La Comuna de París (III)

El Estado Tipo Comuna

La derrota de los ejércitos del Emperador Napoleón III significó la caída del Segundo Imperio, dando paso a la República, en la forma de un Gobierno de la Defensa Nacional en manos de la burguesía republicana. El proletariado había aceptado esta forma de república solo y a condición de llevar a cabo la defensa nacional. Pero cuando la burguesía alemana transformó su guerra defensiva en guerra de agresión contra la nación francesa, la burguesía republicana capituló humillándose como un gobierno de la traición nacional. Con los ejércitos prusianos a las puertas de París solo era posible defender la ciudad armando a la población y armar a la población parisina era armar a la clase obrera, lo cual significaba armar la revolución del proletariado.

La Guardia Nacional fue la forma que tomó el armamento general del pueblo, lo cual desvelaba más a la burguesía francesa que el asedio del ejército alemán. Tanto así que Julio Favre, ministro de Negocios Extranjeros en el gobierno burgués, confesó en alguna de sus cartas que se «defendían» no de los soldados prusianos, sino de los obreros de París. Y buena razón tenían los burgueses, pues sabían que, si el proletariado armado derrotaba la agresión de la burguesía alemana, de hecho quedaba derrotada también la burguesía francesa, cuyo gobierno y ejército habían huido de París. Por tanto, para la burguesía, la defensa del poder del capital estaba por encima de la defensa de la nación.

La preocupación principal de la burguesía francesa era ¡desarmar a los obreros! Pretendió hacerlo el 18 de marzo, precipitando una espontánea revolución obrera que quedó dueña del poder estatal ante la huída de Thiers y sus ejércitos a Versalles. Así lo expresó el Comité Central de la Guardia Nacional en su Manifiesto del 18 de marzo: Los proletarios de París, en medio de los fracasos y las traiciones de las clases dominantes, se han dado cuenta de que ha llegado la hora de salvar la situación tomando en sus manos la dirección de los asuntos públicos… Han comprendido que es su deber imperioso y su derecho indiscutible hacerse dueños de sus propios destinos, tomando el poder. Fue este el inmortal aporte de la Comuna de París a la experiencia y la lucha del movimiento obrero internacional: resolver, con la iniciativa de las masas, el problema del cómo debe ser un Estado en manos del proletariado.

Para aquel entonces, el socialismo ya se había configurado como ciencia, a lo largo de una permanente lucha contra tendencias y doctrinas adversas, y al calor de la práctica en la lucha de clase del proletariado. Ya desde los años 40 del siglo XIX, el marxismo venía descubriendo, como parte del materialismo histórico, que el Estado no ha existido ni existirá siempre, sino que es un producto social propio de las sociedades divididas en clases; un órgano de opresión e instrumento de explotación, no situado por encima o al margen de las clases, sino al servicio de la clase o clases dominantes, que por lo general son las clases económicamente dominantes.

Sin embargo, la experiencia de la lucha política de la clase obrera todavía no aportaba el conocimiento directo para pulimentar esa teoría. De tal forma que, en 1848, cuando se publica el Manifiesto del Partido Comunista, redactado por Carlos Marx y Federico Engels, la idea se plantea muy en general: la necesidad de la «organización del proletariado como clase dominante». Es la práctica de las insurrecciones obreras de 1848 en Europa la que permite a Marx desarrollar y concretar la conclusión: La dictadura de clase del proletariado como punto necesario de transición para la supresión de las diferencias de clase en general, expuesta en su obra Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850, y complementada con una ingeniosa observación: Todas las revoluciones perfeccionaban esta máquina [el Estado] en vez de destruirla, hecha en El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, escrito a finales de 1851 y principios de 1852.

Fue la experiencia de la Comuna de París la que reveló la forma de esa organización del proletariado como clase dominante, la forma del Estado de dictadura del proletariado, a instaurarse en lugar del Estado burgués, al que se debe destruir hasta los cimientos. Así lo expresó Marx en el Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores, titulado La guerra civil en Francia: La Comuna era, esencialmente, un gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora, la forma política al fin descubierta para llevar a cabo dentro de ella la emancipación económica del trabajo.

Aun cuando la experiencia, el desarrollo y la organización de la lucha del proletariado como clase independiente no le otorgaban todavía la suficiente preparación para convertirse en clase gobernante, el gran desarrollo capitalista de la sociedad francesa permitía que la clase obrera tomase la vanguardia de la revolución, como en efecto lo hizo. Por primera vez en la historia del movimiento obrero, el proletariado mantuvo la iniciativa hasta tomar el poder. A pesar de las limitaciones, fue asombrosa la actuación, el avance y las medidas dictadas por la Comuna, entre las cuales destella su actuación frente al poder del Estado, impulsada por la guerra civil y, en altísimo porcentaje, fruto de la iniciativa creadora de las masas obreras.

