La Comuna De París (I)

Una necesaria ubicación

Como parte del poderoso desarrollo del capitalismo en Europa durante el siglo XIX, en Francia a partir de 1830 se expandió la organización fabril de la producción, con lo cual también se potenció la organización de los obreros franceses quienes en aquel año se habían levantado en insurrección contra el régimen reaccionario de los Borbones representante del interés burgués sobre la gran propiedad territorial. Fue el proletariado quien llevó a cabo esta revolución burguesa de julio de 1830, pero quien se apoderó del poder del Estado no fue el proletariado, sino la burguesía monárquica que instauró el régimen de Luis Felipe de Orleans en representación de los intereses de la aristocracia financiera y de la gran burguesía industrial y comercial. Los años 30 fueron testigos de no pocas insurrecciones locales, como preámbulo a la revolución de febrero de 1848 en París, cuando vuelve a cargar el proletariado y de nuevo la victoria sobre el derrocado régimen de los Orleans le es arrebatada por la burguesía republicana quien bajo la forma de una república burguesa, proclama el dominio completo de la burguesía en nombre del pueblo, poder contra el cual a los pocos meses, en junio de 1848, otra vez se insurrecciona el proletariado, colocando en jaque durante cinco días al poder militar burgués de París, para luego ser derrotado y ahogado en sangre su movimiento. Y en esta batalla, cuando la lucha era contra toda la burguesía, el proletariado fue víctima de la vacilación y la traición de la pequeña burguesía, cuya base social campesina conservadora permitió que se incubara la contrarevolución burguesa, llevando al poder mediante el golpe de Estado del 2 de diciembre de 1851 a Luis Bonaparte, quien se entroniza como el emperador Napoleón III para retornar al dominio burgués en nombre de la monarquía.

A lo largo de estas insurrecciones y revoluciones, el proletariado no se diferenció como clase, porque no se expresaba como partido político independiente, ni comprendía que debía presentar sus intereses de clase como los intereses revolucionarios de la sociedad, sino que intentaba hacerlos valer al lado y de conjunto con los intereses de la burguesía, de tal forma que cuando en junio de 1848 por primera vez se enfrenta cara a cara con la burguesía, su programa de reivindicaciones:

  1. Limitación de la jornada de trabajo
  2. Abolición del sistema de los subcontratistas
  3. Reglamentación de la colocación
  4. Establecimiento de un salario mínimo
  5. Supresión de la obligación de la libreta de trabajo
  6. Reglamentación de la competencia hecha a los obreros con la mano de obra de prisioneros o conventos
  7. Transformación profunda de los consejos de conciliación
  8. Indemnización por los accidentes de trabajo
  9. Cajas de retiros para la vejez
  10. Libertad de reunión, de coalición y de asociación.

Se convierte en un programa subversivo que afecta el interés de la burguesía, y ésta responde con la matanza, la prisión y el destierro de los insurrectos.

Estas décadas de revolución en Europa fueron una condición muy propicia para que florecieran las ideas socialistas y comunistas, para que cuajara el primer partido político verdaderamente independiente y verdaderamente internacionalista de la clase obrera: La Liga de los Comunistas, que empuñó como programa, El Manifiesto del Partido Comunista, elaborado por Carlos Marx y Federico Engels, y publicado en febrero de 1848.

Las derrotas de las insurrecciones obreras en Europa, y el paso de la crisis capitalista de 1847 al auge industrial, condenaron al silencio y al olvido las ideas del Manifiesto por casi 20 años. Pero fueron precisamente estas ideas, y la experiencia política del corto período de existencia de la Liga de los Comunistas, las condiciones del movimiento consciente que permitieron reanimar la organización del movimiento obrero, en la forma de la Asociación Internacional de los Trabajadores (conocida como I Internacional) fundada el 28 de septiembre de 1864 en Londres, cuyo carácter amplio respondía a la exigencia de organizar el gran ejército proletario de Europa y Estados Unidos, y por tanto, de abanderar un programa más amplio que El Manifiesto:

