Su Necesidad
La segunda mitad del siglo 19, fue la época donde el movimiento obrero maduró como el movimiento de una clase internacional con los mismos enemigos y unos comunes intereses y objetivos, que libró heroicas batallas en París con la Comuna y en Estados Unidos por la Jornada de 8 horas de trabajo, batallas que sirvieron para corroborar por experiencia directa la insuficiencia de la mera organización sindical y de la lucha de resistencia, es decir, la necesidad de expresarse como clase consciente y para sí, en Partidos y Asociaciones Internacionales que dirigieran su lucha política por el poder Estatal. El movimiento obrero por fin se había pertrechado de una ideología y programa propios, que definían el contenido de la lucha de una clase independiente cuyos intereses se corresponden con la dirección que marca la tendencia histórica de la sociedad hacia el socialismo.
Y si el Manifiesto del Partido Comunista había formulado con precisión el Programa de la lucha de clase del proletariado hasta el comunismo, fue El Capital la elaboración teórica que desde el punto de vista económico derrumbó las fantasías socialisteras de la época, colocándole a la lucha de los obreros modernos la férrea base científica del conocimiento profundo de las relaciones de producción en la sociedad capitalista, y de sus leyes de desarrollo, que inexorablemente la conducen a la decadencia y caducidad, haciendo inevitable el advenimiento del socialismo y el comunismo, como una etapa superior de desarrollo social.
En esta lucha abierta, pública y sin tregua contra las corrientes que concebían el socialismo como una sociedad fantástica impuesta desde fuera y sin nada que ver con el capitalismo, cuando estaban siendo aniquiladas teóricamente escuelas tales como el socialismo pequeñoburgués de Proudhon, el anarquismo de Bakunin y el sectarismo de Lassalle, de repente, en 1875 aparece en Alemania un profesor llamado Eugenio Dühring, quien apoyado en las teorías de Proudhon y Lassalle, lanza una fuerte embestida de idealismo, de metafísica, de utopismo, y en general de fantasía para soñar en un capitalismo sin sus males; un embrollado sistema que significaba la subversión de toda la ciencia en general, y en particular de la ciencia de la revolución proletaria, el marxismo en sus partes integrantes: la filosofía del materialismo dialéctico e histórico, la economía política y socialismo científico. Un ataque del cual advertía Engels en 1878: «Por lo visto, la libertad científica consiste en escribir de todo aquello que no se ha estudiado, queriendo luego imponer esas elucubraciones como el único método rigurosamente científico del mundo. El señor Dühring no es más que uno de los tipos más representativos de esa ruidosa seudociencia que por todas partes se coloca hoy en Alemania, a fuerza de codazos, en primera fila y que atruena el espació con su estrepitoso… ruido de latón».
Y es que por aquellos días abundaban los «creadores de sistemas» filosóficos, económicos, políticos, naturales, etc., donde una parte de la prensa socialista se prestaba para publicar candorosamente las doctrinas dühringianas, y no faltaba quien (como Most) las popularizara entre los obreros, siendo el discípulo más fanático de Dühring, el dirigente del partido Eduardo Bersntein, quien contaminó a no pocos dirigentes eisenachanos (tales como Most, Bébel y Bracke) y años más tarde saltó a la palestra como ideólogo del revisionismo clásico. El propio Bébel desde la cárcel escribió artículos para el Vorwärts, haciendo apología de las teorías de Dühring, lo cual llevó al límite la preocupación de Marx y Engels, que por aquellos días residían en Londres.
Más que la tenaz insistencia de Liebknecht para que se confrontara de raíz a Dühring, fue el enorme peligro para la conciencia todavía en formación del movimiento obrero, lo que hizo inaplazable y necesario que Federico Engels se diera a la tarea de demoler hasta los cimientos el tan «novedoso» sistema, en una formidable lucha teórica recopilada en 1878 en el Anti-Dühring cuyo título original fue, La subversión de la ciencia por el señor Eugen Dühring.
En realidad, la polémica se había iniciado desde el 1 de enero de 1877 publicada por artículos en el Vorwärts, órgano central del partido socialdemócrata alemán: la primera sección sobre filosofía apareció a lo largo de diecinueve números del periódico hasta el 13 de mayo (por cierto publicada con mutilaciones y descuido editorial que no hizo esperar la protesta airada de Engels al jefe de redacción Liebknecht quien se encontraba muy distraído en la lucha electoral); la segunda sección sobre Economía Política se publicó en nueve entregas entre el 27 de junio y el 30 de diciembre de 1877; y la tercera sección sobre Socialismo se insertó en cinco números entre el 5 de mayo y el 7 de julio de 1878.
El Anti-Dühring no es una disquisición académica con un profesor universitario, ni la entronización de una doctrina sobre las nubes, ni la oposición de otro sistema al sistema del profesor Dühring. Es una ardiente lucha teórica que aprovecha la necesidad de combatir las especulaciones de Dühring, para exponer, defender y desarrollar la ciencia de la revolución proletaria, para armar las mentes de los proletarios coadyuvando a que las ideas se conviertan en la fuerza material de la lucha obrera, la lucha de la única clase que por vez primera en la historia puede exigir la abolición de las clases en general, pues su emancipación como clase implica la emancipación de la humanidad.
