a permitir que el terrateniente […] haga pasar esta ganancia extraordinaria del bolsillo del capitalista al suyo propio. No es la causa de que esta ganancia extraordinaria se produzca, sino de que adopte la forma de la renta del suelo y, por tanto, de que esta parte de la ganancia o del precio de la mercancía sea apropiado por el terrateniente…» [Marx, El Capital T. III, sección sexta, capítulo XXXVIII].
La renta diferencial nace, o de la fertilidad natural de las tierras de su situación favorable (renta diferencial I), o de las inversiones sucesivas de capital en la misma tierra (renta diferencial II). La renta absoluta nace del monopolio de la propiedad territorial. Es el tributo que paga la sociedad al monopolio de la propiedad privada del suelo. En Colombia la gran vitalidad de la clase de los grandes terratenientes facilita la creencia de que la sociedad está en una etapa precapitalista o semifeudal como asegura el articulista.
Pero tal vitalidad se explica por la renta diferencial II expuesta por Marx en El Capital:
«… cuanto más capital se invierta en la tierra, cuanto más desarrollada se halle la agricultura y la civilización en general dentro de un país, tanto más aumentarán las rentas […] más gigantesco será el tributo que la sociedad vendrá obligada a pagar a los grandes terratenientes bajo la forma de excedentes de ganancias…». La quimera de una capitalismo sin terratenientes es una utopía de la pequeña burguesía constantemente arruinada y arrojada a las filas de los desposeídos, de los proletarios.
«…el régimen de producción capitalista presupone, de una parte, la emancipación del productor de la posición de mero accesorio de la tierra (en forma de vasallo, de siervo, de esclavo, etc.), y, de otra parte, la expropiación de la masa del pueblo con respecto a la tierra misma. En este sentido, podemos decir que el monopolio de la propiedad territorial constituye una premisa histórica y se mantiene como base constante del régimen de producción capitalista y de todos los sistemas de producción anteriores basados bajo una u otra forma en la explotación de las masas. Ahora bien, la forma en que la producción capitalista incipiente se encuentra con la propiedad territorial no es su forma adecuada. La forma adecuada de propiedad territorial la crea el propio régimen de producción capitalista al someter la agricultura al imperio del capital, con lo que la propiedad feudal de la tierra, la propiedad feudal y la pequeña propiedad campesina combinada con el régimen comunal se convierten también en la forma adecuada a este sistema de producción, por mucho que sus formas jurídicas puedan diferir». Marx, El Capital T. III, sección sexta, capítulo XXXVII.
Las relaciones capitalistas de producción que se han desarrollado en la agricultura colombiana originan un remanente de la ganancia agrícola sobre la ganancia media. Este remanente es la renta del suelo. En apariencia la renta surge de la tierra misma, como si se debiera a una cualidad inherente a la tierra. Esta apariencia conduce a una concepción falsa de la renta y se basa en dos hechos: 1. la renta en trabajo y la renta en especie de la economía feudal, forman parte de la génesis histórica de la actual renta capitalista del suelo; 2. un alto porcentaje (el 80%) de la burguesía agraria en Colombia es a la vez terrateniente.
El articulista evade la naturaleza del fenómeno y en lugar de esforzarse por entender lo que dictan los hechos reales, encuentra en ellos la justificación de sus prejuicios:
«Las empresas imperialistas y los grandes burgueses, ambos a su vez latifundistas, ya sea porque cuenten con los títulos de las grandes propiedades o porque en los hechos son quienes explotan estas propiedades y se usufructúan de ellas, mantienen la gran propiedad, se coluden con el poder terrateniente feudal y lo resguardan, sometiendo a sus trabajadores a relaciones semifeudales de producción.
Un ejemplo de ello, es la multinacional estadounidense Chiquita Brands, de la agroindustria del banano, que fue condenada hace unos años, por financiar el paramilitarismo en Colombia. Otro ejemplo, es el de la empresa Urapalma, de la agroindustria de la palma, de la cual varios socios e integrantes de su junta directiva, fueron condenados por “los delitos de concierto para delinquir agravado, desplazamiento forzado e invasión de tierras, probándoseles, así mismo, nexos con grupos paramilitares” (Contraloría General de la República). Las pocas empresas condenadas por vínculos con el paramilitarismo, son solo la punta del iceberg, hay muchas otras que lograron evadir la justicia».
