
En el marco del sistema capitalista imperialista, es imposible pasar por alto la repugnante injusticia que refleja la abismal diferencia salarial entre un docente y un futbolista de los grandes ligas y torneos patrocinados por empresas imperialistas, y aún más nauseabundos son los valores que esta desigualdad perpetúa en términos de su contribución social. Todo en la sociedad tiene sello de clase, incluida la educación y el deporte, y depende en manos de quien se encuentren para satisfacer los intereses, o de la burguesía y los imperialistas, o del proletariado y del pueblo en general.
En Colombia, un docente que ha logrado ingresar al magisterio y que —con esfuerzo intelectual y económico— ha podido completar un pregrado, una maestría y un doctorado; un maestro que se ve obligado a entregar su salud en aulas hacinadas, donde enseña hasta a 40 estudiantes durante 5, 6 o incluso 7 horas diarias; un educador con consciencia de clase, que dedica su vida a la formación de las nuevas generaciones, a la construcción de mentes críticas y a brindar a los jóvenes las herramientas necesarias para comprender y transformar la realidad que los oprime, recibe un salario mensual que —si tiene todos los años de experiencia que se le exigen y ha logrado ganar los poco frecuentes concursos de ascenso— varía entre $3.288.474, $5.503.814 y $12.424.041.
Este monto —que si bien gracias a la lucha de la base magisterial está muy por encima del salario mínimo— resulta insuficiente para cubrir sus necesidades familiares básicas, pagar las deudas acumuladas para su formación académica, garantizar que en el aula cuente con lo mínimo necesario para realizar su labor —ya que el Estado falla en su responsabilidad de dotar las aulas con material didáctico adecuado— y mucho menos es un salario que reconozca la gran responsabilidad que tienen.
Mientras tanto, un futbolista como Cristiano Ronaldo, en apenas 3,16 minutos, 5,28 minutos u 11,93 minutos, gana el mismo salario que un docente en Colombia obtiene en todo un mes. ¿Qué justifica tal desigualdad salarial? ¿Acaso la habilidad de correr tras un balón y entretener a una masa de espectadores en un estadio o frente a una pantalla tiene más valor que la tarea fundamental de enseñar, formar conciencias y preparar a la infancia y la juventud para enfrentar y destruir un sistema desigual, opresivo y explotador?
Este contraste refleja las injusticias que son propias del capitalismo. Un futbolista amoldado por los estándares de los grandes capitalistas, cuya preparación y formación disciplinada, aunque rigurosa en términos físicos, no tiene la misma profundidad intelectual ni social que la de un docente, se convierte en una figura idolatrada y en un símbolo del éxito personal dentro de un sistema que promueve el individualismo y la feroz competencia. Bajo el capitalismo su trabajo es un espectáculo que entretiene y emociona a las masas mientras enriquece a un puñado de parásitos capitalistas, pero no genera un impacto duradero en el desarrollo humano ni contribuye al cambio estructural que la sociedad necesita. Bajo otra sociedad, en la que la ganancia no esté al mando, el deporte cumple un papel fundamental a la hora de hermanar los pueblos, de promover el trabajo en equipo, de promover la disciplina, en desechar los vicios que el capitalismo le impone a la juventud…pero hoy en día, ese no es el caso.
Por el contrario, un docente comprometido con la clase obrera tiene una función esencial en el proceso de transformación social. Su labor es formativa, no solo académicamente, sino en el sentido profundo de desarrollar conciencia crítica, y formar personas capaces de cuestionar y trasformar el orden establecido. El docente, en su lucha diaria por mejorar las condiciones del sistema educativo, es un verdadero motor de cambio para que las futuras generaciones no solo sean competentes en el ámbito laboral, sino y sobre todo en la lucha por un mundo mejor.
El sistema capitalista imperialista ha logrado algo profundamente perverso: ha convertido el fútbol en un aparato ideológico que mantiene a las masas distraídas y desmovilizadas, convirtiendo a figuras deportivas como Cristiano Ronaldo en íconos de un orden social centrado en el consumo y la alienación, promoviendo la admiración por el éxito individual, la acumulación de riqueza y la perpetuación de la desigualdad. Lejos de ser un medio para estimular los hábitos deportivos y una condición física saludable que incluso Ronaldo ha cultivado durante toda su vida, el deporte bajo el dominio del capital se convierte en un opio para las masas, un instrumento eficaz para desviar la atención de la lucha de clases y de la urgente necesidad de destruir este sistema.
El imperialismo convirtió la figura del futbolista -como todo lo que toca- en una mercancía de un sistema que produce, comercializa y consume íconos de entretenimiento; no es más que una figura servil para estimular el consumo de otras tantas mercancías, como, por ejemplo, el veneno azucarado que es la Coca – Cola, contradictoriamente patrocinador de eventos y equipos deportivos. Cada gol, cada pase y cada victoria se convierten en una forma de adormecer a la población, dándole una falsa ilusión de que el éxito solo depende del esfuerzo individual y no de las estructuras sociales que limitan las posibilidades de la inmensa mayoría, incluyendo las de esos millones de futbolistas del pueblo que en todo el mundo y a diario se esfuerzan con sus limitados recursos por llegar a jugar en un equipo profesional.
En este contexto, el docente, quien debería ser uno de los verdaderos héroes de la sociedad, queda relegado a un segundo plano. Su labor, fundamental para la construcción de una sociedad crítica y consciente, no recibe un reconocimiento proporcional a su impacto social, y mucho menos es compensada de acuerdo con la trascendencia de su trabajo. Mientras tanto, figuras como Cristiano Ronaldo pueden obtener 20.000 millones de pesos (3,8 millones de euros) por semana, recibiendo una exorbitante cifra que un docente jamás verá en toda su vida. Este contraste revela lo que el capitalismo imperialista valora y promueve: el entretenimiento, la ostentación y el consumo. Pero, sobre todo, refleja un precio mucho mayor: el control sobre las masas, su despolitización y su sumisión al orden establecido.
Y cuando han existido casos de rebeldía en el fútbol, son opacados o criticados por los grandes medios de comunicación del imperialismo. Eso sucedió por ejemplo con la recordada patada voladora que el exfutbolista francés Éric Cantona le propinó hace 30 años a un fascista mientras pasaba por encima de una valla de la comida de engorde que vende Mc Donald’s, solo por nombrar un caso de los varios que hay.
Es hora de despertar ante esta injusticia. Si verdaderamente queremos una sociedad mejor, debemos luchar por una educación de calidad, por la revalorización del trabajo docente y por un alza de los salarios para todos los maestros. Es inaceptable que aquellos que forjan el futuro de la sociedad, aquellos que nos enseñan a pensar, a cuestionar, a soñar con un mundo mejor, reciban menos que aquellos cuya única función es alienarnos. Debemos luchar por otra sociedad en la que la educación no esté al servicio del capital y que hoy prepara millones de jóvenes proletarios que van a reproducir la ideología burguesa o a ser «burros de carga» superexplotados y oprimidos en los grandes emporios del capital.
No podemos seguir permitiendo que el fútbol, como parte de los aparatos ideológicos del Estado, mantenga a las masas distraídas y sumidas en un consumismo vacío, mientras los educadores siguen siendo superexplotados y subvalorados. Es necesario luchar para que la educación no siga siendo un arma de los capitalistas para seguir reproduciendo las estructuras ideológicas del capitalismo. Politizar en las ideas y prácticas revolucionarias tanto a los educadores, como a los futuros deportistas del pueblo debe ser una tarea de los revolucionarios. La transformación social comienza por reconocer la importancia de la educación al servicio del pueblo y de quienes dedican su vida a ella.