No es solo el Amazonas, África arde aún más por la voracidad capitalista

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Hace algunos días una de las imágenes satelitales difundidas por la por la NASA y analizada por Weather Source reveló que en África central había más incendios que en la Amazonía. Solo en Angola, Zambia y en la parte sur de la República Democrática del Congo hay por lo menos 10.000 incendios activos frente a los casi 2.500 que hay en la cuenca del Amazonas. Según los “expertos” europeos, tales incendios no son muy amenazadores del medio ambiente, pues responden a técnicas agrícolas ancestrales usadas por el hombre en la agricultura y el pastoreo, están controlados y no afectan a grandes masas boscosas sino a pastizales y tierras de cultivo. Tal galimatías esconde el gran daño que hace a la naturaleza el modo de producción capitalista, ligado y sometido hoy internacionalmente por la bolsa y los monopolios, y quien no solo dictamina cómo producir y cómo destruir la naturaleza, sino que tiene todo un arsenal ideológico para engañar a las masas con el cuento de que al planeta lo estamos destruyendo “todos”, cuando son ellos los directos responsables y los lucrados de tal hecatombe.

El imperialismo en su proceso de producción desenfrenado rompe los ciclos y procesos normales de la naturaleza, ciclos en donde los elementos naturales se rotan y se renuevan a sí mismos en procesos dialecticos. El sistema capitalista, inclusive las modos pre-capitalistas de producción ligados a él y a la economía mundial imperialista, gracias a la ciencia y a las avanzadas técnicas agrícolas desarrolladas, rompe los ciclos naturales y acelera su proceso artificialmente; inyectando elementos como nitrógeno y urea a través de abonos, usando herbicidas altamente tóxicos para la vida para controlar “malezas”, resecando ríos y desviando sus agua, deforestando los bosques para los sembríos con incendios (lo cual emite miles de toneladas de CO2 a la atmósfera y destruye habitad y especies) para producir desenfrenada y frenéticamente, reduciendo al máximo los costos hasta agotar los recursos de la tierra, degradando la composición química de la misma a tal punto que la tierra queda literalmente seca e improductiva. Tal es la lógica del sistema de producción imperialista, como diría Marx: “El capitalismo tiende a destruir sus dos únicas fuentes de riqueza: la naturaleza y el ser humano”.

Tal situación no solo convierte a África en el continente de los incendios forestales, sino que también cabe recordar que es el continente de constantes guerras sanguinarias de la disputa interimperialista de sus recursos –nunca se debe olvidar el genocidio de Ruanda–, el continente de los diamantes de sangre, del basurero de los residuos tóxicos y electrónicos de toda Europa y la víctima de las innumerables plagas y virus que atacan a sus pobladores malnutridos y con pésimos sistemas de salud. África hoy día asemeja a una isla de presidio en donde todos sus habitantes cumplen alguna pena y de donde solo se puede huir. No es solo la naturaleza del continente Africano la que sufre, toda su fuerza social del trabajo es también víctima de la superexplotación imperialista. África un continente con inmensos recursos naturales y con una variada fauna y flora es supremamente pobre, lo cual recuerda nuevamente la sentencia de Marx sobre el parasitismo del sistema: “El capital es trabajo muerto que sólo se reanima, a la manera de un vampiro, al chupar trabajo vivo, y que vive tanto más cuanto más trabajo vivo chupa”.

El sistema imperialista mundial es un gigante con pies de barro, su existencia se asemeja a la del voraz gigante que a pesar de contar con millones de enemigos, aún sigue destruyendo todo a su paso por la falta de conciencia y organización de los obreros y campesinos del mundo. Un sistema que tiene su tumba cavada por la Revolución Proletaria Mundial, la inevitable y próxima revolución de las clases oprimidas y explotadas que no solo harán la redención de la fuerza social del trabajo, sino de la naturaleza y de la vida en el planeta.

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