Con toda su maquinaria, las campañas por la presidencia arremeten en la recta final. Como se muestra la contienda, pareciera que los candidatos tienen grandes diferencias programáticas y que definitivamente «ganará el que mejores propuestas tenga». Pero, ¿en qué favorece esto al pueblo? ¡En nada! Porque todo lo que prometen los candidatos —sean del color que sean— es demagogia. Las promesas de los politiqueros no pasan de ser hueras frases de campaña, porque el Estado es una máquina surgida para amortiguar las contradicciones de clases en la sociedad privando a las clases dominadas de los procedimientos revolucionarios de lucha y, por tanto, es una máquina de dominación; en el capitalismo, una máquina de opresión en manos de los capitalistas para dominar los trabajadores.
Hablando sin tapujos, son los capitalistas, los dueños de los medios de producción, de las tierras, de las fábricas, de ¡todo! los que mandan la parada. Eso los convierte automáticamente en la clase que tiene el poder político, que a su vez se concentra en el Estado; entonces el Estado en la sociedad colombiana, le pertenece a la burguesía y los terratenientes, socios y cómplices de los imperialistas. Son ellos los que tienen el poder de dominar a la mayoría trabajadora. Aclarado este punto, puede decirse que es obvio a quién servirá uno u otro administrador en el Estado de los capitalistas y no será precisamente al pueblo. Es por eso que pese a toda la parafernalia de los candidatos, de sus paseos por los barrios populares, sus codeadas con los humildes, sus discursos populacheros y sus promesas electoreras, no pasan de ser simple demagogia.
No es casual que ninguno de los aspirantes a la presidencia hable de las reformas laboral, pensional y tributaria orientadas por la Agenda Empresarial 2018-2022; que ninguno se haya referido a cómo se reparará a las víctimas de la guerra contra el pueblo, ¡pero eso sí, todos en mayor o menor grado defienden la legalización del despojo de tierras a los pobres del campo, firmada en los acuerdos de paz!; que ninguno en concreto se haya comprometido con mejorar las condiciones de obreros y campesinos ¡y no lo harán!, porque esa ¡no es su labor! Al contrario, su trabajo es velar por los intereses de los capitalistas ejerciendo y haciendo valer todo el poder político y militar del Estado en contra del pueblo.
Es claro compañeros, ningún candidato defenderá los intereses del pueblo; ni la burguesía mafiosa, ni la burguesía tradicional, ni la tal burguesía nacional, ¡nadie será el salvador! Botones de muestra se evidencian en las mismas campañas, solo por mencionar uno, Duque por ejemplo, quien habla de quitar la pensión a quienes han sido beneficiados por sus familiares que cotizaron toda su vida y no pudieron disfrutar de su pensión, o de aumentar los impuestos a los de abajo, para que los de arriba tengan más garantías de brindar nuevos y mejores empleos ¡ahhh! Por el estilo son los demás candidatos, quienes cumplirán a cabalidad los designios de la Agenda Empresarial, incluyendo la criminalización de la lucha directa, forma en que obreros y campesinos defienden sus derechos.
Sin embargo, pese a que el mismo carácter del Estado determina a qué clases sirve realmente, se muestra en medio de la contienda electoral una cara humana. ¡Sí, una cara humana, que tampoco le sirve al pueblo, sino al capitalismo! Esta sí que es una forma de engañar a las masas: conocer sus necesidades, hacer eco de ellas a través de promesas de cambio desde el Estado —es decir reformas— pero dejar el sistema tal cual está, con ricos cada vez más ricos, pobres cada vez más pobres sobreviviendo en un infierno de súper explotación caracterizado por terribles jornadas de trabajo y a su vez desempleo, contratos miserables, salarios de hambre, salud precaria, sin vivienda ni educación adecuadas y, además con todo el peso de la represión estatal y para estatal cuando de defender los derechos se trata. ¡Sí señores, es Petro la careta humana del capitalismo! Una peligrosa trampa en la que no pocos han caído; unos porque no soportan la situación actual y engañados fijan sus esperanzas en un posible cambio con este candidato; pero otros, esos sí descarados, son los dirigentes traidores de los sindicatos, las centrales sindicales y hasta de partidos que se dicen de izquierda o revolucionarios como el PST, que llaman con embustes a votar por «el menos peor» sabiendo que al igual que los otros candidatos Petro también servirá al capital.
