Durante las marchas, mítines y demás manifestaciones populares se ha normalizado lanzar consignas tales como «el uniformado también es explotado» o «el uniformado es hijo del pueblo»… consignas incorrectas que pretenden separar al policía y al soldado, como individuos, de las instituciones armadas del Estado a las que pertenecen y que son las encargadas de defender el orden de los ricos y aplastar al pueblo.
Semejantes consignas y arengas no son más que fruto de la completa ingenuidad o del más descarado cinismo por parte de oportunistas.
Primero cabe preguntarse ¿Por qué y para qué existen las fuerzas militares y de policía? Aquellas personas que han sido engañadas por parte de los oportunistas y los mismos oportunistas, nos dirán que la fuerza pública existe por la gran complejidad de la sociedad, a la especialidad de funciones y para «servir y proteger» a la comunidad, al pueblo.
Incluso citarán hasta de memoria los artículos, leyes y decretos que hacen mención al asunto, que no son más que la voluntad de los poderosos erigida en ordenamiento jurídico; lo que aquellas personas engañadas no ven y los oportunistas no revelan por temor a que se les caiga su farsa, es que las fuerzas armadas existen porque la sociedad está dividida en clases sociales, entre los que ejercen el poder económico, político y cultural que son los ricos, los poderosos y aquellos que les toca trabajar para sobrevivir.
Como decía Engels en El origen de la familia la propiedad privada y el Estado: «Esta fuerza pública especial hácese necesaria porque desde la división de la sociedad en clases es ya imposible una organización armada espontánea de la población… Esta fuerza pública existe en todo Estado; y no está formada sólo por hombres armados, sino también por aditamentos materiales, las cárceles y las instituciones coercitivas de todo género, que la sociedad gentilicia no conocía». Si no existiese esta división de la sociedad en clases sociales, sería totalmente superflua la existencia de una fuerza pública, un destacamento especial de hombres armados con el monopolio de la armas, con el monopolio de la violencia.
Esta fuerza especial es una fuerza que si bien se origina de la sociedad, ella se separa o divorcia cada vez más de la sociedad misma, llegando a situarse por encima de la sociedad, hasta tal punto que pareciera devorársela; esa misma fuerza pública es un rasgo característico del Estado, y como en toda sociedad dividida en clases el Estado es como decía Lenin en El Estado y la revolución explicando la enseñanza de Marx: «el Estado es un órgano de dominación de clase, un órgano de opresión de una clase por otra, es la creación del ‘orden’ que legaliza y afianza esta opresión, amortiguando los choques entre las clases».
Y aquí llegamos a la otra pregunta, ¿para qué existen entonces las fuerzas militares y la policía? Puesto que este Estado es de los ricos y de los poderosos, está al servicio de ellos y sus fuerzas militares y de policía son una parte característica de este Estado, no es muy difícil inferir a quienes sirven o para qué existen; asegurar el orden y hacer cumplir la ley nos dicen los oportunistas; los que se hacen llamar representantes del pueblo, y más atrás en forma de coro repiten lo mismo aquellos engañados por esos ilusionistas políticos. Sí, están para hacer cumplir el orden y la ley: para asegurar el orden de los ricos, de los poderosos y hacer cumplir la ley hecha por los poderosos para su propio beneficio.
Las fuerzas armadas harán cumplir con diligencia y sin rechistar las órdenes de las instituciones del Estado de los ricos, de los poderosos. Entonces ¿cabe alguna duda respecto a quiénes obedecen la policía y las fuerzas militares? A los dueños del capital, a los ricos, a los dueños del país. No se debe dudar respecto a que los destacamentos armados del Estado, aun cuando están conformados por hijos del pueblo, su función es defender el orden de los ricos y oprimir al pueblo; sin embargo, también es cierto que en cuanto hijos de obreros y campesinos son vulnerables a la propaganda revolucionaria porque una gran parte están allí para conseguir la libreta militar, otros por necesidad económica, y materialmente están expuestos a todo tipo de abusos dentro de la institución; y en la medida en que se agudicen las contradicciones sociales y maduren las condiciones revolucionarias con el surgimiento del Partido de la clase obrera, las fuerzas militares del enemigo se irán descomponiendo y muchos de sus integrantes se pasarán al lado de la revolución, pero eso no significa que esas instituciones vayan a cambiar de color, por eso deben ser destruidas.
Finalmente hay que preguntarse, ¿quiénes son los violentos?, ¿el pueblo que se defiende de la represión de las fuerzas armadas, o los que reprimen y matan por orden de los funcionarios del Estado de los ricos? El caso del asesinato de Nicolás Neira habla por sí mismo: el joven murió en un hospital el 6 de mayo de 2005 a causa de ser machacado a bolillos por el ESMAD el Primero de Mayo de ese año.
