Desde el 21 de marzo, la frontera colombo-venezolana, en el estado de Apure (Venezuela) y el departamento de Arauca (Colombia), es escenario de enfrentamientos armados que dejan más de tres mil desplazados, concentrados en Arauquita (Colombia) en 19 albergues temporales. De un lado; el gobierno bolivariano de Nicolás Maduro, protege con las Fuerzas Armadas Nacional Bolivarianas a la llamada “Nueva Marquetalia”, proveniente de las entreguistas Farc, en cabeza de “Iván Márquez”, “Jesús Santrich”, “el paisa” y “Romaña”; de otro lado, el régimen uribista, protege con el Ejército Nacional a bandas paramilitares que hacen presencia y que intentan fortalecerse en la zona venezolana de Zulia-Táchira-Apure abarcando gran parte de la frontera, los cuales fueron bombardeados por orden de Nicolás Maduro.
El corredor de Apure es vital para el transporte y distribución de la droga que de Colombia pasa hacia Venezuela y desde allí es distribuida a otros países, hasta llegar a su destino final en Estados Unidos y Europa. Por lo tanto, el conflicto sangriento que se vive, hace parte de la guerra contra el pueblo, y que en este caso, pone en el centro a miles de venezolanos y colombianos que nada tienen que ver con esa guerra reaccionaria, ejecutada por grupos que se dicen revolucionarios y bandas mafiosas que se lucran de dicho negocio; por carteles de narcos que pagan a dichos ejércitos para que circulen sus mercancías a sangre y fuego; por grandes burgueses y terratenientes cuyo capital y renta provienen de negocios relacionados con el narcotráfico, la minería ilegal, el tráfico de armas y la expropiación de tierras a los pequeños campesinos.
No es un secreto que este enfrentamiento de bandos patrocinado por los gobiernos de turno, está acompañado de un peligro latente: un enfrentamiento armado entre dos países que se convertiría en detonante de una posible guerra mundial inter imperialista. En la cual tienen intereses tanto Estados Unidos que cuenta con bases militares en Colombia, como Rusia y China que apoyan militar y económicamente al régimen bolivariano. Unos y otros, interesados en apropiarse de los recursos naturales y de la fuerza de trabajo, tanto de Colombia como de Venezuela, para paliar la crisis económica de sobreproducción en que está sumido el capitalismo mundial desde el 2008, y que la actual pandemia de la Covid-19 agudizó.
Capítulo aparte tiene la llamada “Nueva Marquetalia” de las antiguas Farc que se disputan con otros grupos armados, como las disidencias de “Gentil Duarte” o el ELN por ejemplo, el contrabando, las rutas de narcotráfico, la minería ilegal, ganado y demás fuentes de financiación como el secuestro y la extorsión, que no se corresponden con una organización revolucionaria, pues en vez de apoyarse en las masas, son un grupo que las desplaza y las oprime de diversas formas. En cambio sí sus métodos corresponden al revisionismo armado; no hay que olvidar que en su momento entregaron las armas al Estado burgués-terrateniente para participar de su democracia burguesa y que ahora posan de “radicales” y “revolucionarios” porque se vieron traicionados por dicho Estado frente a los “Acuerdos de Paz”. Y cuyo propósito principal consistió en legalizar el despojo violento de los pobres del campo, y promover zonas económicas especiales para que los grandes monopolios y la burguesía agraria pudieran super explotar mano de obra barata para expandir la agricultura empresarial y con ello el capitalismo en el campo.
Por ello, el ruido de los fusiles no deslumbra al proletariado, pues siempre juzga los intereses de clase, y en este caso los de la “Nueva Marquetalia” no representan los de la clase obrera ni del campesinado. Son los de un puñado de revisionistas que a nombre de la revolución tienen un accionar igual al de cualquier narcotraficante que se disputa violentamente la renta extraordinaria del suelo con sus iguales, dejando en la mitad de dicha guerra reaccionaria al pueblo desarmado.
No todo está perdido para los obreros y campesinos de ambas naciones; es necesaria la unidad contra sus centenarios enemigos. Los obreros no tienen patria, no deben defender las raídas banderas de la burguesía y los terratenientes, su misión histórica es destruir el capitalismo y sobre sus ruinas construir el Socialismo científico, que garantice la democracia para las masas laboriosas llevando a la práctica la consigna del pueblo en armas, pues bajo la dictadura del proletariado los obreros y campesinos tendrán los fusiles para defender, esa sí, su patria socialista en la que ningún imperialista tendrá cabida para imponer sus intereses.
Hay un grave peligro que este tipo de enfrentamientos entre países desencadene una guerra mundial; la cual debe ser detenida con la revolución social de los explotados y oprimidos para evitar incluso, la desaparición física de la especie humana debido al alto riesgo de una guerra nuclear de inmensas proporciones por culpa de los imperialistas.
Basta de azuzar el odio entre pueblos. Se necesita la unidad de los trabajadores. Es hora de enfocar las energías del proletariado en la construcción de una Nueva Internacional Comunista basada en el marxismo-leninismo-maoísmo y de poderosos Partidos Comunistas MLM en ambos lados de la frontera, que se encarguen de dirigir el odio de los obreros y campesinos contra la burguesía, los terratenientes y sus socios imperialistas que desatan guerras de agresión contra los pueblos del mundo. Hay que detener la agresión en la frontera con la violencia revolucionaria de las masas; preparando sendas Guerras Populares, tanto en Colombia como en Venezuela.
“PROLETARIOS DE TODOS LOS PAÍSES UNÍOS”