Si algo representa de manera concentrada y dramática el Mundial de Fútbol de Catar organizado por la FIFA, son sin duda las excrecencias del mundo del dinero y el poder, ese mundo donde todo tiene un valor de cambio y donde la conciencia o el valor del ser humano y el cuidado de la naturaleza, quedan totalmente rezagados y reducidos a un valor negativo, pues lo que está como primer y único puesto de importancia, es el codicioso negocio que arroje enormes dividendos, produzca grandes fortunas, mueva las economías de la codicia y fortalezca el poder parásito de los señores dueños del capital.
No en vano, y muy a pesar de las montañas de denuncias que ruedan desde 2010 por la realización del Mundial en Catar, este certamen no tuvo vuelta atrás. La sola elección del país sede, ya era en sí misma un exabrupto para el deporte estrella del planeta, un Estado donde prácticamente no existía el fútbol profesional y por ende era completamente inadmisible en cualquier mente sensata que Catar llenara algún requisito coherente para presentarse como candidato; aun así, no solo fue candidato, sino que ante la mirada estupefacta del deporte Mundial, fue elegido. El dinero y el poder bajo el capitalismo, lo pueden todo. Con el paso de los años la cloaca directiva del fútbol Mundial concentrada en la FIFA, fue denunciada por los miles de millones de coimas que se pagaron a los directivos para que aprobaran tamaña afrenta al deporte.
El otro gran escándalo tiene que ver con las víctimas del Mundial. La dantesca cifra de más de 6500 trabajadores muertos durante la construcción de los 8 estadios, escandalizó no solo al mundo del fútbol, sino, a toda la sociedad que en un solo clamor condenó a este Mundial por realizarse sobre los cadáveres de obreros traídos de India, Bangladesh, Nepal, Sri Lanka y Pakistán y a quienes los convirtieron en carne para ser incinerada en las altas temperaturas que tuvieron que soportar durante las extenuantes jornadas de trabajo: el calor a cielo cubierto y a la sombra, en muchos días sobrepasaba los 50 grados centígrados, trabajadores sometidos a un esclavista sistema de contratación llamado “Kafala” bajo el cual son completamente encadenados en buena medida por su condición de trabajadores extranjeros a los que se les impedía acceder a otra opción en tierra catarí; y todo para darle vida a los extravagantes estadios que funcionarán durante 28 días, para luego ser desarmados o dejados como vergonzoso recuerdo de la asquerosidad del mundo burgués.
Tras la fanfarria del Mundial, saltó también a la vista la situación de las mujeres en Catar, las condiciones de terrible opresión y sumisión frente al sexo masculino, del cual dependen para poder realizar cualquier labor, pues están encadenadas con el llamado “sistema de tutela” según el cual, toda mujer necesita del permiso de su “tuto varón” para contraer matrimonio, estudiar en el extranjero, ejercer empleos públicos, viajar a otros países, además de ser discriminadas en caso de divorcio y no contar con protección efectiva contra los casos de violencia sexual o familiar.
En “plata blanca” hay que decir que el gran escándalo sobre Catar no es por la opresión sobre las mujeres, sino por la jurisprudencia medieval que allí aún subsiste, ya que para nadie es un secreto que la opresión sobre el sexo femenino y la doble explotación sobre las mujeres trabajadoras, no son un caso exclusivo de ese Estado, sino, que hacen parte de la base material de todo el sistema capitalista, donde impera el maltrato a la mujer, donde son discriminadas frente a los hombres en sus salarios por trabajo igual, donde son re-victimizadas en la mayoría de casos de abuso sexual, etc. Pero claro, Catar, siendo un tesoro para la imagen del mundo burgués, es una total vergüenza en la manera abierta y descarada como tratan al sexo femenino; una empleada doméstica en un hogar en Catar denunció recientemente que: La señora empezó a gritarnos a todas. Empezó a escupirnos, y me abofeteó otra vez. Antes también me dio una patada en la espalda.
En general, lo que debiera ser una confraternización de los pueblos del mundo a través del deporte, en este caso del fútbol, no puede serlo, pues está ensuciado por el dinero y el apetito de poder y aunque esto no es un caso específico del Mundial 2022, ya que a la sombra de todos los Mundiales saltan grandes escándalos y protestas, sí hay que decir que el de Catar ha permitido ver con toda transparencia la hediondez del jugoso negocio que mueve los hilos del fútbol Mundial encabezado por la FIFA.
Catar es una completa vergüenza y un despropósito como sede de esta gesta deportiva, pero hay que marcar claramente las diferencias. Para el proletariado y en general para el pueblo, nunca se debió considerar a Catar como candidata de sede del Mundial de fútbol; con el paso de los años, las razones fueron reafirmando esta justa sentencia, y cualquier momento entre el período desde su elección hasta el día de hoy, era perentorio y una obligación que se cancelara este certamen en ese país; esa es la postura coherente y diáfana con el criterio de amor al deporte como deporte y no como negocio. Pero para la burguesía, para el poder de los imperialistas, para los Estados, para los mercaderes del deporte, incluidos obviamente los medios de comunicación, los patrocinadores y todo lo que se mueve alrededor del deporte como negocio, como dicen coloquialmente Business are Business, todo lo que produzca jugosas ganancias, será bienvenido en la mesa del festín burgués, así venga chorreando sangre.
El deporte, cualquiera que sea, bajo otra sociedad donde no esté mediado por el poder del capital, bajo una sociedad Socialista, debe servir para confraternizar los pueblos del mundo, para inspirar a hombres y mujeres a adoptar una disciplina que sirva para mantener su salud física y mental, donde exista la sana competencia y les permita desarrollarse en todos los aspectos a toda la sociedad desde su niñez hasta la vejez.