La Asociación Internacional de los Trabajadores (VII)

La necesidad del Partido y de la lucha política del Proletariado

Las varias corrientes del movimiento obrero que se expresaban en la Asociación Internacional de los Trabajadores no permitían que fuera fácil ni inmediato el triunfo de las teorías marxistas que hablaban de la lucha de clases como ley objetiva de la sociedad (independiente de la voluntad de los hombres), de la lucha política (tan necesaria para la clase obrera como su lucha económica) y de la independencia en la política y en el partido (para poder triunfar sobre la burguesía).

Estas teorías, fundamentales en la ciencia revolucionaria del proletariado, solo podían cimentarse en la Internacional mediante la confrontación con las tesis contrarias; y solo podían ser entendidas, aceptadas y acatadas por los obreros, si ellos se enteraban de esas polémicas, pero más que eso, si utilizaban tales teorías para guiarse en la lucha contra sus antagónicos enemigos de clase: la burguesía y la aristocracia terrateniente.

Si bien en el Manifiesto Inaugural había quedado expreso que para conseguir todos los objetivos que se propone el proletariado la conquista del poder político ha venido a ser, por lo tanto, el gran deber de la clase obrera, en los Estatutos Provisionales quedó dicho que la emancipación económica de la clase obrera es, por lo tanto, el gran fin al que todo movimiento político debe ser subordinado como medio.

Fue esta una de las tesis que más fuertes discusiones provocó, tanto en las dos Conferencias y cinco Congresos de la Internacional, como en el mismo Consejo General, en donde fue habitual la lucha de tendencias y cotidianas las polémicas sobre las guerras de agresión, el militarismo, la lucha por los salarios, los sindicatos, el trabajo de la mujer, la propiedad privada, etc. Pero el punto de choque más impetuoso y permanente siempre fue entre dos concepciones radicalmente opuestas: la lucha de clases y lucha política de las masas obreras, versus, la conciliación de clases y el sectarismo.

Tres fueron las fuerzas opuestas, en diverso grado, a las tesis marxistas sobre lucha de clases, lucha política y partido independientes:

La primera, representada en la influencia que sobre las tradeuniones obreras ingleses ejercía la concepción derechista de sus dirigentes, quienes no rechazaban de plano la necesidad de la lucha política de los obreros pero sí su independencia, pues la sometían al acuerdo con la burguesía radical. Esto es, se oponían a una lucha verdaderamente proletaria e independiente de la tutela burguesa.

La segunda, expresada en la notable influencia que sobre los obreros franceses tenía el proudhonismo, corriente que negaba no solo la lucha política del proletariado, sino toda lucha de clases, y pregonaba la fantasía pequeñoburguesa de remediar la situación de la clase obrera mediante cooperativas concertadoras de créditos populares con el Estado.

La tercera, fue el anarquismo, defensor de la nivelación de clases y la supresión del Estado, del cual no admitían su papel como órgano de dominación de clase, por lo cual, negaban la necesidad de lucha política del proletariado, reduciendo la lucha por la emancipación de la clase obrera a la huelga económica general conjugada con la acción aventurera de un puñado de conspiradores.

En la forma, ninguna de estas corrientes se oponía a la emancipación económica de la clase obrera y, aunque cada una la entendía a su manera, todas coincidían en rechazar la lucha de masas del proletariado para derrotar el poder del Estado burgués: unos, los tradeunionistas aceptaban la lucha política pero no como lucha radical contra todo el poder de la burguesía, sino a favor de una parte de la burguesía; otros, los proudhonistas y anarquistas puros, negaban toda lucha política.

Solo la corriente marxista en la Internacional entendía que para conquistar la emancipación económica de la clase obrera era, y sigue siendo necesario, expropiar a la burguesía de los medios de producción; y para ello debe, antes, destruir el viejo y caduco Estado burgués y construir sobre sus ruinas el nuevo Estado de Dictadura del Proletariado (objetivo inmediato de su lucha política), cuya forma fue revelada por la experiencia de la Comuna de París.

La clase obrera debe luchar políticamente para lograr su emancipación económica, fue el principio abanderado por la Internacional. Pero no bastaba aceptarlo en la letra, pues existían, y siguen existiendo, dos interpretaciones opuestas de lucha política: la pequeña burguesía (y la burguesía radical de aquella época) concibe la lucha política como un fin en sí misma, que lo único que se propone es remodelar las formas políticas existentes, hacerle mantenimiento a las instituciones del Estado burgués y utilizar esas instituciones (que son la expresión material del poder de la burguesía) para ilusamente «remediar» la situación económica de los trabajadores mediante reformas a las leyes burguesas… En fin, todo el sutil engaño de la democracia burguesa.

En cambio, el proletariado consciente utiliza su lucha política solo como un medio, que lo arme con el poder político para llevar a cabo su propósito fundamental: expropiar a los expropiadores, sin lo cual, no cabe ni hablar de emancipación económica. Ambas clases luchan políticamente: una, para reforzar el poder de la burguesía; la otra, para destruirlo.

Defender o negar la necesidad de la lucha política independiente de la clase obrera implicaba meter en discusión la necesidad de su partido político e independiente. En este tema se enfrentaron ardorosa y violentamente marxistas y anarquistas, tal como ocurrió en la Segunda Conferencia de la Internacional (celebrada en Londres en octubre de 1871, pocos meses después de la Comuna de París) cuya Resolución sobre La Acción Política de la Clase Obrera (la más importante aprobada) dice en unos de sus apartes:

En su lucha contra el poder colectivo de las clases poseedoras, el proletariado no puede actuar como clase sino constituyéndose él mismo en partido político propio y opuesto a todos los antiguos partidos formados por las clases poseedoras.

Esta constitución del proletariado en partido político es indispensable para asegurar el triunfo de la revolución social y el logro de su fin supremo: la abolición de las clases.

La coalición de las fuerzas obreras, obtenida ya por medio de la lucha económica, debe servir también de palanca en manos de esta clase en su lucha contra el poder político de sus explotadores.

En 1872, el Congreso de La Haya ratificó esa Resolución y agregó: Por cuanto los señores de la tierra y del capital se sirven siempre de sus privilegios políticos para defender y perpetuar sus monopolios económicos y sojuzgar el trabajo, la conquista del poder político pasa a ser el gran deber del proletariado.

La Segunda Conferencia de Londres y el Congreso de La Haya se centraron en defender la necesidad de la lucha y la organización políticas del proletariado. Una lucha tenaz entre el marxismo y el anarquismo sectario que, en lugar de la lucha consciente obrera, amplia, de masas, contra el poder del capital, exaltaba la lucha aventurera de las sectas al comando de la «juventud sin clase, las masas campesinas y el proletariado andrajoso»; y en lugar del Partido disciplinado, organizado de acuerdo con el centralismo democrático y con profundas raíces entre las masas, proclamaba la secreta, aislada y vertical organización de los conspiradores.

Los derrotados anarquistas dirigidos por Bakunin, posterior a la Conferencia y en confabulación con otras corrientes antimarxistas, realizaron una infame campaña contra la Internacional, pero de nuevo fueron repelidos, derrotados y expulsados en el Congreso de La Haya, que sería el último de la Asociación Internacional de los Trabajadores.

[Próxima entrega: Disolución de la Primera Internacional y su papel histórico]

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