El Anti-Dühring es una guía universal para transformar el mundo.
La Introducción
La demoledora lucha teórica que Engels libró contra las especulaciones del profesor Dühring fue en realidad una brillante defensa, exposición y desarrollo de la filosofía del materialismo dialéctico e histórico, de la economía política marxista y del socialismo científico, cuestiones que años después, Lenin denominaría las tres partes del marxismo. Una ciencia íntegra coherente y exacta, con raíces en los hechos económicos del capitalismo, pero enlazada en su forma teórica con el pensamiento existente en aquella época.
Por ello Engels dedica la parte introductoria del Anti-Dühring, en primer lugar, a mencionar las corrientes de pensamiento con las cuales enlazaba el marxismo, negándolas en un desarrollo cualitativamente superior; y, en segundo lugar, a resumir en frases textuales lo prometido por Dühring.
En una rápida referencia al pensamiento que antecedió a la ciencia marxista, Engels comienza mencionado a los teóricos de la gran Revolución Francesa, quienes fueron radicalmente revolucionarios frente a las anteriores formas de sociedad y de Estado, a sus tradiciones y prejuicios, superstición e injusticia, privilegios y opresión; condenando todo lo retrógrado como irracional en el tribunal de la razón. Sin embargo, el Reino de la Razón no era más que la idealización del Reino de la Burguesía: la justicia eterna se encarnó en la justicia de los tribunales burgueses, la igualdad de todos los ciudadanos en la igualdad burguesa ante la ley, la propiedad burguesa en uno de los más esenciales derechos del hombre, y el Estado de la Razón se materializó en la República democrática burguesa.
Los representantes teóricos de la burguesía desde un comienzo presentaron la lucha contra la nobleza, no como una lucha de clases en defensa de los intereses burgueses, sino como una gesta en defensa de los intereses de todos los trabajadoras explotados y oprimidos por el reino de los feudales. Desde entonces, siempre la burguesía dice ser la representante y defensora de los intereses de todo el pueblo. Pero, junto a la contradicción entre feudales y burgueses, desde un comienzo existe la contradicción entre explotadores y explotados, entre ricos ociosos y pobres trabajadores, entre burguesía y proletariado. En consecuencia, siempre, dentro de cada gran movimiento burgués, surgieron manifestaciones de movimientos independientes contra la propia burguesía: Thomas Münzer en Alemania, los levellers en la revolución inglesa, y Babeuf en la gran revolución francesa.
El capitalismo llegó a la historia acompañado de sus sepultureros: los esclavos modernos asalariados, la clase de los proletarios que, desde muy temprana edad, comenzó a elaborar expresiones teóricas revolucionarias tales como las ideas comunistas francesas de Morelly y Mably bajo la forma doctrinaria de un comunismo ascético espartano que se atrevió a exigir la supresión de las diferencias de clase; las ideas de los grandes socialistas utópicos de Francia e Inglaterra, Saint Simon, Fuorier y Robert Owen, quienes no en nombre del proletariado sino de toda la humanidad condenaron el mundo burgués también como algo irracional; y las ideas del comunismo igualitario utópico de Weitling, dirigente del movimiento obrero alemán. Para todos ellos el socialismo debía ser la expresión de la verdad absoluta, de la razón y la justicia absolutas, es decir, un socialismo ideal sin ninguna procedencia de las contradicciones de la sociedad capitalista.
Además de la filosofía francesa del siglo XVIII, surgió la filosofía clásica alemana cuya máxima expresión fue Hegel, quien hizo conscientes las leyes de la dialéctica, restituyéndola como la forma suprema de pensamiento, pues ya había sido practicada por los antiguos filósofos griegos de una manera innata y espontánea. Pero la dialéctica «que concibe las cosas y sus reflejos conceptuales esencialmente en su conexión, en su encadenamiento, su movimiento, su origen y su perecer», no fue el método de pensamiento que cautivó a los filósofos del siglo XIX porque fueron arrollados por la fuerte y directa influencia de los científicos, los protagonistas del monumental desarrollo en todas las ciencias desde mediados del siglo XV. Y los científicos, desde luego, se especializaron en el estudio de las partes de la naturaleza, en sus procesos o fenómenos como hechos aislados y en reposo, esto es, fueron limitados al método de pensamiento metafísico, para el cual «las cosas y sus imágenes mentales, los conceptos, son objetos de investigación dados de una vez y para siempre, aislados, uno tras otro y sin necesidad de contemplar el otro, firmes, fijos y rígidos».
