La Asociación Internacional de los Trabajadores (V)

Huelgas y Persecución

La opresión inglesa sobre Irlanda desataba el recelo entre los obreros inconscientes de ambos países, quienes en las grandes fábricas inglesas se dividían en dos bandos: los obreros ingleses y los obreros irlandeses. Los primeros se jactaban de pertenecer a la nación opresora y consideraban a los obreros irlandeses como despreciables competidores que ocasionaban la rebaja de los salarios; por su parte, estos consideraban a los obreros ingleses cómplices y dóciles instrumentos de los opresores. Este antagonismo, que era fomentado por la burguesía y la aristocracia a través de la prensa y el púlpito, dividía y tornaba impotente a la clase obrera inglesa, a pesar de su gran organización. La Internacional tenía entonces el deber de defender la causa de los irlandeses y de hacer entender a la clase obrera inglesa que la primera condición para su propia emancipación era apoyar la emancipación nacional de Irlanda.

Y fueron las Tradeuniones —gran organización de los obreros ingleses—, el pilar central de la Asociación Internacional de los Trabajadores, a donde confluyeron tipógrafos, tabaqueros, ebanistas, así como los sindicatos de obreros poco calificados, como la sociedad de templadores con sus 30.000 afiliados. La influencia de la Internacional tuvo gran mérito en el potente movimiento de las Tradeuniones a nivel nacional durante 1866, en favor de una reforma electoral.

Como no podía faltar, en el curso del movimiento afloró la vieja costumbre tradeunionista de buscar apoyo en los radicales burgueses quienes, ni cortos ni perezosos, la emprendieron contra la independencia de clase abanderada por la Internacional para todos los aspectos de la lucha obrera y, aprovechando la agobiante situación financiera del semanario The Commonwealth (órgano oficial de la Internacional en Inglaterra), mediante su «ayuda» económica lo convirtieron finalmente en una prensa reformista. El Consejo General de la I Internacional y, en especial, Carlos Marx combatieron sin descanso la perniciosa influencia reformista de los dirigentes y su nociva dependencia tradicional de la burguesía radical.

La actividad de la I Internacional logró que los obreros en diversos países repudiaran la opresión nacional inglesa sobre Irlanda, la feroz represión ruso-zarista de la insurrección polaca y que se movilizaran contra las guerras de agresión de los capitalistas, en particular, la franco-prusiana de 1870. Así, la I Internacional se convirtió en el centro de una beligerante oposición proletaria a la política de los gobiernos capitalistas, quienes para confundir a los obreros y debilitar su presión empezaron a urdir intrigas a través de la prensa acerca de: las fabulosas riquezas de la Internacional y sus millones de militantes dispuestos a destruir el mundo civilizado por orden del Consejo General, cuando ya sabemos que los ingresos de la Internacional eran insignificantes.

La actividad de la I Internacional revolucionó la conciencia de millones de obreros, haciéndoles comprender lo comunes que eran sus intereses, la importancia de su unidad y el poder de su lucha independiente. Ese avance les permitió obtener triunfos en el movimiento huelguístico de los años 60; en particular, la crisis capitalista de 1866 en Europa conllevó al aumento del hambre y a la agudización de las contradicciones sociales, desatándose una poderosa ola de huelgas. Apenas surgían espontáneamente las huelgas, intervenía el Consejo General de la I Internacional para contribuir al triunfo de la causa obrera, actividad que lo convirtió de hecho en un centro de orientación y coordinación de la lucha y de las campañas de solidaridad internacional con los maquinistas ferroviarios, los cajistas de imprenta y los albañiles de Ginebra, con los broncistas de París, con los tabaqueros de Amberes; amarrando las manos a los capitalistas acostumbrados a romper huelgas utilizando esquiroles traídos de otros países.

Fue tal el prestigio de la I Internacional que rebasó su poder real no solo entre los obreros, sino ante todo entre los capitalistas quienes, impotentes ante las huelgas, rehusaban aceptar que su causa estaba en las condiciones de miseria de la clase obrera, y mejor se la adjudicaban a los «manejos diabólicos» de la Internacional, un «monstruo» al que debían perseguir y aniquilar. Así, cada huelga se transformaba de hecho en una batalla de vida o muerte por la Internacional.

Una de estas batallas tuvo lugar en Basilea, en 1868, los obreros de la construcción, los cinteros y tintoreros fueron a la huelga por aumento de salario y reducción de la jornada. Los capitalistas les impusieron como condición para el arreglo que debían separarse de la Internacional, pero los huelguistas rechazaron el chantaje y, con la solidaridad de los obreros internacionalistas de Inglaterra, Francia y otros países, ganaron la huelga. Sin embargo, en represalia los capitalistas de Basilea suprimieron de improviso las horas de descanso a que tenían derecho los cinteros de una fábrica, ante lo cual, una parte de los obreros se resistió y fue arrojada a la calle violentamente por la policía; la indignación se extendió a los demás obreros de Basilea, movilizándose de inmediato en una lucha que duró varios meses y, a pesar de la persecución policial en una especie de estado de guerra, permanecieron fieles a la Internacional, con el apoyo de los obreros de otros países triunfaron sobre los capitalistas, y lo celebraron con una imponente manifestación por las calles de la ciudad.

También en Alemania, en Francia, en Bélgica el Estado de los capitalistas desató terribles persecuciones contra la I Internacional, pero ella no se amilanó y, por encima del terror, hizo suya la causa del proletariado internacional, denunció los brutales atropellos de la policía contra los obreros y organizó el auxilio para las familias de los muertos, heridos o encarcelados.

Una preocupación permanente de Marx y los marxistas en la I Internacional fue vincular las ideas del comunismo científico al movimiento obrero, para fundamentar su conciencia internacionalista, elevar su nivel ideológico, político y organizativo. Fue así como la opinión de un miembro del Consejo que argumentaba la inutilidad de la lucha por salarios debido a que los capitalistas la compensaban con la subida de los precios, fue rebatida por Marx, quien aprovechó ese debate para fundamentar la importancia de la lucha económica de los obreros.

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