Últimamente, como marxista y docente del sistema educativo público de Colombia, me he acercado al estudio de las neurociencias cognitivas, no solo para satisfacer una curiosidad personal, sino para fortalecer mi misión de «servir al pueblo»; mi objetivo es utilizar este conocimiento para mejorar el trabajo que se me ha encomendado: educar a las jóvenes generaciones del proletariado.
La neurociencia nos revela un concepto poderoso: la «reciprocidad fisiológica», esto nos habla de que nuestros cuerpos no se comunican solo con palabras, sino que nuestro sistema nervioso, cardíaco y endocrino también están en constante diálogo. Y en ese diálogo, el estrés que a nosotros los educadores se nos genera en las aulas se transmite como un virus implacable, infectando a nuestros estudiantes, amplificando la tensión y creando un entorno educativo algo «tóxico».
¿Y cuál es la raíz de este veneno? ¡El hacinamiento en las aulas! Un problema que debería ser una reivindicación destacada en nuestra lucha, el estandarte bajo el cual nos unamos maestros, estudiantes, padres y madres de familia, y todos como clase trabajadora.
Bajo el yugo del capitalismo, las condiciones materiales y la infraestructura educativa están subordinadas a la voracidad insaciable del capital, pues este sistema no busca educar, sino oprimir y explotar. No solo las instituciones privadas se enriquecen a costa de nuestro sudor, sino también la educación pública, que está diseñada para formar a las futuras generaciones de explotados y oprimidos, destinados a las fábricas, las empresas, y todos los grilletes del capital.
El hacinamiento en las aulas es un reflejo brutal del modo de producción capitalista que subordina el desarrollo integral y la salud de los pobres a la lógica despiadada del lucro. Aulas de 35, 40, 45 estudiantes, apilados como mercancías, sumados a condiciones deplorables de infraestructura, condenan a nuestros docentes, niños y jóvenes a un estrés crónico. Y no es solo estrés emocional, ¡es fisiológico! La ciencia lo confirma: el cortisol, la hormona del estrés, se dispara en el cuerpo del docente y en el de los estudiantes, creando una espiral de sufrimiento que se retroalimenta y sofoca cualquier intento de aprendizaje genuino.
Es por ello que debemos ponerle freno al Estado burgués que no garantiza una educación digna para nuestros infantes y jóvenes. Debemos atacar el hacinamiento en las aulas como una importante reivindicación en nuestra lucha.
¡Exigimos que el hacinamiento en las aulas sea erradicado! ¡Exigimos mayor presupuesto para la educación pública! ¡Exigimos la construcción de más instituciones educativas y la mejora inmediata de la infraestructura educativa! ¡Exigimos el fin de la privatización que se efectúa a través de la contratación de la cobertura y los colegios de concesión! ¡Exigimos el aumento de la planta de docentes nombrados por el Estado!
Es hora de que nuestras organizaciones sindicales se conviertan en verdaderas trincheras revolucionarias, que no solo luchen por nuestras condiciones laborales, sino por las condiciones en las que aprenden nuestros niños y jóvenes y por una nueva sociedad socialista en la que la educación de calidad no sea un privilegio de unos cuantos, sino, la regla general para todo el pueblo trabajador. El hacinamiento en las aulas debe desaparecer, no solo como una reivindicación de los docentes contra la sobrecarga laboral, sino como una necesidad impostergable para tener condiciones favorables para desarrollar el proceso de enseñanza aprendizaje.
Luchar por una educación de calidad y ponerla al servicio del pueblo implica luchar contra las condiciones de súper explotación: ¡No más aulas llenas hasta el tope!