En contraprestación, el estudio científico de la naturaleza —genuinamente dialéctica— proporcionó una cantera de pruebas sobre el funcionamiento de todas sus partes, procesos y fenómenos, acorde con la dialéctica y no con la metafísica. El progreso científico permitió al marxismo formular el materialismo dialéctico, en negación del idealismo dialéctico de la filosofía clásica alemana, y como concepción y método generales de pensamiento necesarios para todas las ciencias; suprimiendo el pedestal de la filosofía como madre de todas ellas y reduciéndola a la doctrina del pensamiento y de sus leyes, es decir, a la lógica formal y la dialéctica.
Por su parte, desde mucho antes, se habían producido acontecimientos históricos que al estudiarlos con el método del materialismo dialéctico cambiaba por completo la faz hasta entonces conocida de la historia que solo mostraba las hazañas de los grandes hombres, cuando en realidad ha sido la historia de la lucha de clases, donde tales clases en la sociedad son producto de sus relaciones de producción y distribución, siendo la estructura económica de la sociedad el fundamento a partir del cual se explica toda la superestructura —lo que se levanta sobre la estructura— en cuanto a instituciones políticas y jurídicas, así como sus representaciones filosóficas, religiosas, artísticas, morales, etc.
Esta nueva ciencia para estudiar la historia de la sociedad y comprender las leyes de su movimiento y la dirección de su desarrollo, es el materialismo histórico, una concepción que permite explicar la conciencia del hombre —sus ideas— a partir de la forma como vive —su ser. Con tal concepción se pudo mostrar, cómo los propios hechos de la vida desmentían las teorías que ya desde aquellos tiempos promulgaban los economistas burgueses sobre «la identidad de intereses entre el capital y el trabajo», sobre el capitalismo como fuente de «armonía general y bienestar universal del pueblo». El materialismo histórico permitió examinar el modo de producción capitalista en su conexión con otros modos de producción, su necesidad histórica, y la necesidad de su desaparición, cuestión que el socialismo utópico nunca pudo comprender, pues siempre se circunscribió a criticar las consecuencias desastrosas del capitalismo.
Y al comprender las leyes internas del capitalismo, se descubrió que el capitalista aun comprando la fuerza de trabajo del obrero al precio que tiene como mercancía —el salario— obtiene de esa fuerza un valor mayor que el pagado, una plusvalía —apropiación del trabajo no pagado— lo cual caracteriza la explotación del trabajo asalariado y es, por tanto, el soporte fundamental de la existencia y el desarrollo del sistema capitalista, puesto que la plusvalía que produce toda la clase obrera se acumula en manos de las clases poseedoras de los medios de producción.
Estos dos grandes descubrimientos del marxismo: la concepción materialista de la historia y la ley de la plusvalía, convirtieron el anhelo socialista de los explotados en una ciencia que niega las utópicas ensoñaciones socialistas con el socialismo científico; que encuentra en las entrañas del capitalismo, en sus contradicciones internas, las causas de su desaparición histórica y las premisas, las fuerzas y la necesidad inevitable de una nueva sociedad socialista gobernada por el proletariado, como una etapa de transición hacia la sociedad sin clases, el comunismo.
De ahí que Engels al comenzar su histórica polémica, precisó: «El socialismo moderno es, ante todo, por su contenido, el producto de la percepción de las contradicciones de clase entre poseedores y desposeídos, asalariados y burgueses, por una parte, y de la anarquía reinante en la producción, por otra. Pero por su forma teórica, se presenta inicialmente como una ulterior continuación, en apariencia más consecuente, de los principios sentados por los grandes ilustrados franceses del siglo XVIII».
Estando así las cosas del pensamiento social, aparece un profesor universitario llamado Eugen Dühring anunciando la subversión total de la filosofía, la economía política y el socialismo. Y bajo la advertencia de su lenguaje como «lo selecto de un modo de expresión sin contemplaciones, y al mismo tiempo modesto en el auténtico sentido de la palabra», Dühring en filosofía se declara como el único filósofo del presente y del futuro en cuyo «sistema natural o de la filosofía de la realidad… la realidad es pensada en este sistema de tal modo que excluye toda veleidad de concepción del mundo fantasiosa, subjetivista y limitada… una investigación que llega hasta las raíces… una ciencia radical, una concepción estrictamente científica de las cosas y de los hombres… un trabajo de pensamiento que penetra todo en todas direcciones…» En política y economía Dühring promete «amplios trabajos históricos y sistemáticos… los cuales ya han aportado en economía creadoras inflexiones…» un plan sistemático completamente elaborado para la sociedad del futuro «fruto práctico de una teoría clara y que llega hasta las últimas raíces… un auténtico Propio en el lugar de la propiedad solo aparente y transitoria o violenta…».
Dice Engels que cuando se cree tener la verdad definitiva de última instancia y el único proceder científico riguroso, es inevitable el desprecio total por el resto de la humanidad, errada y acientífica… ese es el sentimiento del señor Dühring ante sus predecesores y los grandes pensadores. Finaliza la Introducción con estas palabras: «Tras de lo cual moriremos sumidos en el más profundo respeto por el genio más poderoso de todos los tiempos. A condición de que todo sea efectivamente como él dice».