
La capital, Bogotá, concentra lo bueno y lo malo: las mayores riquezas y las más extremas pobrezas; esa es una ley del capital. También es escenario de grandes y pequeñas luchas de los trabajadores, que recurren a la movilización directa para conquistar mejores condiciones de vida o conmemorar las históricas luchas contra el Estado y sus aparatos de dominación y represión.
Maestros y estudiantes salen a las calles, bloquean vías y montan carpas; Palestina se convierte en un motivo común para que la pedagógica sea punto de reflexión y lucha, o para que las embajadas gringa y sionista sientan la fuerza del pueblo que exige parar el genocidio. La exigencia de libertad para presos por luchar convoca movilizaciones en la glorieta del Tintal; murales y conversatorios contra la impunidad policial inspiran a decenas de jóvenes en la Universidad Distrital de Ciudad Bolívar y el colegio La Chucua de Kennedy. La defensa de la vida de la comunidad LGBTIQ+ llega a las puertas del ministerio de justicia. La memoria de Nicolás Neira sigue inspirando la rebeldía contra la brutalidad policial.
Bogotá es epicentro de lucha, y la clase obrera, especialmente su juventud, abre camino. El conflicto sindical en la empresa Claro Colombia apunta a una gran lucha juvenil, y la capital sería su escenario.
La Comisión Negociadora de la Unión de Trabajadores del sector de las Telecomunicaciones y Call Center de Colombia (UTRATICS) comunicó oficialmente que no aceptará las condiciones laborales ofrecidas por Claro, tras más de 40 días de negociación.
Así, el centro político y económico del país requiere de la conciencia y unidad de los proletarios revolucionarios. Los problemas que se concentran en la capital aquejan a todo el país, y de la combatividad de esta región depende la generalización de las luchas a nivel nacional.