  • La emancipación de la clase obrera debe ser obra de la propia clase obrera.
  • La emancipación de la clase obrera no es una lucha por privilegios de clase, sino por la abolición de todo dominio de clase.
  • El sometimiento económico del trabajador a los monopolizadores de los medios de trabajo, es decir, de las fuentes de vida, es la base de la servidumbre en todas sus formas, de toda miseria social, degradación intelectual y dependencia política.
  • La emancipación económica de la clase obrera, es el gran fin al que todo movimiento político debe ser subordinado como medio.
  • Todos los esfuerzos hacia este fin han fracasado por falta de solidaridad entre los obreros, y de unión fraternal entre las clases obreras de los diferentes países.

El trabajo fundamental de la I Internacional consistió en formar la conciencia de los obreros de vanguardia de los países capitalistas en las ideas del socialismo científico (por aquella época, en septiembre de 1867, vio la luz el primer tomo de El Capital); sin por ello, dejar de participar activamente en la lucha directa del proletariado, cuya principal batalla de la época fue la revolución obrera de 1871 más conocida en la historia del movimiento obrero como LA COMUNA DE PARÍS.

Antecedentes Inmediatos De La Comuna

Una vez derrotada la insurrección obrera de París, en junio de 1848, con el golpe de Estado del 2 de diciembre de 1851, Luis Bonaparte se proclamó emperador Napoleón III (a quien Víctor Hugo llamara «Napoleón el pequeño») e instauró en Francia el Segundo Imperio.

Y como en toda dictadura de la burguesía, sea cual sea su forma, los trabajadores son quienes llevan la peor parte, también bajo el Segundo Imperio la explotación se hizo insoportable y fueron diezmadas las organizaciones obreras. Sin embargo, el auge económico del capitalismo francés terminó en los años 60, lo cual, junto con la recuperación del movimiento obrero, causó un quebrantamiento del régimen de Napoleón III, quien para sobreaguar y hacer frente a la crisis capitalista se vio obligado, el 19 de julio de 1870, a embarcarse en la aventura de una guerra contra Prusia para la conquista de nuevos territorios.

Pero Prusia recién había triunfado, en 1864 y 1866, hallándose militarmente muy bien preparada para la guerra, por lo cual, Bismarck al mando del ejército alemán contraatacó causando una estruendosa derrota al ejército francés, capturando al Emperador y a 100.000 de sus soldados, el 2 de septiembre, en la batalla de Sedán.

Ante tal descalabro, las masas trabajadoras se insurreccionaron en París y declararon la República, sepultando el Segundo Imperio y formando un «Gobierno de la Defensa Nacional», compuesto por monárquicos y republicanos (enemigos de la insurrección obrera de 1848), encabezado por el general Trochu en nombre de la oposición burguesa republicana.

Ante el estallido de la guerra franco-prusiana, los dirigentes socialistas alemanes Liebknetcht y Bebel se abstuvieron de votar los créditos de guerra en el Reichtag; en cambio, los nacionalistas lasalleanos dieron su voto de apoyo a Bismark. Así mismo, el Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores, de inmediato, lanzó desde Londres un Primer Manifiesto llamando a la unidad internacionalista de la clase obrera y declarando su emancipación como una causa completamente incompatible con la guerra criminal de la burguesía que, tras intereses nacionales, esquilma y sacrifica a las masas del pueblo.

Las tropas prusianas cercaron la capital ante lo cual las masas, en procura de la defensa de la nación contra el agresor extranjero, respaldaron al «Gobierno de la Defensa Nacional» quien contaba con un ejército regular y una milicia llamada «Guardia Nacional», compuesta por 200.000 trabajadores soldados. Pero los miles de obreros armados representaban más peligro para los capitalistas franceses que tener el ejército prusiano a las puertas de la ciudad, motivo suficiente para que el gobierno burgués tomara la decisión de preparar la rendición.

