Algunos antecedentes de la Primera Internacional
La salida a la luz pública del Manifiesto del Partido Comunista (1848) coincide con una gran agudización de la lucha de clases entre el proletariado y la burguesía en Europa: la revolución de febrero en Francia, la insurrección popular de marzo en Viena y en Berlín, la insurrección de junio en París, las insurrecciones de liberación nacional en Hungría, Italia y Polonia. En todas ellas fue doblegada la clase obrera, declinó el movimiento revolucionario por reformas sociales en Europa, desapareció el movimiento obrero de la escena política, quedando relegadas a un segundo plano las tesis del Manifiesto.
La más significativa de las batallas de clases ocurrió entre el 23 y 26 de junio de 1848 en París, donde los obreros realizaron una insurrección, tan heroica y radical que ha sido incrustada en la historia del movimiento obrero como su primera gran guerra civil contra la burguesía; y su derrota, como una de las más sanguinarias y crueles represalias de la burguesía francesa contra el proletariado.
Fue tal el exterminio que, dice Engels en uno de los prólogos del Manifiesto: Relegó de nuevo a segundo plano, por cierto, tiempo, las aspiraciones sociales y políticas de la clase obrera europea (…) hubo de limitarse a luchar por un escenario político para su actividad y a ocupar la posición de ala extrema izquierda de la clase media radical. Todo movimiento obrero independiente era despiadadamente perseguido, en cuanto daba señales de vida.
Los acontecimientos de la lucha de clases en Francia, entre 1848 y 1851, fueron analizados magistralmente por Carlos Marx en su obra El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, en la cual desarrolla las teorías de la lucha de clases y la revolución proletaria, la doctrina del Estado y la dictadura del proletariado, llegando a concluir que: Todas las revoluciones perfeccionaban esta máquina [el Estado], en vez de destrozarla, con lo cual definió —con toda precisión— el asunto fundamental de la actitud del proletariado frente al Estado burgués: destruirlo y construir uno nuevo. En esta obra, también Marx dedica especial atención al estudio de la importancia que tiene el campesinado como aliado del proletariado, y al papel de los partidos políticos en la vida social.
Si bien la Liga de los Comunistas hacía propaganda por doquier estuvieran sus miembros en los distintos países, era débil como organización para poder acelerar el movimiento revolucionario; aun así, con tal limitación, fue una excelente escuela de actuación revolucionaria. En 1850 se dividió en dos fracciones: la de Marx y Engels y la de Willich y Schapper, partidarios de la tesis «extremoizquierdista» de que para organizar una nueva insurrección en Alemania bastaba con conseguir, mediante un empréstito, una cantidad de dinero y reunir algunos hombres resueltos para provocarla.
El período de la lucha de clases que despunta con la derrota de las insurrecciones obreras en Europa es una época de temible reacción monárquico-burguesa que se extiende hasta 1862, en la cual son suprimidas todas las libertades políticas, prohibidas las uniones obreras y apresados varios dirigentes de la Liga de los Comunistas, contra quienes se organizó el proceso de Colonia de 1852; mediante documentos falsos y perjurios, se condenó a siete de los once acusados a penas de cárcel entre tres y seis años. Los miembros restantes disolvieron formalmente la Liga.
Por aquellos años, al ceder la crisis económica de 1847, sobreviene la prosperidad: un auge industrial que, unido a la gran emigración de proletarios (muchos de ellos expertos insurrectos), causada por el descubrimiento de minas de oro en California y en Australia, desalentó todo intento de movimiento revolucionario y paralizó la organización y el movimiento obrero hasta los años de la siguiente crisis en 1857. Cuando comienza un nuevo reanimamiento del proletariado, sobre todo de las ramas de la construcción y del mueble, y muy especialmente el proletariado de Sajonia (Alemania), donde representantes de la «vieja guardia» del movimiento obrero de 1848 le hacían propaganda a la necesidad de un movimiento obrero independiente que no se convirtiera en simple comodín de la lucha entre la burguesía progresista y Bismarck –ministro presidente de Prusia y representante de los «junkers» (aristocracia terrateniente)–, sino que aprovechara a su favor esa contradicción.
Es entonces cuando salta a la escena el abogado Fernando Lassalle, fundador de la tendencia oportunista en el movimiento obrero alemán, al cual se adhiere después de ser partícipe del movimiento democrático en 1848. Amigo del éxito inmediato y la «política positiva», extremadamente vanidoso para impresionar a las masas atrasadas, y presuntuoso de ser el creador del movimiento obrero alemán, negando todo nexo con el anterior movimiento revolucionario, Lassalle coquetea con el gobierno, silenciando la contradicción del movimiento obrero con los «junkers». Crédulo de las bondades del Estado, con frecuencia recomienda a los obreros inadmisibles súplicas que, según él, Bismarck atendería por contrariar a la burguesía.
Para enfrentar al programa que los progresistas burgueses proponían para remediar la situación de miseria de los obreros, levantó la bandera de la imprescindible necesidad de organizar un partido obrero y, tomando prestadas ideas del Manifiesto y de otras obras de Marx, las pervierte, quitándoles su filo revolucionario con el argumento de que, por táctica, no se podía asustar a las masas poco conscientes con las ideas del comunismo. Así, termina reduciendo su Programa Obrero a la conquista del sufragio universal como reivindicación política fundamental y, en lo económico, a organizar sociedades de producción con la ayuda de créditos del Estado, pues, de acuerdo a su «ley de bronce», es imposible elevar el salario más allá de un mínimo determinado.
Los comunistas por su parte, encabezados por Marx y Engels, rechazaron ese programa, mantuvieron su actividad propagandística demandando la independencia del movimiento obrero, tanto con respecto a Bismarck y los «junkers» como a la burguesía, denunciando que en las verdaderas causas de las diversas guerras que azotaban a Europa estaban los intereses capitalistas de la burguesía, animando al proletariado a emprender de nuevo su combate de clase contra sus enemigos, para lo cual era necesario reorganizar sus fuerzas a nivel internacional.
[Próxima entrega: La Fundación de la Asociación Internacional de los Trabajadores]