El camino reformista en la salud del magisterio: Una lección de las limitaciones del Estado burgués

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La elección de Gustavo Petro como presidente de Colombia representó, para muchos sectores populares, una oportunidad de cambio. El magisterio fue uno de los sectores más esperanzados con su gobierno, confiando en que este podría transformar el nefasto sistema de salud que afecta a los docentes. Bajo la promesa de un cambio en el modelo, el gobierno de Petro intentó implementar una reforma que, a primera vista, parecía ser un paso hacia la mejora. Sin embargo, con el trascurrir del tiempo, se hizo evidente que, bajo el marco del Estado burgués, las reformas no logran desmantelar las estructuras capitalistas que siguen impidiendo transformaciones reales.

Uno de los ejemplos más claros de esta limitación se refleja en la situación del magisterio, que, si bien vio en la reforma una esperanza, pronto se dio cuenta de que la promesa de mejora no se traduce en una solución práctica. Los esfuerzos por garantizar que los docentes tuvieran acceso a medicamentos y tratamientos de calidad chocaron con la misma contradicción estructural entre el trabajo y el capital, que perpetúa las desigualdades en el acceso a servicios básicos.

Desde el inicio, los problemas fueron evidentes. A pesar de las promesas de cambio, la realidad que enfrentan los docentes al intentar acceder a medicamentos es desoladora. Las largas filas y las interminables demoras en la dispensación son solo la punta del iceberg. En muchos casos, una simple solicitud de medicamentos puede demorar más de dos horas, incluso cuando existen hasta nueve cajas de atención, de las cuales solo cuatro están operativas. Las condiciones en los dispensarios son deplorables, tanto para los trabajadores como para los usuarios. La ausencia de pantallas informativas que permitan a los pacientes conocer el estado de sus trámites refleja la total indiferencia del sistema ante las necesidades de los docentes.

Lo más alarmante sin embargo, es la falta recurrente de medicamentos. Y ¡qué curioso!, son precisamente los más costosos los que siempre escasean, lo que deja en evidencia la lógica capitalista que sigue funcionando en el corazón del sistema de salud, incluso bajo un gobierno que se presenta como un cambio. Este fenómeno no es aislado; es la manifestación palpable de la imposibilidad de cambiar las estructuras de poder en un Estado que, al final de cuentas, sigue siendo un administrador de los intereses del capital.

Este panorama demuestra con claridad que, bajo el Estado burgués, las reformas no son capaces de desafiar el poder del capital, ni siquiera cuando existen buenas intenciones de transformación. El sector de la salud, en particular el acceso a medicamentos y servicios para los docentes, se presenta como una prueba irrefutable de que el camino reformista es erróneo. Mientras persista el poder del capital, siempre encontrará formas de obstaculizar las buenas intenciones, ya sea a través de la falta de inversión, la desorganización de los servicios, o incluso inventando desabastecimientos.

Es momento de replantear la estrategia. La experiencia del magisterio debe servir como una advertencia de que las reformas dentro del marco del Estado burgués no son la solución. Solo una transformación profunda, que vaya más allá de las reformas superficiales, podrá garantizar un sistema de salud realmente justo, accesible y al servicio de todos.

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