Esa traidora pretensión de la burguesía republicana es enfrentada por la movilización de las masas obreras y trabajadoras en general, apoyando, el 31 de octubre, el primer intento armado de la Guardia Nacional por derribar al gobierno. Seis meses de asedio del ejército alemán fueron seis meses de empeoramiento de la situación económica del pueblo que, unida a la pretendida capitulación burguesa del «Gobierno de Defensa Nacional», el 22 de enero desatan una segunda intentona de derrocamiento del gobierno bajo el grito de ¡Abajo los traidores! Las calles de París son ensordecidas por el sonido de los fusiles, pero la intentona fracasa y el gobierno, a cuya cabeza ahora se encuentra el general Vinoy en reemplazo de Trochu, encuentra pretexto para prohibir los Clubes republicanos (que junto con los Comités de Vigilancia de cada distrito eran la verdadera organización de base de las masas) y dicta órdenes de aprehensión contra insurrectos, a quienes se acusa de «agentes prusianos».

Las negociaciones de la capitulación de París terminan el 27 de enero, y el gobierno promulga las condiciones de la rendición, con la cual termina la aventura imperial de «Napoleón el pequeño», cediendo Alsacia, una parte de la Lorena y Metz; y pagando durante tres años de una indemnización de guerra, por 5000 millones, como condición para poner fin a la ocupación del territorio francés. Luis Napoleón Bonaparte jamás pudo retornar a Francia y muere exiliado en Inglaterra.

Otra de las condiciones de la rendición fue la inmediata elección de una Asamblea Nacional, que designara un gobierno legal para garantizar la rendición de Francia frente a Prusia. Y, tal como había ocurrido el 10 de diciembre de 1848, también el 8 de febrero de 1871 el voto de los campesinos impuso una mayoría conservadora de 450 monárquicos, de los 750 diputados de la Asamblea Nacional, que de inmediato nombra como jefe del gobierno a un abogado arribista y recalcitrante reaccionario llamado Adolfo Thiers, suspende la poca paga de la Guardia Nacional y toma medidas de guerra contra la población trabajadora parisina, ya desesperada por el hambre y la pobreza causadas por el cerco militar alemán.

Del lado de la revolución, el 15 de febrero se había elegido un Comité Central de la Federación de Guardias Nacionales, en representación de 215 batallones equipados con 2000 cañones y 450.000 armas de fuego, incluidos los cañones y las ametralladoras que a principios de marzo fueran abandonados por las tropas de Thiers, ante la incursión temporal en París de 30.000 hombres del ejército alemán.

La «amenaza» de los obreros armados llenó de pánico al gobierno burgués, quien no pudo más que declarar de hecho la guerra civil al ordenar que 20.000 soldados, al mando del general Lecomte, en la madrugada del 18 de marzo, tomaran los cañones que la Guardia Nacional tenía ubicados en Montmartre, estratégica posición para dominar la ciudad. Tal armamento había sido producido en los meses del asedio prusiano y había sido pagado por suscripción pública, por lo cual los obreros lo consideraban de su propiedad y se dispusieron a defenderlos a sangre y fuego, desplegando inmensas manifestaciones obreras y republicanas por la ciudad, y colocando un cordón de barricadas alrededor del barrio de Saint-Honoré.

Solo unos cuantos disparos antecedieron al abrazo fraterno entre soldados y guardias nacionales, siendo desobedecida la orden de Lecomte de disparar a la multitud y, en cambio, cumplida la rendición del ejército ante la Guardia Nacional y la ejecución de los generales Lecomte y Clément Thomas, este último asesino y verdugo de los obreros insurrectos en 1848. El enano Thiers, ante la deserción de su ejército, junto con la Asamblea Nacional huyó de París para atrincherarse en Versalles, la nueva capital de la burguesía y en donde, Thiers como jefe de la burguesía francesa, recibió el apoyo de la burguesía prusiana en cabeza de Bismarck para, unidas, contraatacar la insurrección obrera de París.

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