Ha llegado a nuestro correo este escrito de una seguidora del portal el cual nos ha parecido muy ilustrativo de la situación de la educación en el campo y de la gran brecha que el capitalismo ha ocasionado entre el campo y la ciudad, que en vez de disminuir se acentúa más. Otro motivo más para que los obreros y campesinos estrechen su alianza para derrocar a los capitalistas y terratenientes e instauren un nuevo Estado dirigido por ellos.
Hoy, 4 de junio, a las 10:30 de la mañana, yo, profesora rural en Colombia, apagué mi computador, dejé de observar decenas de fotografías enviadas por WhatsApp y de realizar llamadas a mis estudiantes. Me uní a la movilización virtual en redes sociales citada por Fecode.
Yo, que sufro día a día la brecha que el capitalismo ha profundizado entre el campo y la ciudad, apoyo esta jornada de protesta, que también se repetirá el 11 de junio. Estas son mis razones:
En el marco de la pandemia, desde el 16 de marzo, se cerraron las escuelas en Colombia; los maestros continuamos trabajado desde casa dos semanas más, preparando guías para el trabajo educativo que sería virtual.
Se retornó a clases desde el 20 de abril. Desde ese día los profesores han sufrido el desgaste de trabajar más de 8 horas diarias para poder tratar de atender a sus estudiantes de la manera más provechosa y continuar garantizando su derecho a la educación; además de llenar los múltiples formatos que el burocratismo estatal impone, ya sea para evidenciar que el docente cumple su labor o para enterarse de lo que no se ha querido enterar en muchas décadas: las condiciones de pobreza que dificultan que la educación de calidad sea real para los pobres de Colombia.
Por otro lado, está claro que la educación no depende solo del maestro. Esto es mucho más evidente en la educación virtual, que ha sido muy ardua de desarrollar por múltiples dificultades; todas ellas ligadas al desprecio que tiene el Estado por las clases trabajadoras y, sobre todo, por el campesinado.
La educación pública siempre es la menospreciada y de ella, sobre todo, la educación rural. Sin embargo, la pandemia ha mostrado cómo la inoperancia de la empresa privada está obstaculizando el correcto desarrollo de la educación virtual.
La mayoría de las zonas rurales tienen malas redes eléctricas; redes que dependen de empresas que en apariencia son públicas, pero cuyas ganancias van a parar a bolsillos del capital imperialista. Así, muchas veces el acompañamiento que el docente presta a los estudiantes no se puede efectuar porque los niños no tienen cómo mantener carga eléctrica en sus celulares.
La mayoría de la educación rural en Colombia se presta en zona montañosa. Y son esas montañas la excusa perfecta para que las empresas de telecomunicaciones, que son privadas, no pongan las antenas que garantizarían que al menos si el niño no cuenta con internet pueda responder la llamada que todos los días hace su profesor, sin que cada 20 segundos la llamada se caiga y luego no vuelva a entra por falta de señal.
Es en el campo donde las tasas de analfabetismo son más altas; así, los padres no pueden brindar un acompañamiento a sus hijos porque ellos mismos no tuvieron educación, ya sea por falta de escuelas (en ese afán que tiene el Ministerio de Educación por disminuir docentes y cerrar instituciones educativas que tengan pocos estudiantes, privando así a los campesinos de su derecho a la educación) o porque tuvieron que abandonar la escuela ante la pobreza que los obligó a trabajar desde muy niños. Entonces, los bajos salarios, sobre todo en las zonas rurales, son una de las causas de la deserción escolar y de la baja calidad educativa.
Las condiciones de pobreza de muchos campesinos impiden que en la casa haya más de un celular. Por tanto, con un solo celular debe cumplir con la educación virtual una familia que puede tener 2, 3 o 4 estudiantes en grados distintos. Al mismo tiempo, este celular es con el que los padres, y hasta más adultos de la familia, deben atender sus obligaciones laborales.
Igualmente, las condiciones de pobreza de muchos campesinos impiden tener internet pospago. Por lo general, la gente en el campo tiene internet prepago, mediante compra de paquetes semanales de $1000, $2000 o $6000 de internet, paquetes que no aguantan video llamadas, consultas de internet ni descarga de videos.