Contra el monopolio de las armas en manos de una fuerza especial de represión al servicio de la clase dominante, fuerza que constituye el pilar central del Estado burgués, la Comuna de París, en su primer decreto, colocó las armas directamente en manos del proletariado como la nueva clase dominante. Suprimió el ejército permanente y lo sustituyó por el pueblo en armas, al declarar a la Guardia Nacional única fuerza armada, en la cual debían alistarse todos los ciudadanos capaces de empuñar las armas.

Contra la transformación del Estado y de sus órganos en señores parásitos de la sociedad, en burocracia del Estado, la Comuna de París los convirtió en servidores de la sociedad: En primer lugar, —dice Engels— cubrió todos los cargos administrativos, judiciales y de enseñanza por elección, mediante sufragio universal, concediendo a los electores el derecho a revocar en todo momento a sus elegidos. En segundo lugar, todos los funcionarios altos y bajos, estaban retribuidos como los demás trabajadores.

Así, formada por consejeros municipales elegidos por sufragio universal, la Comuna de París no era una institución parlamentaria, sino una corporación de trabajo, ejecutiva y legislativa al mismo tiempo.

Sencillas medidas que significaron tan profundas y radicales transformaciones en el Estado que, en realidad, la Comuna de París es la negación dialéctica del viejo Estado burgués en un nuevo tipo de Estado con un gobierno barato de la clase obrera.

En cuanto a tal nuevo tipo de Estado, la esencia de la Comuna puede resumirse así:

  • La fuente de su poder está en la iniciativa directa de las masas populares desde abajo.
  • Sustitución de la policía y del ejército como instituciones apartadas del pueblo y contrapuestas a él, por el armamento general del pueblo.
  • Sustitución de la burocracia del Estado por funcionarios asalariados elegibles y removibles por las masas en cualquier momento.

«La Comuna tuvo que reconocer desde el primer momento que la clase obrera, al llegar al poder, no podía seguir gobernando con la vieja máquina del Estado; que, para no perder de nuevo su dominación recién conquistada, la clase obrera tenía, de una parte, que barrer toda la vieja máquina represiva utilizada hasta entonces contra ella, y de otra parte, precaverse contra sus propios diputados y funcionarios, declarándolos a todos, sin excepción revocables en cualquier momento».

Federico Engels

La Comuna de París, como nuevo tipo de Estado, fue la negación del Estado burgués; y al mismo tiempo, el comienzo de la negación de todo Estado.

Desde el momento en que la sociedad se dividió en clases, es decir, entre unos que trabajan y otros que viven del trabajo ajeno, se hizo necesario un poder especial que impidiera la destrucción de la sociedad a cuenta de los antagonismos irreconciliables entre sus clases. Ese poder especial es el Estado cuya función consiste en refrenar el antagonismo entre las clases, amortiguando sus choques, lo cual no significa conciliar los intereses de las clases antagónicas (como lo interpretan y desean los oportunistas), sino todo lo contrario, garantizar el dominio de una clase sobre otras, para lo cual, el Estado priva a las clases oprimidas de ciertos medios y procedimientos de lucha. De ahí que el instrumento principal, o el pilar central de la fuerza del Estado, lo constituyen los destacamentos armados de carácter profesional (las fuerzas armadas del ejército y la policía) quienes tienen el monopolio de las armas y junto con sus cárceles, convierten al Estado en una máquina para la opresión de una clase por otra.

Particularmente, en la sociedad capitalista, la burguesía pregona que esa máquina del Estado es «una institución democrática al servicio de toda la sociedad» y por tanto, «situada por encima de toda la sociedad». Pero eso no es más que una falsa apariencia, pues el Estado es un producto social que tiene un definido carácter de clase; en el capitalismo es un Estado burgués cuya fuente de poder está en el capital y sirve exclusivamente a los intereses de una minoría de la sociedad, los capitalistas (burgueses, terratenientes e imperialistas), siendo, además de máquina de represión, un instrumento de explotación en manos de los dueños del capital, que funciona con un gigantesco y costoso aparato burocrático de jueces y diputados parlanchines, quienes junto con las fuerzas armadas, viven como parásitos a cuenta de los impuestos arrancados al pueblo.