El ejemplo solo demuestra la voracidad de los capitalistas nacionales y extranjeros y el papel de la violencia reaccionaria para despojar a los pobres del campo y someter a los proletarios mediante el terrorismo. Y por supuesto que hay más sobre la concentración de la tierra y no solamente producto de la guerra contra el pueblo y que no tienen nada que ver con el supuesto latifundismo feudal y sí con el capitalismo:
En el Magdalena Medio a mediados de los años 80 inició con la compra de la tierra por un sector de la burguesía ligada al negocio de los sicotrópicos, complementada con la expropiación de los pequeños y medianos propietarios mediante la violencia reaccionaria, convirtiendo las grandes extensiones en fincas ganaderas y productoras de palma de aceite. En otras regiones como en la altillanura, entre los años 2010 – 2012 sectores de la burguesía monopolista colombiana como Sarmiento Angulo y grandes monopolios imperialista como Cargill, entre otros tantos, compraron miles de hectáreas para la producción de palma y de cereales, a campesinos cuyos títulos fueron entregados como beneficiarios de la reforma agraria entre 1991 y 1998; esas tierras estaban entre las que el censo del 2014 cuenta como rastrojos y pastizales. En otras regiones como en Montes de María más de cincuenta masacres, miles de personas desaparecidas y desplazadas, y pueblos arrasados por los grupos paramilitares, las fuerzas militares y los grupos guerrilleros despojaron a sangre y fuego a los campesinos, adjudicando las tierras a sus testaferros que posteriormente las vendieron a “compradores de buena fe” como la compañía de cementos Argos (que cotiza en la Bolsa de Colombia y tiene grandes inversiones en Estado Unidos y Sudáfrica); compañía que se apoderó de más de 6 600 hectáreas entre los años 2005 y 2012 para la producción de teca y palma de aceite, y a quien hasta el 2021 le habían ordenado la restitución de 1.224,8 hectáreas a familias campesinas.
Todos estos casos, incluidos los mencionados por el articulista, han sido documentados extensamente por los órganos de control del Estado burgués, por la Comisión de la Verdad, el Centro de Memoria Histórica y diversas ONG. Pero todos estos hechos muestran, no las especulaciones sobre la vitalidad de la supuesta semifeudalidad que parecieran añorar sus defensores, sino la concentración de la tierra como producto de la vinculación del capital al campo.
Finalmente, desde la crisis económica del capitalismo mundial iniciada desde el 2008 hasta ahora, se impuso en el mundo la tendencia a la compra de grandes extensiones de tierra que niegan la tesis peregrina de que tal cosa sea latifundismo feudal: grandes compañías imperialistas y monopolistas privados como Elon Musk o Bill Gates, incluso universidades como Harvard se han apoderado de gigantescas extensiones de tierra, y no solo en Estados Unidos sino en otros países. Han sido diversos y variados los informes (incluidos los de la ONU) sobre el fenómeno:
Solo como ilustración de esta tendencia, en el 2008 los 100 propietarios privados de tierras más grandes −los “latifundistas”− de Estados Unidos poseían, en conjunto, alrededor de 11 millones de hectáreas de tierra, en el 2018 la cifra había aumentado a más de 16 millones, y entre los 100 mayores terratenientes privados, solo los 5 primeros acumulan alrededor de 4 millones de hectáreas, el 25% del total, lo que implica un área dos veces mayor que la de El Salvador; algunos de ellos con cerca de 1 millón de hectáreas como la familia Emmerson con 987 442 hectáreas; John Malone director de Liberty Media con 890 309 hectáreas; Ted Turner con 809 372 hectáreas, y Stan Kroenke con 713 057. ¿Se volvió latifundista feudal Jhon Malone el dueño de uno de los monopolios de las comunicaciones?
Según la ONG Uneven Group en su informe del 2020: «Una tendencia clara en la mayoría de los países de bajos ingresos es el aumento del número de explotaciones agrícolas, combinado con un tamaño cada vez más reducido de las mismas. En todo el mundo, y especialmente en los países de ingresos más altos, las grandes explotaciones agrícolas son cada vez más de mayor tamaño».
Esto solo evidencia y confirma la tendencia general del capitalismo a concentrar cada vez más todos los medios de producción en pocas manos, la tierra incluida, ya advertida por Marx en El Capital. Tendencia que en la época del imperialismo se acentúa con mayor intensidad y en los últimos años de manera acelerada en todo el mundo, como una forma de invertir el capital sobrante y paliar la crisis de sobreproducción. Hecho que solo muestra el grado extremo del parasitismo y descomposición en que ha caído el imperialismo y no la vitalidad de la feudalidad.
