Polémica a propósito del “pacto histórico” (2)

Polémica a propósito del “pacto histórico” (2) 1

Presentamos otra entrega de la polémica entre dos viejos revolucionarios alrededor del llamado pacto histórico. 
La pasada coincidió con la “salida” de Armando Benedetti del acuerdo y según las últimas noticias, por intermediación de Petro, Bolívar y Benedetti hicieron las paces nuevamente. Parece que al final de cuentas el politiquero de marras sí hará parte de la Colombia Humana y del “pacto histórico”
.


Frente a quién está piloteando realmente a la izquierda legal, me concede la razón a medias; primero, porque en efecto reconoce que no es una tarea correcta y usted en particular, no está de acuerdo además con cargarle ladrillos a Roy Barreras con lo del “Chao Duque”; sin embargo, me acusa a renglón seguido de sectarismo y unilateralidad porque:

“Construir la convergencia de las fuerzas opositoras a la derecha por parte de los revolucionarios y la izquierda no es una tarea fácil; de antemano sabemos que siempre se acercarán socialdemócratas, reformistas y oportunistas de todos los pelajes pero no por eso se puede descalificar el pacto histórico”.

Creo que se equivoca al endilgarme sectarismo y unilateralidad. Sé perfectamente que en toda alianza o acuerdo se deben hacer concesiones y reconozco que siempre se acercarán a las tareas personajes y organizaciones “indeseables”. Eso es inevitable por cuanto se trata de alianzas o acuerdos con representantes de clases distintas.

Pero de eso se trata justamente, de esclarecer que el llamado pacto histórico es, primero que todo, una alianza electoral compuesta por burgueses, pequeño burgueses y en mi opinión, falsos representantes de los trabajadores; lo cual no tiene nada de histórico si se acuerda usted de la UNO en los 70, Firmes y A Luchar en los 80 y el propio Polo Democrático Alternativo empezado a gestar a finales de los 90 en el entonces Frente Social y Político… Como puede ver, es solo una nueva versión de viejas alianzas electorales con protagonistas distintos. No soy yo quien descalifica el pacto sino que él mismo lo hace.

No es tampoco un juicio sesgado ni unilateral advertir que esa alianza electoral, todo lo que tiene de común es “oponerse a la derecha”, como usted mismo reconoce. Solo que yo no puedo decir que Benedetti, Barreras, Clara López e incluso Petro sean de izquierda. Ellos se declaran a sí mismos defensores del capitalismo, es decir de la explotación asalariada; adoradores o por lo menos respetuosos de la dominación imperialista sobre Colombia y defensores del actual Estado burgués, la máquina que ejecuta la dictadura sanguinaria de los monopolios, los grandes burgueses y terratenientes.

Para evadir mi argumento, sin sustentación alguna, me lanza un “sablazo” de los típicos utilizados por sus jefes para desacreditar a los revolucionarios: “Descalificar el pacto histórico es alinearse con Robledo, Fajardo y las fuerzas del fascismo criollo”; señalamientos que, como recordará, han ocasionado el asesinato de revolucionarios honestos tildados de provocadores.

Entiendo que lo suyo no es una amenaza sino un recurso barato de primera mano para “ganar” en la discusión; pero debo hacerle caer en cuenta de que no se trata de un pugilato de ofensas sino de argumentos para dar claridades y ubicar las coincidencias que nos acercan y las divergencias que nos distancian, como hermanos de clase y compañeros de lucha que hemos sido por varias décadas.

Usted se creyó el cuento de Petro de que Fajardo es el centro, que es “El gato pardo” haciendo una analogía con la famosa frase: “si queremos que todo siga igual, es necesario que todo cambie”. Atribuida a Tancredi “El gato pardo”, sobrino del príncipe don Fabrizio en la novela italiana de Lampedusa, en que recrea los hechos desde el desembarco de Garibaldi en Sicilia. La verdad es que el centro no es Fajardo, “El gato pardo”, es Petro si nos atenemos a la mencionada analogía.

Quienes proponen “cambiar todo”: “Un Pacto Histórico que desarrolle e implemente, de una vez por todas, la Constitución de 1991”, para “que todo siga igual” es Petro y quienes suscriben el pacto.

No son inventos de los radicales e intolerantes maoístas. Lo que pasa es que en Colombia la politiquería ha desfigurado tanto la política de verdad, que en el ambiente oficial no es fácil distinguir entre derecha e izquierda, porque, como decía un compañero, ese escenario político parece compuesto por alpargatas: “no se sabe cuál es el derecho y cuál es el izquierdo”.

Por eso la única forma para diferenciar derecha e izquierda es atenerse al análisis de clase y hay que hacerlo entonces juzgando la Constitución del 91, que esa izquierda, amancebada con la derecha, tanto defiende y alega que no se ha implementado ni desarrollado.

Recordará que desde antes de ser instalada la Asamblea Constituyente del 91 los comunistas de la revista Contradicción advirtieron que se trataba de una constitución reaccionaria y burguesa, por cuanto no cambiaba la esencia del Estado burgués, terrateniente y proimperialista colombiano. Además de eso argumentaron en diversos artículos y folletos que esa era la forma de sellar un acuerdo reaccionario entre la pequeña burguesía, arrepentida de haber empuñado las armas, con las viejas y reaccionarias clases dominantes para entregarles a estas el monopolio de las armas con las que continuarían aplastando y asesinando al pueblo. ¿Qué dicen los hechos de esas afirmaciones?