Por añadidura, los celulares de muchos campesinos no son de gama alta, ni siquiera media; su memoria es poca y ello impide que se puedan descargar aplicaciones lectoras de pdf o demás, o que se puedan descargar muchos archivos gráficos o de video. De igual forma, las cámaras de esos celulares también son de poca resolución y obstaculiza la revisión del trabajo del niño mediante evidencia fotográfica.
Y todas estas condiciones de pobreza no las determinó el docente, las impuso el capital, a través de su Estado y su mañosa legislación laboral que termina por desconocer al campesinado y su aporte social. Las impuso el Estado, que prioriza las ganancias para los capitalistas y terratenientes de la agricultura, mientras a los campesinos medios y pobres les toca afrontar en cada cosecha las dificultades para comercializar sus productos, por falta de vías, carestía de insumos, avaricia de intermediarios, etc.
Incluso el machismo llega a ser un obstáculo para la educación virtual. Normalmente, las mamás son el acudiente directo del niño, y muchas veces con ellas no se puede hablar porque el padrastro de los niños le impide tener celular; y él no contestará en su celular porque los niños no son sus hijos.
Y para no hacerle frente a estas problemáticas, porque no es lo que le interesa, el Estado soluciona reabriendo las escuelas. ¿Y qué escuelas tenemos en las zonas rurales de Colombia?: escuelas con dos baños, uno para todos los niños de la escuela y otro para todas las niñas (en mi escuela, por ejemplo, llegan a ser 58 niños y niñas); escuelas sin ningún tipo de personal de aseo que podría intentar asegurar la desinfección diaria de las instalaciones; escuelas sin espacio suficiente para garantizar el distanciamiento dentro de los salones, incluso en los patios de recreo; escuelas sin la cantidad de pupitres necesarios para que haya un estudiante por mesa; escuelas sin los elementos de aseo necesarios, porque con el dinero que envían las Secretarías de Educación solo se da una pobre dotación a inicio de año escolar, esperando que se multiplique por arte de magia y así pueda rendir diez meses. Escuelas a las que los niños llegan usando un pequeño y desgastado medio de transporte tipo jeep, donde a duras penas caben todos de pie, estrujándose el uno al otro, y donde tampoco se asegurará el distanciamiento. Escuelas cuyos recursos económicos no se van a ampliar, aunque se les esté haciendo responsables de garantizar los elementos de bioseguridad necesarios para que los niños vuelvan a clases presenciales sin que se ponga en riesgo su salud (una salud endeble, porque la pobreza no les permite una alimentación adecuada para mantener un cuerpo con buenas defensas y porque los menguados hospitales públicos no pueden desarrollar buenas campañas de prevención de enfermedades).
No obstante, el magisterio colombiano, en su mayoría, cuenta con buenos profes, surgidos del pueblo, formados por la educación pública; que se preocupan por la calidad de la educación que le brindan a sus estudiantes; que comprenden que para ofrecer una educación de calidad también es necesario parar, protestar y salir a defender la educación para el pueblo.
Sin embargo, también necesitamos mejores orientaciones por parte de nuestros dirigentes, acciones de lucha más beligerantes; una plataforma que, si bien está ligada a toda la lucha de los trabajadores colombianos, también sea puntual en el tema de educación, en general, y en el tema de educación rural, en particular.
Una plataforma que una bajo los mismos intereses de lucha a directivos docentes, docentes, estudiantes y padres de familia. Una plataforma cuya conquista no se deje a manos de las mesas de diálogo y conciliación de dirigentes sindicales que muchas veces nos han traicionado, y menos de parlamentarios que solo cabalgan sobre la educación en tiempo de promesas que no cumplirán. Una plataforma que se construya en la discusión y la unidad de las asambleas magisteriales-comunitarias, una plataforma que se difunda de boca en boca, de corazón a corazón y de puño en puño; una plataforma que se defienda en las escuelas, en las veredas, en los barrios, en la calle; una plataforma que se pelee con la huelga. Una plataforma que no se concilia, porque no estamos dispuestos a que los de arriba sigan viendo a la educación como la cenicienta que aún sin recursos debe solo garantizar la formación de sus esclavos.
Una maestra desde el campo.