Prejuicios sobre la servidumbre:
Dice el articulista en cuestión que:
«La servidumbre se refiere a la pervivencia, de manera sistemática, de relaciones de producción precapitalistas. Los campesinos no son dueños ni de la tierra, ni mucho menos del trabajo que producen si no que deben entregar la mayoría de este a los dueños de la tierra, a cambio de poder trabajar o incluso alimentarse. Es decir, los campesinos son siervos que prestan un servicio sin obtener un salario o remuneración suficiente por dicho trabajo».
Y todo el sustento para decir que Colombia es semifeudal se basa en unos cuantos testimonios e incurre en el mismo sesgo que sus referencias a la tenencia de tierra, desconociendo que en el campo se impusieron las relaciones de trabajo asalariado y capital, siendo las manifestaciones de trabajo en especie un remanente sin ningún peso en la economía social, y lo curioso es que adorna la superexplotación capitalista del proletariado agrícola, manifiesto en el pago del salario por debajo del valor de la fuerza de trabajo, con «servicio sin obtener un salario o remuneración suficiente por dicho trabajo».
O la queja pequeñoburguesa y romántica de quien pretende devolver la rueda de la historia señalando que:
«En el campo colombiano, quienes tienen grandes extensiones de tierra y grandes capitales, no han desarrollado una agroindustria que produzca para el país y que ocupe la mano de obra de los miles de campesinos pobres que solo tienen sus manos para trabajar y que anhelan tener tierra para sembrar y vivir dignamente».
Desconociendo lo ya advertido por Marx desde el siglo XIX:
«Tan pronto como la producción capitalista se adueña de la agricultura, o en el grado en que la somete a su poderío, la acumulación del capital que aquí funciona hace que aumente en términos absolutos la demanda respecto a la población obrera rural, sin que su repulsión se vea complementada por una mayor atracción, como ocurre en la industria no agrícola. Por tanto, una parte de la población rural se encuentra constantemente avocada a verse absorbida por el proletariado urbano o manufacturero y en acecho de circunstancias propicias para esta transformación. (La palabra «manufacturero”, tal como aquí se emplea, engloba a toda la industria no agrícola). Como vemos, esta fuente de superpoblación relativa flota constantemente. Pero, su flujo constante hacia las ciudades presupone la existencia en el propio campo de una superpoblación latente constante, cuyo volumen sólo se pone de manifiesto cuando por excepción se abren de par en par las compuertas de desagüe. Todo esto hace que el obrero agrícola se vea constantemente reducido al salario mínimo y viva siempre con un pie en el pantano del pauperismo». Marx, El Capital T. 1, sección séptima, capítulo XCIII.
Como se ve las condiciones del proletariado agrícola en Colombia, que el articulista describe como campesinos precarizados, en condiciones de informalidad y demás condiciones de extrema miseria, son en realidad obreros superexplotados. Esto refleja el prejuicio la pequeña burguesía, que sueña con un capitalismo humanitario, no explotador ni expoliador, cuando en realidad el capitalismo, y con mayor razón en la época del imperialismo y en las condiciones de un país oprimido como Colombia, solo puede subsistir a cuenta de degradar salvajemente las dos únicas fuentes de riqueza: los hombres y la naturaleza, en palabras de Marx.
Y como un hecho curioso, el articulista no hace ninguna referencia a la aparcería, que ha sido clásicamente una forma de transición entre las relaciones feudales y las capitalistas y por tanto la representación típica de semifeudalismo. En Colombia, la aparcería ha sido una relación que en la década del 50 era ampliamente predominante, donde el trabajo se realizaba con los aperos del campesino y el pago de la renta de la tierra era en trabajo y en especie. A finales del 60 y comienzos del 70 (en pleno auge del movimiento campesino) se da una abigarrada mezcla del pago en trabajo y en especie con el pago en dinero y con la relación basada en el salario para el aparcero.
En el Censo de 1970 la aparcería ocupaba el 8.3 % de las Unidades de Producción Agropecuarias (UPA) y en el Censo del 2014 apenas ocupa el 1.5 % de las mismas. Y nada hace pensar que ese proceso se haya revertido; esta además es una relación que oculta el contenido de la relación típicamente capitalista de producción: el capitalista (en este caso también propietario de la tierra, es decir, a la vez terrateniente) invierte su capital en el agro: una parte como capital constante (aperos, instalaciones, semillas, abonos y otros insumos) y otra como capital variable (el equivalente al salario mínimo que está obligado a “adelantar” al aparcero, formalmente a cuenta de la participación de este en las “ganancias”). Y era tan reconocida como capital variable desde el 70, es decir capital invertido en comprar la fuerza de trabajo para la producción, que en el momento de la supuesta “partición”, los tales “adelantos” se descuentan de la parte del aparcero, cuando hay ganancia; y si no la hay, el aparcero no está obligado a devolución alguna de los tales “adelantos”.
