La Asociación Internacional de los Trabajadores (VI)

La necesidad de la lucha por un alza general de salarios

Rebajar los salarios ha sido una muy vieja costumbre de la burguesía en las épocas de crisis en su economía capitalista, lo cual, genera en el proletariado la necesidad espontánea de paralizar la producción para defender su salario y evitar un mayor deterioro en sus condiciones de vida y de trabajo. Así ocurrió en Europa, cuando promediando la octava década del siglo 19, la crisis económica sacudió a los principales países capitalistas, y a su vez, desató un amplio movimiento huelguístico por aumento de salarios, lo cual obligó a que temas como la huelga, los sindicatos y la lucha por salarios, fueran el centro de enconadas discusiones en los Congresos de la Primera Internacional, y particularmente en las reuniones de su Consejo General.

En él, Juan Weston, delegado por el movimiento obrero inglés y discípulo del famoso socialista utópico Roberto Owen, defendió públicamente la tesis según la cual «la elevación de los salarios no podía mejorar la situación de los obreros y debía considerarse perjudicial a la actividad de las tradeuniones». Tal falsedad fue refutada por Carlos Marx en un informe ante el Consejo General, en el cual expone los fundamentos de su teoría de la plusvalía, critica demoledora a las corrientes del movimiento obrero contrarias a la lucha económica y a la actividad de los sindicatos (los proudhonistas y lassalleanos).

El informe fue publicado en 1898 por Eleonora (hija de Marx) en el folleto «Valor, precio y ganancia», y desde entonces, es parte de sus obras escogidas bajo el título «Salario, precio y ganancia», de obligatorio conocimiento y estudio para todo obrero que desee conocer el camino de su emancipación, pues allí  «Marx se pronuncia resueltamente contra la prédica de la pasividad y la resignación de los proletarios frente a su explotación por el capital y argumenta teóricamente el papel, la significación de la lucha de los obreros, subrayando la necesidad de subordinarla a la meta final del proletariado: la supresión del sistema de trabajo asalariado».

Esta polémica con el ciudadano Weston, fue un buen motivo para que Marx, quien había estudiado profundamente las leyes del movimiento social y en particular las contradicciones del modo de producción capitalista basado en la explotación asalariada, mostrara cómo cuando el capitalista paga el salario al obrero, le hace creer que le está pagando todo el trabajo realizado durante la jornada. Pero en realidad esa es sólo una apariencia engañosa que Marx la traspasa, para demostrar con todo el rigor científico que el capitalista no le retribuye al obrero todo el trabajo realizado, sino, apenas una parte con un valor (salario) que es equivalente sólo a los gastos mínimos de subsistencia del obrero y su familia (alimentación, techo, vestido). El resto del trabajo realizado es un trabajo no retribuido que se lo apropia el capitalista bajo la forma de la PLUSVALÍA, que es repartida entre toda la clase capitalista (una parte como interés para la burguesía financiera que presta capital para producir, otra parte como ganancia para la burguesía industrial poseedora de los instrumentos de producción, y la parte restante como renta para los burgueses o terratenientes dueños de las tierras donde están las fábricas y demás medios de producción).

Marx al demostrar la falsa apariencia del contrato de trabajo asalariado, derivó varias importantísimas conclusiones, tales como las siguientes:

Primera: El valor de las mercancías lo determina la cantidad total de trabajo socialmente necesario para producirlas, y no la proporción entre trabajo pagado (salario) y trabajo no retribuido (plusvalía). Por tanto, si el salario no determina el valor de las mercancías, un alza general de salarios tampoco puede determinar un alza general de precios de las mercancías.

Segunda: Un alza general de salarios lo que sí determina, es la disminución de la cuota general de ganancia de los capitalistas.

Tercera: Si el obrero permite que el capitalista le usurpe todo su tiempo (prolongándole la jornada de trabajo que equivale a rebajar el salario) o le agote toda su energía (aumentándole la intensidad del trabajo que también es rebajar el salario) cae en la degradación de una bestia de carga.

Cuarta: La tendencia general del sistema de producción capitalista es a reducir los salarios. Por tanto, la lucha de resistencia contra su rebaja y por el alza general de salarios, es posible y necesaria.

Quinta: La lucha de resistencia es una lucha contra los efectos de la explotación asalariada, pero no contra sus causas. Es apenas una palanca para apoyar toda la lucha de la clase obrera por abolir la explotación asalariada.

El Problema de los Sindicatos

El problema de los sindicatos también ocasionó encendidos debates, sobre todo en el Congreso de Ginebra en 1866. Los delegados franceses influenciados por las ideas económicas de Proudhon rechazaban abiertamente las huelgas y las organizaciones de resistencia; sólo aceptaban la cooperación y la organización de mutualidades que establecieran el crédito para los obreros, ojalá sin interés.

Por su parte los delegados londinenses y alemanes eran acérrimos partidarios de la organización del proletariado en sindicatos, surgidos de la lucha entre el capital y el trabajo asalariado, como resultado de la experiencia de la lucha obrera por obtener colectivamente un contrato de trabajo favorable para sus condiciones de vida, y que atenúe la competencia entre los obreros a causa de la necesidad del salario.

Aquí la divergencia consistía en que los proudhonianos, como resultado de negar la lucha de clases y la explotación asalariada afirmaban que el contrato de trabajo entre el capitalista y el obrero era libre y justo, cuando en la realidad, dicho contrato se realiza en completa desigualdad entre las partes: de un lado el capitalista dueño de los medios de producción, y de otro, el obrero sólo propietario de su fuerza de trabajo; y es esa fuerza corporal del obrero, esa energía viviente la que al consumirse en la producción, da como resultado un incremento del capital, una riqueza que se distribuye en forma también desigual: al obrero productor de la riqueza sólo le corresponde el salario para que pueda seguir trabajando, en tanto al parásito capitalista que no produce, el contrato le da derecho a apropiarse de toda la plusvalía, para acumular más capital que le permita seguir esclavizando el trabajo obrero.

Al capitalista lo respalda la fuerza de su sociedad con su Estado, sus destacamentos armados, su gobierno, sus partidos, sus leyes, su prensa…Y para hacer frente a todo ese poder de clase, los obreros sólo cuentan con su fuerza social, su número, su masa; pero si esta masa está dividida, su fuerza se desvanece. De ahí la necesidad inevitable de la organización obrera en sindicatos para resistir al poder avasallador de los capitalistas y en partido político ya no para resistir, sino, para derrotar en lucha política de clase todo el poder del capital, lucha que debe ser apoyada también por los sindicatos si pretenden la real emancipación del trabajo asalariado.

Aceptar o no la lucha política del proletariado y su organización en partido político, fue otra de las grandes divergencias en el seno de la I Internacional, a la cual se referirá la siguiente entrega de estas Memorias.

[Próxima entrega: Vicisitudes de la I Internacional – La Necesidad del Partido y de la Lucha Política del Proletariado]
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