Según datos del Comité de Solidaridad de la CUT-Valle, la empresa Colombina despidió a más de 400 trabajadores, en Colgate Palmolive a 110, muchos de los cuales llevaban más de 10 años de labores, algunos estaban por encima de los 30 años, y todos fueron lanzados a la calle sin previo aviso, bajo la falsa figura de “arreglos voluntarios”. Igual medida fue tomada contra 28 trabajadores de la empresa Veolia Aseo de Tuluá, mientras que en la Universidad San Buenaventura y la empresa Empaques Industriales de Colombia varios fueron despedidos por hacer parte de la organización sindical. En el mismo informe se dan detalles de casos similares en Papeles del Cauca, Cervecería del Valle, IMEC. A eso se suma la persecución a directivos sindicales y las pésimas condiciones de trabajo en empresas como MAC Jhonson, donde se afecta dramáticamente la salud de los trabajadores por exceso de contaminación.
Y no son casos aislados, esta realidad hace parte del diario vivir en las empresas, no solo del Valle del Cauca, sino de todo el territorio colombiano, y trasciende las fronteras; es una consecuencia propia de las intenciones de los dueños del capital que buscan a toda costa exprimir mayor ganancia del trabajo de los proletarios, y que se realiza en directa proporción con la debilidad del movimiento obrero y del grado de postración de las camarillas que dirigen las centrales sindicales, además del grado de influencia nociva de las organizaciones políticas reformistas y conciliadoras; quienes no pasan de denunciar estas arbitrariedades ante el Ministerio de Trabajo con la consabida respuesta de oídos sordos; es una avalancha antiobrera ordenada por el Estado burgués que sirve a los empresarios no importa si son locales o extranjeros.
Lo que se vive en Colombia, es parte de la búsqueda frenética de los burgueses por descargar sobre los hombros de los trabajadores las consecuencias de la crisis de sobreproducción, ya que al no haber planes racionales estableciendo qué se debe producir para satisfacer las necesidades de la población mundial se impone el caos, la anarquía de la producción. La preocupación de los capitalistas no es el beneficio del pueblo, su razón de ser es aumentar sus niveles de ganancia, obligados además a desplazar sus capitales de un sector de la economía a otro, a quebrar a la competencia debido a la ley de la anarquía en la producción capitalista.
En otras palabras, el capitalismo se ha convertido en un callejón sin salida que sobrevive a cuenta de depredar las dos únicas fuentes de riqueza: la fuerza de trabajo y la naturaleza; su esperanza de vida depende de estrangular la sociedad y destruir la naturaleza. Por ello vivimos situaciones monstruosas con las guerras regionales que se presentan en el mundo y con la política antiobrera y antipopular que el imperialismo aplica en sus propias metrópolis como también en los países que domina a manera de colonias o semicolonias.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) en su informe de 2018 (con cifras maquilladas) reconoce que de 3.300 millones de personas empleadas, 2.000 millones trabajan en condiciones de informalidad (el 61%) y 1.400 millones de estos trabajadores viven en situación de pobreza extrema pese a tener empleo, además de existir 193 millones de desempleados.
Colombia como país capitalista oprimido hace parte de la cadena y también padece todas las tragedias del sistema capitalista mundial, por ello cada gobierno de turno obedece a los planes de sus amos y socios imperialistas, hoy con el llamado Plan Nacional de Desarrollo, que realmente no significa bienestar para la clase obrera, al contrario, pretende acabar con los pocos derechos laborales, sin importar que los obreros se mueran por estrés laboral y que apenas se sobreviva para seguir trabajando, o que el ejército de desempleados se muera en la miseria.
Al ser las clases dominantes en Colombia lacayas y socias del imperialismo, con el Plan Nacional de Desarrollo facilitan el cierre de empresas, como ha sido el caso más reciente de Coltabaco que sin avisar, cerró de la noche a la mañana las plantas de Medellín y Barranquilla, quedando 2.500 trabajadores en la calle y 12 mil cultivadores desempleados.
Pero las masas trabajadoras deben ser optimistas, pues donde hay opresión surge lucha y así lo estamos viviendo en la zona del suroccidente colombiano con una situación explosiva de problemas, condición que debe ser aprovechada para unir los diferentes conflictos y movimientos; por ejemplo, se deben unir los trabajadores sin importar el gremio al que pertenezcan como sucede con los conflictos anotados anteriormente, pero además el movimiento obrero se debe unir con el movimiento indígena de la minga, las comunidades afros y campesinas, como también con los estudiantes, el conflicto de los viviendistas en el Jarillón, los carretilleros entre otros. Esforzándose porque las luchas sean simultaneas con una coordinación nacional que convierta todos los riachuelos de inconformidad en un gran torrente, un gran Paro Nacional Indefinido que eche atrás el “Plan Reaccionario de Desarrollo”.
Por todo el territorio, todos los días se levantan obreros y campesinos en franca lucha contra sus explotadores y opresores, son luchas cada vez más seguidas y masivas, pero además gran parte de ellas ponen como blanco de ataque, no un patrón en particular, sino al gobierno como cabeza visible de un Estado corrupto y asesino, tomando con ello un carácter político que contribuye a crear las condiciones para que se pueda avanzar en su unidad y potenciar de esa manera el camino hacia grandes levantamientos de masas que obliguen al gobierno a retroceder; y en la medida que los comunistas revolucionarios hagan bien su trabajo, hacer de estas luchas, ensayos y aprendizaje para las grandes batallas por venir.