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Carece de electricidad y agua; sólo una de las 40 viviendas es de «material»
«Sí, ya nos venimos para acá, a nuestra realidad», dice una de las mujeres que huyó con su familia
ARTURO CANO
Enviado
Periódico La Jornada
Martes 28 de junio de 2016
Asunción Nochixtlán, Oax.
La sonrisa de Juana Antonio López es más grande que su cara. Lo que dice no lo es: «Sí, ya nos venimos para acá, a nuestra realidad».
Y la realidad de la señora Antonio es una casucha de lámina que, para su mala fortuna, está cerca del crucero donde el domingo 19 de junio la Policía Federal intentó desalojar el bloqueo de las carreteras libre y de cuota, con el resultado conocido de 11 muertos y más de 100 heridos, según el recuento de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE).
Una treintena de policías federales, según testimonios de habitantes de la colonia 20 de Noviembre, subió la loma y lanzó gases en su afán de alcanzar a manifestantes que les aventaron piedras y que huyeron en busca de refugio.
Desde el predio de la colonia se alcanza a ver el crucero donde el domingo pasado se pretendió abrir un ‘‘conducto’’ expedito a la reforma educativa.
La 20 de Noviembre no tiene electricidad ni agua. Sólo una de las 40 viviendas es «de material». El resto es de lámina o tablones. Dos cuartuchos son el jardín de niños y la escuela primaria.
El domingo de la represión, Juana Antonio oyó los gritos; apenas alcanzó a entender lo que pasaba, tomó a sus hijos y luego a los de la vecina, quien ya había salido al mercado.
Desde la entrada de la colonia los policías federales lanzaban gases lacrimógenos a las viviendas. Cuando logró alejar a sus hijos de los gases volvió por una vecina que tiene siete meses de embarazo y luego por el resto de los niños que habitan la colonia, hasta sumar 31. Ella y su esposo, Alejandro Pérez, lograron sacar a los niños en medio de la gaseada y las piedras que lanzaban los policías.
«¡Maldito gobierno, quiere acabar con nosotros!», dice Alejandro, quien tuvo que hacer cuatro viajes en su vieja camioneta para salvar a los niños. «Nos vinieron a atacar a nuestras casas. ¿Y por qué? Nomás porque tienen el poder. Pero no lo van a tener todo el tiempo. Al rato se quedan igual y van a estar comiendo chapulines y tortillas con sal, como todos nosotros».
Alejandro y su esposa aseguran que los policías vieron que ahí había niños (de meses a 11 años de edad) y que aun así siguieron lanzando los gases. Como prueba, muestran dos bolsas repletas de cartuchos Made in USA.
«Las mamás que estaban ahí me ayudaron y corrimos hasta un terreno con los niños. Ahí les dijimos ‘tírense’. Habían inhalado los gases; los niños ya estaban ahogándose», dice Juana.
El domingo 19, en medio del infierno, los habitantes de la 20 de Noviembre hallaron refugio en el vecino municipio de San Andrés Sinaxtla, que puso a su disposición el auditorio municipal y el servicio médico.
«Los médicos diagnosticaron que por la inhalación de gases presentaban vómitos y diarreas, y sobre todo ardor en la piel», dice Martha Castellanos, presidenta del DIF municipal.
En Sinaxtla, las familias de la 20 de Noviembre permanecieron varios días. Tuvieron ahí agua corriente, comida caliente, atención médica y clases con maestras voluntarias. A media semana, varios pequeños se sentaron sobre una colchoneta y contaron lo que vieron, en un coro de voces:
–Yo escuché que los policías gritaban: «Vénganse por acá, aquí van a tener su chinga».
–Gritaban groserías y empezaron a provocar a los maestros.
–Después usaron sus pistolas y empezaron a matar gente.
–Aventaron una cosa (el niño hace una seña que dibuja un objeto redondo) detrás de una casa; explotó, sacó lumbre.
–Que el gobernador les dé un castigo a ellos y que si no, lo saquen de su poder que él tiene, que ya no exista esa Policía Federal.
Una semana después de la balacera, hacen fila para recibir la ropa donada por los maestros de la sección 22. Han vuelto a su realidad, como dice Juana, pero ahora tienen algo de ropa.