Con excusas de que no puede permitirse un régimen como el de Uribe, o de que los políticos ancestrales como Vargas Lleras y De la Calle no ofrecen nada nuevo, esos falsos dirigentes obreros y populares llaman a elegir al que «más le convenga al pueblo», como si fuera el pueblo quien eligiera. A Fajardo solo lo apoyan Robledo y demás jefes del MOIR, ese grupo burgués que de obrero y de revolucionario no tiene nada, comprometidos con un administrador al servicio de monopolios como el GEA (Grupo Empresarial Antioqueño) que súper explota y oprime a miles de trabajadores en distintas ramas de la producción; en cambio sí, la mayoría hacen abierta y franca campaña a la «política del amor», a la «Colombia humana» encabezada por Petro, a quien no se le dio nada perseguir con el Esmad y aplastar a bala a los jóvenes que apoyaron el paro campesino del 2013 en Bogotá, ni golpear personas en condición de discapacidad en la Plaza de Bolívar. Ese mismo personaje que mientras frenaba el precio del Transmilenio para los más pobres aceleraba la monopolización del transporte público en el SITP.
Pero además, ni siquiera es el menos peor cuando de alianzas políticas, corrupción y honestidad se trata, tal como muestran sus alianzas con el hermano de Luis Guillermo Ángel (narcotraficante de los «Doce del Patíbulo») para favores políticos como el nombramiento de Fernando Álvarez (adepto de Pablo Escobar y receptor de dineros de los Rodríguez Orejuela) como directivo de la Comisión Nacional de Televisión, o votar por Ordoñez (cavernario representante de la extrema derecha) para Procurador, entre otros.
Incluso si alguno se atreviera a realizar algún cambio significativo, encontraría de inmediato la oposición violenta de los monopolios que tienen a su servicio las fuerzas militares y paramilitares. Las «reformas» desde arriba son un bombón de trapo para engañar al pueblo, distraerlo del camino de la lucha y cuando más, aplazar la solución de las contradicciones del capitalismo. Como se ve, ¡No hay candidato menos peor!
¡NO VOTAR! es la mejor decisión que puede tomar el pueblo trabajador en medio del circo electoral. No acudir a las urnas ni apoyar su farsa, para deslegitimar su tal democracia, que es en realidad dictadura de la minoría parásita contra la mayoría trabajadora. Pero además, ¡Unir y generalizar la lucha obrera, campesina y popular! Ese es el camino correcto para ir más allá de expresar el repudio a los politiqueros y al engaño no votando. Porque allí se manifiesta o concreta la lucha contra la dominación política de los explotadores y porque la lucha es la mejor escuela para comprender cómo es eso de que ¡solo el pueblo salva al pueblo! A la vez que permite descubrir el verdadero carácter del Estado y la necesidad de acabar esa máquina defensora de los privilegios de la minoría.
Solo así, podrán mejorarse realmente las condiciones de los explotados y oprimidos para erradicar la podredumbre, corrupción y burocracia del Estado burgués terrateniente y proimperialista, y todo el sistema de explotación del hombre por el hombre. En eso consiste transformar la abstención espontánea del pueblo en actividad consciente y revolucionaria, haciéndole comprender a los trabajadores, en el transcurso de la lucha misma, aquella frase de Marx extraída de la experiencia de la lucha de clases: «…la clase obrera no puede contentarse con tomar simplemente la máquina estatal ya hecha y hacerla funcionar para sus propios propósitos. El instrumento político de su esclavizamiento no puede servir como instrumento político de su emancipación».