Desde el punto de vista del contenido económico-social la Constitución del 91 ratificó la antiobrera Ley 50 del 90 y abrió el camino a toda la política que la socialdemocracia llama “neoliberalismo”: aumento de la superexplotación con el recorte de históricos beneficios sociales conquistados con sangre, entrega de los servicios públicos y sociales al capital privado y más específicamente al capital parásito financiero y como consecuencia, la ola de privatizaciones desde entonces (artículos 78 y 365) solo para mencionar dos “bondades” de tan reaccionaria carta. Todos los Decretos y Leyes desde entonces han sido la implementación y el desarrollo de esa reverenciada constitución.

Desde el punto de vista político, la Constitución del 91 abrió el camino a lo que en las teorías del fascismo se concibe como el corporativismo, empezando por cooptar las centrales sindicales al aparato del Estado creando la tristemente célebre Comisión Permanente de Concertación de Políticas Salariales y Laborales (artículo 56). Con tal comisión se ha tratado de negar la lucha de clases (propósito del corporativismo fascista) y, en consecuencia, ha conducido a rebajar el salario real de los trabajadores sistemáticamente con la anuencia de las camarillas dirigentes de las centrales sindicales. Solo por mencionar un ejemplo de cómo se ha ido instrumentando el “fascismo” en Colombia y quienes lo han apoyado en los hechos.

Es sobre esa base que sí se ha implementado y desarrollado y no poquito, la reaccionaria Constitución del 91, sobre la cual siguen trillando Petro y sus secuaces. Esa es la Constitución que ha servido para llevar la sociedad colombiana a la terrible situación que hoy enfrenta a un puñado de parásitos burgueses y terratenientes, socios y lacayos del imperialismo con la inmensa mayoría del pueblo colombiano superexplotado, expropiado, humillado y violentado. Son esas las verdaderas fuerzas de la derecha y de la izquierda enfrentadas en una lucha a muerte. Esa es la verdadera polarización de la sociedad y no entre el uribismo y el petrismo, como quieren hacer aparecer los medios oficiales y los politiqueros de todos los colores y matices.

Acepta usted mis argumentos, dice que en efecto la del 91 no es una Constitución Socialista pero le escurre el bulto a lo que se deriva de ese análisis: la necesidad de destruir todo ese viejo y podrido Estado burgués, terrateniente y proimperialista; para volver a trillar sobre lo inmediato en la “contienda política” y despacharse con otra afirmación pueril y temeraria: “los ‘izquierdistas’ con su radicalismo infantil siempre han terminado favoreciendo el ascenso del fascismo como sucedió en Chile, donde contribuyeron al derrocamiento de Allende”.

No compañero, los principales responsables del derrocamiento de Allende fueron sus principales defensores, la Unidad Popular, compuesta por una amalgama de partidos reformistas encabezados por el falso partido comunista chileno gemelo del partido revisionista colombiano al que los MLs de los 60 denominaron “mamerto”. Su responsabilidad radica justamente en no entender, ignorar o soslayar el carácter del Estado burgués como máquina al servicio exclusivo de las clases reaccionarias y para oprimir y aplastar al pueblo con la fuerza.

El error criminal, especialmente de los revisionistas en Chile, fue hacerle creer al pueblo que las Fuerzas Militares reaccionarias eran imparciales y no el pilar central de la máquina estatal al servicio de las clases dominantes y el imperialismo; fuerzas que desde el ascenso mismo de Allende dieron muestras de su disposición de aplastar al gobierno “democráticamente elegido”. Los revolucionarios en Chile fueron quienes les mostraron el camino correcto a los obreros y campesinos alertándolos frente a lo que se veía venir y alentándolos a ejercer la democracia directa y a defenderla con los fusiles. Eso era lo mandado y lo correcto, y no conducir al pueblo al matadero pacíficamente, como lo hicieron las fuerzas reformistas.

De todo lo anterior se desprenden que su afirmación según la cual, “no entender la importancia del pacto histórico y la posibilidad de derrotar a la derecha en las próximas elecciones significa tomar partido por ella y no por la izquierda”, es una salida en falso y en última instancia una justificación del cretinismo característico e histórico de su partido.

La única forma de derrotar a la derecha como dice usted; es decir, la manera de derrotar la ofensiva antiobrera y antipopular de las clases dominantes y la reacción, a cuya cabeza se encuentra el régimen mafioso y paramilitar, es con la movilización revolucionaria de las masas en las calles y con el Paro General Indefinido o Huelga Política de Masas, y no en la urnas. El problema no es qué personas estén en el gobierno y cuantos escaños alcancemos en el parlamento, pues al final de cuentas, como dijera Marx, en el capitalismo el gobierno no es más que la junta que administra los negocios comunes de la burguesía. El problema en realidad consiste en cuánta unidad, organización y disposición de lucha tiene el pueblo para imponer o conquistar con la fuerza sus aspiraciones inmediatas y futuras.

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