Burgueses y proletarios
Es la primera parte del Manifiesto, en la cual se precisa el papel de la lucha de clases como motor del desarrollo histórico, y cómo en la sociedad capitalista las contradicciones de clase se han simplificado a tal punto, que se polarizaron en una lucha irreconciliable entre burgueses y proletarios.
Marx y Engels advirtieron la cercanía del ocaso de la burguesía, como en efecto ocurrió a partir del siglo XX cuando el capitalismo entró en su fase de agonía imperialista. Esa advertencia no era una profecía, sino el resultado de su comprensión científica del movimiento materialista dialéctico de la sociedad, pues habían comprobado —en el laboratorio de la historia— que la burguesía ya había cumplido su papel revolucionario frente a las relaciones feudales: creando el mercado mundial y dándole un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de las mercancías; sometiendo el campo a la explotación de la ciudad y, por ende, subyugando a los campesinos al dominio burgués; subordinando los países bárbaros a los civilizados y el Oriente al Occidente; aglomerando a la población; transformando los pequeños talleres en la gran fábrica capitalista; centralizando los medios de producción y concentrando su propiedad en manos de unos pocos.
Ese portentoso desarrollo de las fuerzas productivas (instrumentos de producción y hombres trabajadores) resultó demasiado poderoso para las relaciones sociales de producción burguesas que, por estar basadas en la explotación del trabajo asalariado, se convirtieron en un obstáculo que impide el libre desarrollo de las fuerzas productivas, ahogándolas y destruyéndolas. La Negación de la Negación, ley dialéctica que también rige inexorable el desarrollo social, ha dictado su sentencia: ¡la burguesía tiene que perecer!, porque solo puede existir a condición de desarrollar incesantemente las fuerzas productivas y, al hacerlo, las nuevas fuerzas productivas socializadas exigen nuevas y acordes relaciones sociales de producción, ya no basadas en la explotación, sino en la cooperación; exigen el fin del dominio explotador y opresor de la burguesía sobre la sociedad y, por tanto, el fin de la propiedad privada sobre los medios de producción, pues las relaciones de propiedad son apenas la expresión jurídica de las relaciones de producción.
La rebelión de las fuerzas productivas contra las relaciones capitalistas de producción desata fuerzas económicas incontrolables, manifiestas en crisis comerciales y de producción que, como una epidemia de superproducción, azota a toda sociedad por poseer demasiados medios de vida, demasiada industria, demasiado comercio, privándola súbitamente de todos sus medios de subsistencia. Impotente, la burguesía se ve obligada a destruir en masa las fuerzas productivas y a intensificar la explotación, con lo cual lo único que hace es preparar nuevas y más profundas crisis.
El Manifiesto explica cómo la burguesía no solo trabó el desarrollo de toda la sociedad, sino que además creó la clase encargada de revolucionar las relaciones sociales de producción: el proletariado, a quien le corresponde sepultar a la burguesía y su sistema capitalista.
Los proletarios son los obreros modernos, clase social que solo puede vivir a condición de encontrar trabajo, y sólo lo encuentra a condición de que acreciente el capital. Su única y exclusiva propiedad es su fuerza de trabajo, convertida en una mercancía sujeta a los vaivenes del mercado y de las crisis, cuyo precio —el salario— se reduce a lo que cuestan los medios indispensables para vivir y reproducirse. Bajo las relaciones capitalistas de explotación, el trabajo asalariado no tiene atractivo para el obrero, porque con él no crea propiedad para sí mismo, sino capital para el burgués, quien lo acumula como propiedad privada. Y si quienes producen el capital constituyen la inmensa mayoría de la sociedad, es a ella a quien le corresponde apropiarse de su producido, en calidad de propiedad socialista, lo cual sí se corresponde con el carácter social de la producción.
La gran fábrica capitalista concentró grandes masas de obreros en verdaderos cuarteles donde no son solamente esclavos de la clase burguesa, del Estado burgués, sino diariamente, a todas horas, esclavos de la máquina, del capataz y, sobre todo, del patrón de la fábrica. De ahí que la clase de los obreros modernos, debido a su situación de productores de la riqueza social y de desposeídos de propiedad sobre los medios de producción, se constituye en la única clase verdaderamente revolucionaria en la sociedad capitalista. En cambio, la pequeña burguesía es una clase inestable y vacilante ante la revolución, debido a que tiene un doble carácter: propietaria de medios de producción (lo cual la torna conservadora y reaccionaria) y constantemente arruinada y lanzada a las filas del proletariado (lo cual la vuelve revolucionaria en la medida en que defienda no sus intereses presentes, sino sus intereses futuros).
Desde cuando surge la clase obrera comienza su lucha contra la burguesía, si bien en un comienzo es aislada, local y contra las máquinas, después logra uniones y coaliciones en cada país y a nivel internacional, facilitadas de una parte porque los obreros no tienen patria y, de otra, porque los intereses y las condiciones de existencia de los proletarios se igualan cada vez más a medida que la máquina va borrando las diferencias en el trabajo y reduce el salario, casi en todas partes, a un nivel igualmente bajo. Esa unión cada vez más extensa de los obreros convierte su lucha en una lucha de clase, es decir, en una lucha política que va más allá de la lucha inmediata en defensa del salario. Es así que los proletarios se ven abocados a empuñar las armas sociales que la propia burguesía a forjado para su muerte, pero ellos, no pueden conquistar las fuerzas productivas sociales, sino aboliendo su propio modo de apropiación en vigor, y, por tanto, todo modo de apropiación existente hasta nuestros días. Los proletarios no tienen nada que salvaguardar; tienen que destruir todo lo que hasta ahora ha venido garantizando y asegurando la propiedad privada existente.
La magistral conclusión del primer capítulo del Manifiesto: La existencia de la burguesía es, en lo sucesivo, incompatible con la de la sociedad… Su hundimiento y la victoria del proletariado son igualmente inevitables ha alentado e inspirado la lucha del Movimiento Obrero Mundial a lo largo de los últimos 154 años, en los cuales, en tres ocasiones ha logrado tomarse el cielo por asalto.