¿Los violentos fueron los campesinos que hicieron un paro en el 2013 reclamando justas reivindicaciones, haciendo uso del derecho a la protesta consagrado en esta podrida Constitución o fueron los agentes del ejército, la policía y el ESMAD ordenados por el presidente e incluso por el alcalde «progresista» de Bogotá, quienes desangraron a bolillos, gases lacrimógenos, balas de goma y balas de plomo a nuestros campesinos y jóvenes?
¿Quiénes son los violentos?, ¿Yuri Neira pidiendo justicia por la muerte de su hijo Nicolás o la policía que lo hostiga y amenaza telefónicamente, lo detiene arbitraria e ilegalmente y en colaboración con otros entes del Estado y toda su burocracia lo persiguen y atentan contra él?
Es todo un entramado, nada de manzanas podridas, ¡está podrido el árbol entero!; esto sin mencionar la confabulación de la policía con la rama judicial para archivar las investigaciones al respecto. Trapicheos, burlas y jugadas sucias a nivel sistemático para impedir que sean investigados por terrorismo.
¿Cuántos estudiantes, obreros, campesinos, integrantes de las comunidades afro e indígenas han sido amenazados, golpeados, reprimidos, asesinados y desaparecidos por policías y soldados?
El pacifista tapará el sol con un dedo y dirá que la mayoría de policías y soldados son buenos, que solo se trata de unos cuantos casos aislados, de unas manzanas podridas; ¡pero más ciego no se puede ser!
¿Acaso no fue sistemático el asesinato de jóvenes civiles hechos pasar como guerrilleros dados de baja en combate? Los mal llamados «falsos positivos» y bien llamado terrorismo de Estado, es otra demostración clara y contundente de que no son unas cuantas manzanas sino que todo el árbol del Estado está podrido: cuando se llega a denunciar un caso de los tantos se levanta inmediatamente todo el aparato del Estado a dilatar el proceso, entorpecerlo, arruinar la investigaciones, incluso extraoficialmente amenazan y no en pocas oportunidades agreden o atentan contra quienes piden justicia, o cuando más, cuando ha salido a la luz la verdad, como está pasando ahora, los asesinos se acogen a la JEP (justicia especial para la paz o la impunidad) para quedar libres.
Todos confabulados, policía, ejército, cuerpos de inteligencia, entre otros. ¡Todo el Estado!, se levanta en un todo entramado, no son casos aislados, ¡recuérdese el caso del sargento Carlos Eduardo Mora quien denunció «falsos positivos» y se le vino encima todo el establecimiento de los ricos llegando hasta las más altas cúpulas!
Sistemática también es la represión de la policía, sobre todo encarnada en el ESMAD, que está al lado del pueblo en las manifestaciones, en las protestas sociales, ¡pero para reprimirlo y asesinarlo cuando tenga la oportunidad!, como en el caso que denunciaron las autoridades indígenas del chocó el primero de junio del 2007, o como ocurrió recientemente cuando después de los «abrazatones», selfies y claveles blancos en las manifestaciones de los estudiantes, éstas fueron infiltradas por policías, ferozmente reprimidas y levantados salvajemente los pacíficos campamentos en las universidades; el delito: exigir el derecho a la educación consagrado en la Constitución.
Los pacifistas igualan la violencia del opresor con la del oprimido, haciéndolas ver iguales cuando en verdad no lo son. Habría que situarlos en 1789 en Francia para ver cómo igualan la violencia ejercida por los reyes y la nobleza feudal con la violencia de aquella burguesía revolucionaria de entonces, la de los ideales de libertad, igualdad y fraternidad; pues una situación muy parecida sucede hoy por hoy. Decirles a los obreros, a los campesinos y en general a las masas populares que no respondan con violencia a la violencia de los de arriba porque solo trae más violencia —consigna repetida cual dogma—, es postrar a las masas populares a los «métodos de lucha» que los poderosos imponen al pueblo, es someterlo a las reglas de juego que las clases dominantes dicten, es en últimas decirle al pueblo que se apacigüe y se deje oprimir resignada y pacíficamente.
El pacifista se rasgará las vestiduras contra la violencia ejercida por los oprimidos, pero callará, hará de la vista gorda cuando la violencia es ejercida por los poderosos a través de esos «hijos del pueblo» llamados policías y soldados, a lo sumo el pacifista dirá con mucha vergüenza y pudor que se extralimitaron, que esa no era la forma, que «se pasaron de mano». El pacifismo nos encadena, nos hace sumisos al orden impuesto por los ricos, el orden hecho por y para beneficio de los poderosos, nos hace respetuosos de un orden y de un sistema injusto y explotador que debe ser destruido. El pacifista es el policía bueno de la burguesía.
Camarada Hípaso