El Estado tipo Comuna, sigue siendo Estado de clase porque sirve al proletariado como clase dominante para ejercer su dictadura sobre los antiguos opresores y explotadores; pero es un nuevo Estado que niega al viejo Estado burgués, primero porque su fuente de poder está en la iniciativa directa de las masas populares desde abajo, sirviendo y defendiendo por vez primera en la historia de la sociedad, los intereses de la inmensa mayoría (las masas trabajadoras), ya no con destacamentos especiales armados, sino con el armamento general del pueblo en sustitución del ejército y la policía (instituciones apartadas de las masas y contrapuestas a ellas); y segundo, porque sustituye el gigantesco aparato burocrático del Estado, por funcionarios elegibles y removibles por las masas en cualquier momento, y todos, absolutamente todos, remunerados con salarios de obrero. Respecto a estas sencillas pero profundas transformaciones, concluye Marx: «La Comuna convirtió en una realidad ese tópico de todas las revoluciones burguesas, que es “un gobierno barato”, al destruir las dos grandes fuentes de gastos: el ejército permanente y la burocracia del Estado».

Y en la medida en que las funciones del Estado (que antes eran privilegio y ocupación de cuerpos o destacamentos especiales apartados del pueblo), fueron colocadas por la Comuna en manos de las masas trabajadoras, en esa misma medida se inicia la negación del Estado en general como institución especial de la sociedad, pues sus funciones empiezan a ser cumplidas por toda la sociedad.

Negar el Estado burgués no es remodelarlo, sino destruirlo mediante la violencia revolucionaria; destruir su pilar central, sus aparatos e instituciones burocráticas. Esta es la característica esencial de la revolución del proletariado, y de hecho la abismal diferencia con las revoluciones de la pequeña burguesía que en lugar de destruir el Estado burgués, lo preservan con el argumento de ejercer a través de él una verdadera democracia, con lo cual lo único que hacen es maquillar la dictadura burguesa, gobernando en beneficio de la burguesía pues el carácter de clase de tal Estado sigue siendo burgués, donde la democracia es para los explotadores y la dictadura para los explotados. En cambio, la democracia proletaria significa dictadura abierta sobre la burguesía, los terratenientes y los imperialistas, y democracia real para las masas trabajadoras de obreros y campesinos. Mientras la democracia burguesa no va más allá de la proclamación formal de los derechos y libertades del pueblo, la democracia proletaria consiste en la participación real de las masas trabajadoras en la administración del Estado, y en el usufructo de los bienes expropiados a los expropiadores. Mientras para la burguesía igualdad es un concepto jurídico que disfraza la desigualdad de las clases, para el proletariado igualdad significa acabar con las diferencias de clase en la posesión de los medios de producción.

De ahí, que como dijera Marx refiriéndose al régimen de la Comuna de París «la dominación política de los productores es incompatible con la perpetuación de su esclavitud social», por tanto, el poder de la Comuna como nuevo tipo de Estado «había de servir de palanca para extirpar los cimientos económicos sobre los que descansa la existencia de las clases y, por consiguiente, la dominación de clase. Emancipando el trabajo, todo hombre se convierte en trabajador, y el trabajo productivo deja de ser atributo de una clase».

Por eso la Comuna no convirtió el poder político en un fin en sí mismo, sino en un medio para expropiar a los expropiadores, como lo demuestra su actuación práctica a pesar de su corta existencia de dos meses: abolió el trabajo nocturno para los obreros panaderos, suprimió las oficinas de empleo, prohibió con penas la práctica frecuente de los patronos de rebajar los salarios mediante multas a los obreros, entregó a las asociaciones obreras todos los talleres y fábricas que habían sido clausurados por sus dueños, condonó los pagos de arrendamiento desde octubre de 1870 hasta abril de 1871, prohibió la venta de objetos empeñados y clausuró las casas de empeño, dispuso la asociación cooperativa de los obreros de la gran industria y la manufactura, y la organización de todas las cooperativas en una gran Unión, liberó a los campesinos de las costas derivadas de la guerra adjudicándoselas a sus verdaderos causantes, dictó medidas para destruir la fuerza espiritual de represión de la iglesia separándola del Estado y expropiando a todas las iglesias como corporaciones poseedoras, abrió gratuitamente al pueblo todas las instituciones de enseñanza eliminando de ellas todos los símbolos religiosos, imágenes, dogmas, oraciones, constriñéndolos a la órbita de la conciencia individual. La Comuna de París cuyo poder había sido inspirado en el sentimiento de la defensa de la nación contra la agresión prusiana, por su carácter de clase proletario se convirtió en un nuevo tipo de Estado con un gobierno obrero auténticamente internacional.

«La clase obrera no esperaba de la Comuna ningún milagro. Los obreros no tienen ninguna utopía lista para implantarla par récret du peuple [por decreto del pueblo]. Saben que, para conseguir su propia emancipación, y con ella esa forma superior de vida hacia la que tiende irresistiblemente la sociedad actual por su propio desarrollo económico, tendrán que pasar por largas luchas, por toda una serie de procesos históricos, que transformarán completamente las circunstancias y los hombres. Ellos no tienen que realizar ningunos ideales, sino simplemente dar suelta a los elementos de la nueva sociedad que la vieja sociedad burguesa agonizante lleva en su seno».

Carlos Marx
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