En realidad, esta es una relación asalariada de producción disfrazada con el viejo manto de la aparcería. Poco cuenta el hecho de que en algunos casos el aparcero tenga como supuesta gabela el derecho a cultivar por su cuenta una pequeña parcela. Quien sepa cómo funciona el capitalismo en el campo, sabe el papel que juega este acceso del proletario a la tierra, en el conjunto de las relaciones de producción en el campo: retener mano de obra barata para las plantaciones de cultivos comerciales y la ganadería.
En resumen, el contenido real de la aparcería en Colombia ha evolucionado y se ha convertido en una de las modalidades de retención de los trabajadores en la tierra para la obtención de fuerza de trabajo asalariado, barata y próxima a las haciendas capitalistas; es decir que se ha convertido en una modalidad de la explotación capitalista de la tierra. Por tanto, fue y sigue siendo una de las formas más adecuadas para asegurar la reproducción de las relaciones sociales capitalistas del conjunto, al punto que algunos de los intelectuales de la burguesía por estos días la aplauden y se quejan de que en Colombia haya desaparecido legalmente, porque según ellos es una forma de “empoderamiento” de los pobres del campo, pero sobre todo, de aumentar la productividad.
Prejuicios sobre el gamonalismo:
Al igual que como juzga la apariencia de la tenencia y concentración de la tierra, y la arbitraria comparación latifundio vs minifundio para justificar su teoría de la semifeudalidad, supuestamente imperante en Colombia, el articulista pretende asustar con el coco de que el terrateniente feudal es quien ejerce el poder sobre el campo:
«Gamonalismo es la expresión en lo político del latifundio. Es el poder absoluto que tiene el terrateniente sobre la vida económica, social y política de los campesinos, solo posible por la concentración de la tierra».
En realidad el “gamonalismo” existe en todos los países y los casos que describe el articulista pueden observarse en cualquier país, con más o menos énfasis, pues el imperialismo es la reacción en toda la línea y los grandes monopolios y el capital financiero someten a toda la sociedad a sus designios de las más aberrantes y degradadas formas, el hecho de que los capitalistas pasen por encima de la constitución y de la ley burguesa y ejerzan la dictadura disfrazada de democracia, solo expresa la añoranza de un capitalismo inexistente. Ni siquiera en los países donde se impuso el capitalismo “clásico” del que románticamente habla el articulista pudo desprenderse de la monarquía, la peor de la excrecencias del régimen feudal como en Inglaterra y otros países de Europa.
Por todo lo visto anteriormente, es exacta la conclusión expuesta en el Programa Para la Revolución en Colombia, propuesto como base de unidad para el Partido de la clase obrera por la Unión Obrera Comunista (marxista leninista maoísta) y que todo obrero consciente e intelectual revolucionario debe conocer y estudiar:
«En Colombia se ha impuesto y desarrollado el capitalismo en el campo por la vía reaccionaria; es decir, no por la vía de la revolución campesina, de la expropiación de la gran propiedad terrateniente para entregarles la tierra a quienes la trabajan, los campesinos, sino por la vía del acuerdo entre los terratenientes y la burguesía, que garantiza los privilegios de los grandes latifundistas que viven de la renta de la tierra sin trabajar. ‘Esta vía es dolorosa para las masas trabajadoras del campo; costosa socialmente; impregna a toda la sociedad burguesa de un carácter especialmente reaccionario; enfeuda a la burguesía y aburguesa a los terratenientes; pone de presente con especial agudeza, todas las contradicciones insuperables que clásicamente conlleva el capitalismo en la agricultura’. Tal desarrollo del capitalismo ‘no ha significado, ni la liberación económica, ni la emancipación política, ni la ilustración cultural para las masas trabajadoras del campo. El desarrollo del capitalismo en el agro colombiano a través de la vía terrateniente ha sido a costa del sufrimiento, del hambre, de la opresión política y del peligro de la degeneración espiritual de los trabajadores… de todos los pobres del campo y de todos los obreros de la ciudad’».






